—¡Sinvergüenza! —exclamó la viuda—. ¡Váyase de aquí!
¿Cómo se atreve, en mi situación, a venir a hablarme de amor?
—Le aseguro, señora, que no era mi intención faltarle al
respeto —dijo humildemente el caballero—, pero es usted tan bella que no he
podido menos que declarármele.
—Y eso que no me ha visto usted cuando no estoy llorando
—dijo la viuda.
Ambrose Bierce
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