La libertad
de expresión en la red es un gran privilegio, de ello no hay duda. Sin embargo,
no es difícil darse cuenta de cómo muchos usuarios de Twitter o facebook se
sienten poseedores de un fuero que les permite estar por encima de todo y
convertirse lo mismo en censores implacables que en auto asumidas conciencias
públicas. El puritanismo que se ha adueñado sobre todo de los tuiteros
políticamente correctos es algo que en lo personal me alarma, porque muchas veces,
desde el más cobarde y ensoberbecido anonimato, se lanzan infundios, se
organizan campañas de linchamiento, se condenan opiniones, se insulta a
mansalva y se demuestra, además, una lamentable falta de sentido del humor.
Tengo
página en facebook y cuenta en Twitter. Las utilizo todos los días y me parecen
herramientas formidables para comunicarme con mucha gente, intercambiar
experiencias y conocer el pensamiento o las inquietudes de miles de personas. A
varias de mis nuevas amistades las he conseguido gracias a estos sitios. Son
medios realmente fascinantes. El problema se presenta cuando algunos usuarios
se auto asumen como dueños de la verdad revelada y se convierten en una nueva y
altanera Santa Inquisición, en un Santo Oficio que se cree omnipotente y no
acepta limitantes. Esa es la otra cara de las redes sociales: la de quienes
pierden piso y desde el más arrogante engreimiento quieren imponerse a
mansalva, de un modo absoluto y fascistoide.
Qué bien
nos caería ejercer la autocrítica dentro de las redes sociales. Pero eso es,
diría Octavio Paz, como pedirle peras al olmo.
*Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.
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