sábado, 2 de abril de 2016

Monsters, Inc.

Como si estuviésemos en el umbral del Apocalipsis zombie, varios países del mundo están gobernados por verdaderos monstruos políticos, quienes se encargan de hacer infelices a los ciudadanos que tienen la desgracia de padecerlos.
  Ahí está en primerísimo lugar esa mala pero real broma que es Kim Jong-un, un mocoso oriental a quien la desgracia puso como dictador del país más cerrado y obtuso del mundo: Corea del Norte. Pero están también los hermanos Castro (ojalá fueran los que cantaban “Yo sin ti”, pero no) que tras 57 años de ostentar el poder absoluto, han convertido a Cuba en la isla de la escasez, la antidemocracia, el control estatal, el atraso cibernético y la falta de libertades individuales y colectivas.
  ¿Más tipos impresentables? El caricaturesco Nicolás Maduro en Venezuela, el inenarrable Evo Morales en Bolivia, el corrompido Daniel Ortega en Nicaragua y apenitas un poco abajo, los mandatarios de Perú y Ecuador (en Argentina ya se libraron de los Kirchner, al menos por el momento). Monsters, Inc. de otras partes del planeta: Robert Mugabe en Zimbabue, Omar Hasán al-Bashir en Sudán, Bashar al-Assad en Siria, Aleksandr Lukashenko en Bielorrusia, eso para no hablar del siniestro rey Abdullah de Arabia Saudita (quizás el gobierno más cruel del orbe) y el ambivalente e inefable Vladímir Putin, cuasi zar de la Rusia actual.
  Todos ellos son descendientes políticos de sátrapas espeluznantes como Mobutu Sese Seco, Francois Duvalier, Idi Amin, Muamar al Gadafi, Sadam Husein y Nicolai Ceausescu.
  Lo anterior viene a cuento porque a principios de semana tuve una pesadilla horripilante: soñé que en las próximas elecciones estadounidenses ganaba Donald Trump y en las mexicanas Andrés Manuel López Obrador, con lo que –si esto llegara a acontecer– se completaría un cuadro de verdadero horror y dantesco rechinar de dientes, con un loco desatado en la Casa Blanca y un mesías delirante en Palacio Nacional. Chivos en cristalería, uno de los cuales aproximaría al mundo a la catástrofe  y otro que nos conduciría a la venezolización rampante.
  Y cuando desperté, la sensatez todavía estaba ahí. Ojalá que permanezca.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).

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