lunes, 22 de junio de 2020

Cámara húngara: El pulso de la polarización

Polarizar, fragmentar, propulsar el maniqueísmo y buscar la división entre los mexicanos ha sido la divisa de Andrés Manuel López Obrador cuando menos desde hace veinte años. Su discurso como sempiterno candidato a la presidencia tuvo siempre esa característica: ver las cosas en blanco y negro, separar a la sociedad mexicana en dos fracciones, la del pueblo bueno y la de los enemigos del pueblo bueno, para quienes contaba y sigue contando con un sinnúmero de sustantivos y adjetivos, de motes y calificativos, no hace mucho recopilados por Gabriel Zaid.
  Muchos imaginaron, desde una conmovedora y tierna ingenuidad, que al lograr en 2018 su viejo sueño de convertirse en presidente de la república, el tabasqueño dejaría atrás ese discurso polarizador y buscaría gobernar para todos los mexicanos sin distinción. A un año y medio de su llegada a Palacio Nacional, sabemos que no fue así. Que no es así.
  ¿Por qué este hombre está desaprovechando la gran oportunidad de ser un gran estadista? Todo estaba a su favor. Llegó al poder con una votación abrumadora de cerca de 30 millones de electores. Su partido, Morena, consiguió la mayoría en las dos cámaras legislativas y en varios estados los actuales gobernadores pertenecen a esa organización política. El 1 de diciembre de 2018, López Obrador tenía en bandeja de plata llevar a la realidad su gran sueño: ser el mejor presidente en la historia de México. Sin embargo, a lo largo de casi 19 meses ha hecho hasta lo indecible por convertirse exactamente en lo contrario: el peor y más repudiado mandatario que haya  dado nuestra república desde 1821. No sólo eso: sus tentaciones autoritarias lo están llevando a transformarse en un franco dictador; su feroz intolerancia y su asombrosa soberbia, el desprecio que muestra hacia quienes no piensan como él y a los que denomina “mis adversarios”, su arrogante actitud despótica y su enciclopédica ignorancia en infinidad de temas lo han hecho tomar determinaciones que están hundiendo al país y que, con el agravamiento de la situación que ha provocado la pandemia del coronavirus, amenazan con sumirnos en una crisis sanitaria, económica, política y social de proporciones dantescas, como no hemos visto desde hace cuando menos un siglo.
  ¿A qué se debe esta manera de desperdiciar el apabullante capital político con el que contaba hace año y medio y que ha dilapidado (y sigue dilapidando) con una facilidad pasmosa? ¿Es que no se da cuenta? ¿Es que quienes lo rodean en su círculo más cercano no se percatan de ello? O sí lo ven, pero no se atreven a decírselo por temor a ser echados de sus privilegiados cargos.
  Es claro que el presidente cuenta con muchos incondicionales, sobre todo entre la tribu obradorista más cercana a las simpatías “bolivarianas”. Se trata de personajes no sólo obedientes a la voz de su líder, sino verdaderos fanáticos que llegan a alcanzar altos grados de delirio supuestamente revolucionario (lo cual no obsta para que se den vida de reyes y sean seducidos por la corrupción, como ya se empieza a ver con algunos personeros que hasta ahora habían navegado con la bandera de la austeridad y la honestidad y al parecer ese pendón se les empieza a desgarrar).
  Sin embargo, en Morena debe haber (eso quiero pensar) personas pensantes e inteligentes que se den cuenta del desastre al que nos están encaminando los berrinches y caprichos del señor que habita los aposentos de Palacio Nacional. Pienso en Marcelo Ebrard, incluso –con todos sus asegunes– en Ricardo Monreal. ¿Por qué permanecen callados y se vuelven cómplices del inminente cataclismo? ¿Por qué no se atreven a contradecirlo? En una palabra: ¿por qué le tienen tanto miedo, tanto pavor, a ese personaje?
  Intentaré dilucidar las causas de ese terror a López Obrador, por parte de los suyos, en mi próxima columna.

 

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