Ocho meses exactos hace que esta columna entró en hibernación. No tengo claro qué fue lo que me hizo suspenderla temporalmente y no tengo claro por qué he decidido reanudarla.
Muchas cosas han sucedido en estos poco más de 240 días. Demasiadas, diría yo. En México y en el mundo. La pandemia de covid-19, loa más importante. La pandemia y todas sus desastrosas consecuencias. Hace ocho meses, jamás nos habríamos imaginado que la humanidad entera se encontraría en la situación en que nos encontramos. Era algo impensable, digno de un relato de ficción científica, para emplear el término propuesto por Borges.
Pero aquí estamos. Con una epidemia más que extraña y sospechosa, cuyas consecuencias van más allá de la enfermedad misma. En esta primera mitad de 2020, los seres humanos hemos sufrido una transformación con visos de retroceso que, por voluntad propia, nos tiene presos en nuestras casas. El miedo a lo desconocido ha operado de manera apocalíptica en la gran mayoría de nosotros y la desconfianza hacia el otro, incluso hacia el más próximo de los prójimos, se ha vuelto asignatura cotidiana. Un virus invisible nos mantiene en una paranoia basada en la incertidumbre y en lo que se nos dicta desde los gobiernos y desde organismos mundiales como la Organización Mundial de la Salud (OMS), una factoría de informaciones y desinformaciones que se nos presentan como científicas y cuyo mandamás visible resulta muy poco confiable, dados sus cuestionables antecedentes políticos en Etiopía, de donde es originario.
El mundo se paralizó en este 2020 y la economía se está desplomando ante nuestros ojos impotentes. Cientos de miles de empresas cerradas en todas partes. Millones de desempleados. Se nos viene una crisis peor que la de 1929, a decir de los expertos. Y se nos asegura que lo peor está aún por llegar.
¿Cuánto es verdad? ¿Cuánto es manipulación y mentira? ¿Se manejó de manera correcta el embate del coronavirus o se siguió con una serie de errores involuntarios o quizás inducidos? ¿Son reales las cifras de contagios y de muertos? ¿Ha valido la pena el confinamiento a costa de una debacle que posiblemente traiga muchas más muertes por hambre y pobreza que las muertes causadas por el propio virus del que se nos trata de librar? ¿Cuál es el papel de las farmacéuticas, de algunas poderosas fundaciones altruistas y de la propia OMS en esta crisis sin precedentes? Las preguntas abundan. Las dudas resultan inagotables.
¿Y México?
Llevamos cerca de tres meses de lo que se ha dado en denominar como la sana distancia social. El gobierno asegura que se tiene controlada la pandemia, pero los números oficiales de fallecimientos y contagios no dejan de elevarse día con día. El vocero oficial ante la crisis sanitaria, el subsecretario Hugo López Gatell, lleva casi cien días contradiciéndose y de su pronóstico inicial de seis mil muertos por covid-19, ahora habla de treinta mil. El hombre parece más preocupado por mantener su imagen pública y sus intereses políticos personales (no ha faltado quien lo mencione como posible presidenciable para el 2024) que por darnos certeza, a pesar de su flema y su tono diplomático para repetir un día sí y otro también, durante sus conferencias vespertinas televisadas, su mantra “Quédate en casa, quédate en casa, qué-da-te en ca-sa”. Un mantra que desacata nada menos que su propio jefe, el presidente de la república, quien no sólo no utiliza cubrebocas, sino que acaba de reanudar sus giras por el país porque no soportó el relativo encierro palaciego en que se encontraba.
Andrés Manuel López Obrador ha sabido sacar raja del coronavirus. Su frase de que "el bicho" le cayó como anillo al dedo no fue una ocurrencia desafortunada o un lapsus repentino. Realmente le ha caído como anillo al dedo para mostrarse cada vez más radical y polarizador. Sus diarias conferencias mañaneras han acrecentado su retrógrado y primitivo extremismo político y han mostrado que su afán por dividir al país en dos sectores, el de los liberales y el de los conservadores, va más allá de una mera retórica decimonónica, para revelarse como lo que es en realidad: un plan de acción, una estrategia política que busca aplastar a los que él llama sus adversarios y favorecer a lo que él llama el pueblo. Sin embargo, en la práctica esto último no ha sido así, ya que son los sectores más depauperados los que están padeciendo de peor manera los efectos de la errada política lopezobradorista, centrada en una asfixiante austeridad rayana (vaya paradoja) en lo neoliberal y apoyada en unos borrosos y oscuros programas de asistencialismo de claros tintes clientelares. La pandemia mexicana empieza a destacarse frente a la mayoría de las pandemias en otros lares. No sólo porque estamos entre los diez países que de peor forma han atacado a la enfermedad, sino por la demencial manera como se está tratando la crisis económica en la que ya entramos y de la que la mayoría de los pronósticos auguran una hecatombe para los próximos meses.
Pero López Obrador dice tener otros datos y sus huestes, ciegas de fanatismo y también cada vez más radicalizadas, se lo creen a pie juntillas.
(Publicada en mi página de Patreon)
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