lunes, 1 de junio de 2020

Charlie Montanna, tocando el cielo

Si hay un rock al que podemos catalogar como realmente mexicano, ese es el llamado rock urbano. Sí, me refiero a ese rock elemental, básico, directo, a veces rudimentario y muchas veces chabacano y ramplón que surgió a principios de los años setenta del siglo pasado, a partir del mojigato escándalo mediático que se produjo luego del festival de Avándaro.
  Después de aquel septiembre de 1971, el rock fue satanizado y perseguido por las buenas conciencias de la sociedad y los malos oficios del gobierno priista, obligado a refugiarse en la periferia y a sumirse durante largos años en las penumbras escalofriantes de los hoyos fonquis (Parménides García Saldaña dixit) del entonces Distrito Federal y la zona metropolitana del estado de México.
  Los grupos de clase media que durante los sesenta habían tocado rock, prácticamente desaparecieron y el género se proletarizó. Pocos lograron sobrevivir y lo hicieron en situaciones precarias. Todo parecía perdido. No obstante, para bien o para mal, la agrupación que lideró esa especie de resistencia fue Three Souls in My Mind, el cual habría de cambiar de nombre para llamarse simplemente El Tri.
  Fue El Tri, encabezado por Alejandro Lora, el que señaló el camino y de una manera u otra, voluntariamente o no, dio nacimiento a ese subgénero ya mencionado líneas atrás: el rock urbano.
  No es este el lugar para profundizar en la historia de tan peculiar movimiento. Sólo se trata de mencionar que este verdadero y único rock mexicano, con sus canciones musicalmente basadas en el blues y el rocanrol, fue una tabla de salvación. Una tabla llena de agujeros, pero que funcionó como salvavidas y como ruta de escape. Cierto que sus letras (en español, lo cual constituyó un gran avance con respecto a sus antecedentes sesenteros) resultaban un tanto burdas y simplonas, ajenas a cualquier rapto poético, pero tenían la virtud de retratar la realidad y el lenguaje de la juventud más pauperizada y marginal. La nueva corriente dio origen a una gran cantidad de “bandas” que sonaban muy parecido entre sí y que, sin embargo, convocaban alrededor suyo a decenas de miles de seguidores y hasta dieron origen a una pequeña pero significativa industria que incluía sus propias compañías discográficas y sus propios medios de difusión. Sellos como Discos Cisne y Discos Raff o revistas como las legendarias Banda Roquera y Conecte no hubieran existido sin la insurgencia del rock urbano mexicano de raíces abiertamente chilangas.
  Valga toda esta introducción para situar a uno de los últimos auténticos representantes de ese movimiento, quien falleció este 28 de mayo, debido a un infarto, a los 58 años de edad: el singular Charlie Montanna.
  Nacido en 1961, en la colonia Guerrero de la hoy Ciudad de México, Carlos César Sánchez González (su verdadero nombre) formó parte de agrupaciones como Perro Muerto, Vago y Mara, para luego lanzarse como solista ya con el sobrenombre de Charlie Montanna, al parecer inspirado en el Tony Montana que interpretó Al Pacino en 1983, en la película Caracortada de Brian de Palma (en la primera versión de Scarface, dirigida en 1932 por Howard Hawks, el personaje que hizo Paul Muni se llamaba Tony Camonte y estaba inspirado en el gangster de Chicago Al Capone).
  Estrafalario en su aspecto y extravagante en su público actuar, Sánchez González hizo de Charlie Montanna todo un personaje. De él se hablaba más por sus ropas y sus peinados que por su música, más por sus ocurrencias que por sus canciones. Sin embargo, grabó una docena de discos y compuso temas que lograron considerable popularidad, como “Tu mamá no me quiere”, “De que el amor apesta”, “Bájale de huevos” y “Tocando el cielo”.
  Rubén Báez, periodista y colaborador de la ya mencionada revista Conecte, amigo cercano del rockero, cuenta en el diario Milenio cómo era la casa donde vivía Montanna, en Ciudad Neza: “Entrabas y tenía su sillón de animal print y siempre decía que ese sillón se lo había regalado Gene Simmons. Toda su cantina la tenía tapizada con botellas de whisky Jack Daniel’s. Ponía videos de Mötley Crüe, se identificaba mucho con ese grupo. Con Bon Jovi también. Su look muy pocas veces lo cambió; lo que cambiaba de él era que enflacaba y volvía a subir de peso”.
  Otro amigo muy cercano de Charlie era el cantautor Rafael Catana, quien lo recuerda de la siguiente manera en el mismo diario: “Lo conocí en Paseo de la Reforma en el año 86. En esa época vi a Vago en vivo; era una banda de rock duro de la Ciudad de México, una banda importante. Nos encontramos muchas veces luego en el Tianguis del Chopo. Creo que es un icono importante dentro de la música popular mexicana. Hemos perdido a un personaje maravilloso, pero en este momento, cuando las radios de rock deberían estar pasando su música, ninguna lo hace. No tenemos memoria. ¿Dónde está la radio?”.
  Se fue Charlie Montanna y el panorama del rock urbano nacional se va quedando cada vez más vacío. Cuatro años atrás, murió Lalo Tex. Hace un mes falleció Arturo Huizar. De sus figuras más señeras quedan El Tri de Alejandro Lora y El Haragán de Luis Álvarez.
  Pero como dice el propio Lora, con una frase que le tomó “prestada” a Neil Young: “El rocanrol no morirá jamás”.

(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

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