Estimado Esteban Leyva, lo felicito por ese arduo trabajo, esa
tenacidad y esa paciencia para poder entrevistar y hasta a darse el lujo
de convertirse en íntimo amigo del señor Emiliano García Estrella y mostrarme, a través de su entrevista,
algunas anécdotas de este país tan surrealista.
Su narrativa me
mostró que no todos los caminos lo llevan a Roma y que más bien todos
los caminos siempre llevan a los ojos de una mujer, esos ojos que en su
mirada tienen un aguacero de pestañas y acobardan a cualquiera,
incluyendo al mismísimo Rodolfo Fierro.
No niego que me hubiera
gustado que me presentara a Daniela, pero me conformaría con cualquier
mujer que se dirigiera a mí con un acento afrancesado.
Pero tampoco
niego que me corroe la envidia, solo por el simple hecho de que usted
haya sido parte de esa fiestísima donde se encontró con Diego Rivera y
Vasconcelos; si me hubiera invitado, yo si le hubiera cuidado a la
Paulina.
Esto que escribo, Señor Esteban Leyva, no es nada más que
un pretexto para poder beber en un futuro inmediato una copita de esa
Hada Verde y recordar con gusto al amigo Sergio.
También pido disculpas porque a mis cuarenta y siete, escribo y hablo como si tuviera veintisiete.
Atte el Palomas.
Gracias, Hugo García Michel, disfruté tu novela, ¡está poca madre!
Creeme que ahora tengo una opinión, que si no es diferente a lo que ya
creía, ahora me queda más que claro que la congruencia nos hace
fuertes.
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