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No puedo evitar compararlos. Hay algo en ellos que los hermana, que los emparenta. Cuando hablan, su lenguaje resulta igualmente extraño, esotérico, surreal, delirante. No importa que uno sea líder social y el otro director técnico de futbol… o al menos con esas banderas navegan ambos por este México mágico, cómico y musical.
Son Andrés Manuel López Obrador y Mario Carrillo, dos personajes extravagantes, beckettianamente absurdos, que han creado su propia realidad y tratan de que la otra realidad, la verdadera, se ajuste por fuerza a la que ellos se han construido. Podrían ser dos tipos raros pero inocuos. El problema, sin embargo, es que hay mucha gente que sigue creyendo en sus prédicas, en su discurso iluminado, en su mesianismo de novela de García Márquez.
¿Por qué continúan vigentes López Obrador y Carrillo, a pesar de que cada vez parecen más su propia caricatura? Ese es un misterio insondable. El caso es que todavía hay personas de buena fe que creen en el caudillo tabasqueño y lo siguen cual grey dócil y esperanzada, como las mujeres beatas que iban a la sombra del Anacleto Morones de Rulfo o las huestes sectarias y andrajosas que adoraban al Antonio Conselheiro de Vargas Llosa. De igual manera, existen directivos futboleros que continúan tragándose el cuento de que el
Capello es un gran entrenador y lo contratan en la creencia de que va a salvar a sus equipos (el ejemplo actual lo tenemos en el club Puebla, al cual don Mario llevó hasta a una bruja para que limpiara a los jugadores de las malas vibras).
Son cosas de risa. Cómo tomar si no la vacilada de Andrés Manuel, cuando quiso boicotear una reforma petrolera que sus propios aliados perredistas -¡y el mismo!- habían aprobado. Digo, la votación que se sacó de la manga el miércoles pasado por la noche tuvo que ser una gracejada. Imposible tomarla en serio.
Tal vez no hemos comprendido aún el papel que juegan estos dos folclóricos personeros del México actual y por eso sus dichos y sus hechos a más de uno nos causen, digamos, extrañeza. Veámoslos mejor desde su lado humorístico y tal vez hasta aprendamos a disfrutarlos.
*Publicado hoy en mi columna "Cámara Húngara" de
Milenio Diario.