martes, 24 de noviembre de 2009
Amigos y amantes*
“Debemos tener sexo para salvar nuestra amistad”.
Elaine Benes a Jerry Seinfeld.
En Seinfeld (capítulo “The Mango”).
Entre las peores palabras que una mujer le puede decir a un hombre -o viceversa-, se encuentran las que constituyen la fatal sentencia “Es que eres mi amigo”. Se trata de algo terrible, lapidario y casi siempre definitivo.
El tiempo y la experiencia me han llevado a la conclusión de que la relación ideal es la del amante-amigo. ¿Qué puede ser mejor que tener a una camarada a quien se ama (en todos los sentidos de la palabra) y por la que además se profesa una amistad a toda prueba? No me refiero a una novia o una esposa con la cual se haya establecido un “compromiso” (cualquier cosa que esto signifique), sino a una amiga de verdad. Ser amante de tus mejores amistades, sin afanes de propiedad o de exclusividad, me parece el estado ideal de las relaciones interiores.
Tengo la suerte de tratar con muchas mujeres y un denominador común en casi todas es la muy convencional idea de que, a como dé lugar, tienen que encontrar al hombre de su vida, ése que habrá de quedarse con ellas por siempre y que no las abandonará jamás. Si el tipo resulta un patán (como suele suceder) poco importa, con tal de que les otorgue la seguridad de no estar solas y de no mostrarse como "quedadas". Este sentir lo he descubierto incluso en jóvenes veinteañeras que se pasean por el mundo con patente de liberales y desprejuiciadas. Se encuentran secreta o abiertamente esperanzadas en la aparición de un príncipe azul que no habrá de llegar y al final terminan por entregar sus vidas al primer imbécil que promete bajarles -como dirían los clásicos- el cielo, la luna y las estrellas.
¿Está en la naturaleza femenina esa clase de expectativas? No lo creo. Más bien pienso que se trata de un convencionalismo social que se ha impuesto durante décadas, durante siglos incluso, y que la mayoría de las mujeres acaba por aceptar como algo inevitable. De ahí la existencia de tantas parejas mal habidas, infelices, frustradas…, aunque juntas (por fortuna no para siempre). Pero incluso cuando la cosa se tensa y se llega al rompimiento traumático (hay que ver cómo los procedimientos de divorcio se transforman en un infierno de egoísmos, odios y venganzas entre dos que estaban… enamorados), por alguna extraña razón las mujeres vuelven a abrigar la esperanza de dar –“ahora sí”- con el hombre ideal y vuelven a caer en el mismo pozo, al repetir un idéntico esquema.
Resulta cuando menos curioso, entonces, que esas mismas mujeres rechacen con tanta enjundia la posibilidad de ser más felices (o al menos menos infelices) mediante el sencillísimo expediente de renunciar al sentido de propiedad (es decir, a la idea de apoderarse de alguien o de que ese alguien se apodere de ellas) y aceptar que el verdadero amor es algo mucho más sencillo y libre y mucho menos elaborado y fantasioso.
Pongamos un ejemplo. Una mujer ha probado toda clase de fracasos con los diferentes sujetos con quienes ha sostenido relaciones “serias”. Despotrica contra los machos, los abomina, pero una y otra vez los busca para ser lastimada de nueva cuenta, en una masoquista espiral sin fin. Pues bien, esa misma mujer tiene uno o dos o más amigos con quienes se lleva de maravilla o con los cuales siempre se siente a gusto. ¿Por qué no profundizar y enriquecer esa amistad que nada pide a cambio con el ingrediente del amor sensual, del amor sexual? ¿No sería acaso la ecuación ideal: amistad más amor carnal, sin enamoramientos posesivos y desgastantes? La razón dice que sí, pero la reacción de la mayor parte de las mujeres es de horror ante semejante perspectiva. “¿Cómo voy a acostarme con mi mejor amigo?”, se dicen. “Dejaríamos de ser amigos”. Este es el punto en el cual me pierdo y no encuentro una explicación convincente. ¿Por qué mantener la separación entre la amistad y el sexo? ¿Por qué tantas mujeres prefieren tener sexo con personas dañinas y retroceden con espanto ante la posibilidad de tenerlo con quienes más amor y cariño les brindan, con quienes realmente se preocupan por ellas? ¿Por qué sostener el prejuicio de que el sexo acabaría con la amistad y no vislumbrar la probabilidad de que las cosas sean exactamente al revés y la amistad se vea potencializada al máximo? ¿No será que en el fondo del subconsciente colectivo persiste el arquetipo del sexo como algo sucio y pecaminoso y, de manera inconsciente, se cree que al mezclarlo con la amistad ésta quedaría manchada?
En fin, son las irracionalidades de las relaciones interiores, irracionalidades que una sociedad moralina e hipócrita, enemiga del verdadero amor, nos inyecta y nos hace absorber hasta el tuétano. “Ama a quien no lo merece y niégale tu amor a quien con sinceridad te quiere”. Esa parece ser la consigna y hay millones de mujeres y hombres que la siguen con absoluta ceguera en su largo y sinuoso camino hacia el despeñadero del desamor eterno.
*Publicado en La Mosca en la Pared y en este blog (julio 22 de 2007)
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3 comentarios:
Son ideales. La cosa es que como en muchos aspectos de la vida, las cosas no tienen que ser de cierto modo o de otro: simplemente son y ya. Con toda la confusión que genera el tema, yo llegaría a la conclusión de la imposibilidad de la perfección en las relaciones interpersonales. Pero el problema no es que éstas nunca lleguen a ser "perfectas", sino el paradigma que tenemos respecto de ellas: lo cierto es que no hay ninguna razón por la que DEBAN ser "perfectas" bajo ningún punto de vista.
no entendí el commet de arriba. yo solo opino que méxico sería un país mejor sin la iglesia, el américa y la música banda.
Hay un gran poblema a veces con la relaciones amigos-amantes y es que basado en experiencias personales, es que se puede perder esa perspectiva de ''dualidad'' con respecto a quien se emocione primero, es decir, todo es bueno siempre y cuando se mantenga en esa realidad de que la relación es pasional y amistosa que no implica el romance formal (o por lo menos lo que ella o él entienden por formal).
No obstante ese balance dependerá de la debilidad y la fortaleza por quien entiende de manera perspicua lo que ambos están compartiendo.
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