domingo, 29 de noviembre de 2009

¿Todo juego pasado fue mejor?*


Sería absurdo plantear que la manera como ahora juegan los niños -y aquellos que conservan un alma infantil (o infantiloide)- es mejor o peor que la que teníamos, en nuestros años tempranos, quienes nacimos de la década de los cincuenta hacia atrás. Sin embargo, existe un evidente rompimiento generacional en ese terreno, marcado sobre todo por la vertiginosa irrupción de la tecnología –en este caso la aplicada a los juguetes- de la década de los ochenta en adelante.
Nada tengo en contra de los cada vez más sofisticados juegos de video, los cuales son la dominante entre los niños, los jóvenes y los no tan jóvenes de hoy día. El que no me atraigan en absoluto y me parezcan terriblemente aburridos no es argumento suficiente para condenarlos. Tampoco el hecho de que no pueda entender la razón por la cual resultan tan fascinantes para millones de personas. La única objeción que tengo contra ese tipo de juguetes electrónicos o digitales (confieso mi ignorancia: no sé si son electrónicos o digitales o ambas cosas o ninguna de ellas) es la expresión corporal que muestran quienes los juegan. Esta expresión ocupa a todo el cuerpo (mismo que se tensa en forma por demás visible), pero se vuelve especialmente notoria en las manos y, sobre todo, en el rostro. En el caso de las manos, se transforman en terminales nerviosas cuyos gordos apéndices –los dedos pulgares- se mueven de manera frenética y angustiada. Pero es en la cara de sus practicantes donde más se refleja el efecto de estos instrumentos de presunta diversión. Yo no sé si ellos mismos se hayan visto alguna vez en el espejo mientras juegan lo que alguna vez fue Atari, luego Nintendo y más tarde una serie de marcas cuyos nombres jamás retengo, pero que se vuelven obsoletas cada determinado tiempo. Es esa mirada vacía la que me espanta. Esos ojos vacunos, fijos en una pantalla y que reflejan un estado de enajenación mental que no logro comprender. Es esa boca transformada en mueca grotesca (algunos sacan la lengua), son esos músculos faciales endurecidos por un estado de tensión que no consigue sino impresionarme. Es una expresión que vi en mis hijos cuando eran niños y que veo en algunos amigos ya treintones o cuarentones (y también, por cierto, en muchas amigas a la hora de sumergirse en sus teléfonos celulares para enviar misteriosos mensajes escritos).

Tal vez mis impresiones sobre los juegos de video sean muy superficiales y se deban a mi ignorancia sobre sus enormes virtudes. Puede ser. No obstante, dichos juegos me parecen parte de un embate tecnológico en contra de la cultura humanista y en favor del aislamiento y la fragmentación personales. Por supuesto que algunos fanáticos de estos instrumentos siguen siendo lectores (y hasta autores) de libros, pero representan una muy triste minoría. La gran masa adicta a los videogames no es precisamente aficionada a la lectura y vive en una alarmante desconexión con la realidad y las distintas maneras de interpretarla.
¿Entonces todo tiempo pasado fue mejor? No lo sé. Provengo de una generación cuya infancia se desarrolló sin juegos de video, internet, videocaseteras, cámaras digitales, discos compactos, DVD, televisión por cable o vía satélite, incluso en un principio sin televisión a color, cassettes de audio o radio en FM. Jugábamos carreteritas, vaqueritos, escondidillas, rondas infantiles, futbol callejero (“coladeritas”), juegos escritos (“Basta”, “Ahorcado”, “Gato”, “Timbiriche”), juegos de mesa (“Serpientes y escaleras”, “Oca”, “Lotería”, “Damas chinas”, “Turista”), en fin. Digamos que eran juegos sencillos y hasta limitados, pero que por lo mismo requerían un más amplio uso de la imaginación y poseían un mayor sentido lúdico y, debo decirlo, jamás vi una expresión de ausencia mental en los ojos de alguno de mis compañeros de juego.

*Texto publicado a mediados de 2005 en la revista Complot. Debo decir que sigo pensando lo mismo en un noventa por ciento.

4 comentarios:

HERO dijo...

Tienes razón en lo que escribes Hugo, lo más probable es que tus impresiones se deban a tu ignorancia.

Beto dijo...

Coincido con Saúl

Antonio Martínez dijo...

Yo también tengo muy mala mano en los video juegos: lo más que he jugado en maquinita es el Rival Schools y no soy tan clavado aunque ya lo he podido ganar sintanta moneda, pero me ha tocado ver adolescentes cuyas reacciones, a la hora de jugar, me asustan.

Creo que existe una película de trerror que trata de un muchachito que acaba siendo absorbido por una máquina y lo convierte en un avatar. No me acuerdo cómo se llama el filme.

Su Satánica Majestad dijo...

También hay un chingo de roqueros que a la hora de hacer un solo de guitarra hacen unas jetas tremendas, como de que los están violando o algo así.