lunes, 20 de octubre de 2014

Un "Ojo de mosca" de 2002

El final (¿apoteósico?) de la más reciente entrega de premios MTV al pop y al rock “latinos” fue una imagen perfecta de la actual situación de eso que muchos insisten en llamar música juvenil. La conjunción (¿fue fusión?, ¿fue crossover?) entre Kinky y Paulina Rubio resumió más que mil cuartillas escritas lo que es el rockcito que se hace en México y otros países de habla hispana: un híbrido promiscuo e insustancial.
  MTV se ha salido finalmente con la suya: convertir a una música que se supondría rebelde e inconforme en un medio de enajenación y estupidización absolutas. Ver a eminencias roqueras (es un decir) como Alejandro Lora y Café Tacuba compartir escenario, felices de la vida, con Shakira, Avril Lavigne o Nick Carter, ya ni siquiera da grima o vergüenza ajena, sencillamente permite constatar que cierto rock huele demasiado mal. Ver a un público joven que grita como oligofrénico a la menor provocación y se desvive por salir a cuadro cada vez que la cámara de televisión hace un rápido paneo, es algo que provoca cuando menos azoro. ¿Por qué aúllan a cada momento? ¿Por qué agitan los brazos cual descerebrados? ¿Por qué obedecen las órdenes de los floor managers o los animadores que les dicen cuándo aplaudir, cuándo silbar, cuándo berrear?
  No nos engañemos: buena parte de la juventud mundial está perfectamente adocenada y responde a estímulos visuales y sonoros que no pasan por el razonamiento. Y esto se aplica no sólo a los pobres jovenzuelos trepanados por MTV y otros medios electrónicos, sino también a aquellos que han sido adoctrinados ideológicamente para convertirse en idiotas útiles a las más diversas causas políticas o religiosas. En el fondo, hay muy poca diferencia entre un teleadicto que atiborra su cabeza de videos y un fanático capaz de matar inocentes o autoinmolarse en nombre de una doctrina de izquierda o de derecha. Ambos carecen de opinión propia, de capacidad de discernimiento, de independencia crítica. Forman parte de una masa. Y si de algo hay que desconfiar siempre es precisamente de la masa.

(Publicado originalmente en el editorial "Ojo de mosca" de La Mosca en la Pared No. 64, de diciembre de 2002)

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