En medio de la profunda oscuridad y la oscura profundidad que vive nuestro país en estos aciagos y delirantes días, de pronto sucede por ahí algún hecho que sirve para documentar un optimismo cada vez más endeble. Por eso, en esta ocasión no quiero referirme a la malhadada Cuarta Transformación, al menos no directamente, o a la polarización rampante que amenaza con hacer pedazos a eso que algunos llaman el tejido social, sino escribir acerca de un hecho feliz (todavía los hay en este México de mis entuertos): la entrega del Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura a Guillermo Sheridan, un autor no precisamente bien visto por el actual gobierno.
El premio le fue otorgado por la Universidad de Guanajuato y me parece perfectamente merecido. Pocos escritores mexicanos han absorbido la espléndida influencia de Ibargüengoitia como Sheridan, tanto en su narrativa (con narrativa me refiero al género literario que engloba a la novela y el cuento y no a esa infame adaptación del término inglés narrative que se usa tanto hoy día en los medios, para referirse al relato de algún hecho o de alguna circunstancia, es decir, a particular way of explaining or understanding events), como en sus artículos periodísticos. Sin ser un imitador del escritor guanajuatense y con un estilo absolutamente propio, Sheridan emplea el humor crítico y la ironía puntual para poner en evidencia al poder político y cultural, sin importarle lo que él mismo ha llamado “la gazmoñería de la corrección política”, en un momento en el cual se quiere convertir a la risa en “proclama de la buena conciencia” y en un instrumento que busca “predicar para convencidos”.
Por supuesto que la obra de Guillermo Sheridan (Ciudad de México, 1950) es más vasta y no se limita al sentido del humor. Su trabajo con la poesía mexicana es admirable y también por eso se le otorgó ese premio. Ahí están, entre otros, libros extraordinarios como Los Contemporáneos ayer o Un corazón adicto. La vida de Ramón López Velarde y otros ensayos afines, pero también su novela El dedo de oro y multitud de artículos publicados en diversos medios, hoy día sobre todo en El Universal y Letras Libres.
En estos momentos históricos, escritores como Sheridan son esenciales, tanto haciendo libros como pergeñando columnas políticas (y ahí yo sumaría al gran Gil Gamés). El humor es un arma muy efectiva contra los gobiernos con tendencias autoritarias y hacerlo valer resulta imprescindible, más ahora que los supuestos humoristas políticos han doblado las manitas frente al nuevo poder y se hincan en adoración vergonzante ante el Gran Tlatoani, a pesar de los increíbles yerros e incongruencias que el actual gobierno comete cada día.
Enhorabuena para Guillermo Sheridan y el Premio Jorge Ibargüengoitia. Que el autor de Paseos por la calle de la amargura y otros rumbos mexicanos lo haya recibido es una de las pocas buenas noticias de estos inenarrablemente narrables ciento veintitantos días de surrealismo total.
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