jueves, 4 de abril de 2019

Entrevista a Pablo Majluf


Pablo Majluf (Ciudad de México, 1984) es uno de los más jóvenes analistas políticos del México actual. Periodista, articulista en el diario Reforma y la revista Letras Libres, también es profesor en el Tecnológico de Monterrey. Es autor del libro ¡Cállate chachalaca! Los enemigos del debate en México (Editorial Colofón, 2017) y con él es la siguiente entrevista.

¿Cómo consideras los primeros cien (y un poco más) días de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador?
Me parece que lo que estamos viviendo no es una transición normal de gobierno; no es un cambio de administración como al que se nos tenía acostumbrados. Yo creo que es un cambio de régimen y así lo debemos entender, ese es el proyecto. No es una conjetura mía. El mismo presidente López Obrador lo ha expresado en innumerables ocasiones: se trata de un cambio de régimen. A la luz de eso, se pueden entender los primeros cien días. ¿Qué tienes que hacer para construir un régimen nuevo? Pues destruir el anterior. Creo que estos primeros días del nuevo gobierno están marcados por un paso veloz hacia la consecución de ese objetivo. Primero destruir y luego ya veremos si construir algo. Pero a la luz de la construcción de un nuevo régimen, observamos un intento de concentración desmedida de poder, es decir,  eliminación de contrapesos y de oposición; denostación de adversarios y de críticos; ataques a la prensa, a la Suprema Corte de Justicia, a los institutos autónomos, a la sociedad civil; hay una defenestración incipiente de la burocracia; hay un nuevo pacto de capitalismo de compadres con ciertas cúpulas empresariales. Si vemos esto, además, en un contexto internacional, me parece que se sigue un manual muy al pie de la letra de otros presidentes homólogos. Particularmente me resultan muy claros tres casos: el de Víktor Orbán, en Hungría, el de Jaroslaw Kaczynski, del Partido Ley y Justicia, en Polonia, y a la luz de un artículo que escribió el maestro Fernando Escalante, el de Recep Tayyip Erdogan, en Turquía. Todas las acciones que acabo de nombrar, las ha seguido por ejemplo Orbán, en su camino hacia una autocracia prácticamente inamovible y que el propio Orbán llama una democracia iliberal.

¿En qué consiste esa democracia “iliberal”?

Se trata en esencia de una celebración simulada de elecciones, pero sin condiciones equitativas, sin información, con consultas a modo. En el caso de Erdogan, éste se basa en tres instituciones cerradas: la Iglesia, la familia tradicional conservadora y el ejército. Para resumir, creo que en los primeros cien días de gobierno de López Obrador hemos visto el intento de desmantelamiento del régimen anterior a cambio de uno nuevo, híper presidencialista, centralista y con pulsiones autoritarias.

¿No nos recuerda esto al viejo PRI hegemónico de los años sesenta y setenta?
Claro, esa idea del viejo PRI se puede restaurar. De hecho, todo lo que acabo de describir es en varios aspectos una restauración al menos del elemento hegemónico, esa intención de permanencia intersexenal en el poder que parece estar en este nuevo proyecto. Se puede interpretar al interregno neoliberal de 1982 a 2018 como una isla, una interrupción entre los reinos, y si resulta exitoso el esfuerzo restaurador de un régimen hegemónico transexenal, sí lo podríamos contemplar como un resurgimiento del viejo PRI. Además, hay otros elementos de nuestra propia tradición de cultura política que provienen de manera clarísima de ese PRI: el nacionalismo revolucionario, el caudillismo, el estatismo, el corporativismo.

Mencionas como homólogos de AMLO a los líderes políticos de Hungría, Polonia y Turquía. Sin embargo, lo más común ha sido compararlo, homologarlo, con gente como Hugo Chávez, Nicolas Maduro, Evo Morales, el propio Fidel Castro.
Yo veo a Andrés Manuel López Obrador mucho más cercano al modelo de las demagogias europeas y ahí además meto a Donald Trump, aunque éste opera en un sistema totalmente distinto, donde sí existen contrapesos institucionales. Pero creo que López Obrador es parte de esa ola de demagogia global. El suyo me parece un proyecto muchísimo más cercano al de Orbán, Kaczynski y Erdogan que al de Fidel o Maduro. Aunque claro que sí tiene elementos de los caudillos latinoamericanos, eso es innegable. Pero me parece que hay rasgos muy distintos. En el proyecto bolivariano, comandado por Cuba, hay un trasfondo predominantemente marxista y aunque hay teóricos, como Jorge G. Castañeda, que identifican eso en López Obrador, yo no estoy muy seguro de ello. López Obrador, por ejemplo, se lleva bien con los grandes empresarios. Yo veo mucho más clara la idea de establecer una democracia iliberal, el estilo de las que ya mencioné de Europa del Este e incluso de Rusia, si bien la analogía, la equiparación, no es perfecta.

¿No hay en todo ello muchos elementos confusos y entremezclados de izquierda y de derecha?
Exacto, hay muchos elementos de derecha en López Obrador, como esa concepción muy tradicional que tiene de la familia, la religiosidad, ciertas ideas anacrónicas en cuanto a los derechos sexuales, sus alianzas con partidos ultraconservadores y evangelistas… Pero la pulsión primaria es la demagogia. No me parece que haya en él una distinción entre derecha e izquierda. Eso es lo de menos.

Decías que esta idea de democracia iliberal se basa en tres pilares y que uno de ellos es el ejército. ¿Cómo  explicar el establecimiento de la Guardia Nacional que justo acaba de ser aprobada por los 32 congresos estatales? Porque un momento clave durante la campaña presidencial fue la reunión a puertas cerradas que tuvo AMLO con el entonces secretario de Defensa, el general Salvador Cienfuegos, luego de la cual López Obrador cambió por completo su visión crítica de las fuerzas armadas, a las que hasta ese momento había tildado de corruptas y asesinas.
Sólo se puede especular sobre lo sucedido en esa reunión. Los presidentes pasados también tuvieron esas reuniones previas a la toma de posesión. Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto también salieron muy asustados de ellas. Eso nos puede llevar a especular si los generales son los que ponen las condiciones a cambio de lealtad. Una posibilidad es que los generales hayan dicho a López Obrador: “A ver, qué bien que ganó usted, pero las armas las tenemos nosotros”. De ahí salió la portada de la revista Proceso con el titular “AMLO recula” y muchas otras fuentes lo confirmaron. Pero hay otra posibilidad –y quiero dejar muy en claro que se trata de una mera especulación–, la posibilidad de que López Obrador ya tuviera premeditado el proyecto de construcción de un régimen sin contrapesos, híper centralista, híper presidencial, y que se haya dicho que para ello necesitaba al ejército. Pero no sabemos qué pasó. De hecho, la pirueta que se aventó fue un giro de 180 grados. Porque durante doce años estuvo hablando de regresar a los militares a los cuarteles. Fue tan radical el cambio que nos orilla a este tipo de especulaciones.

¿Cuál es tu visión sobre la Guardia Nacional?
Pues mira, yo no conozco a ningún analista, a ningún periodista, a ningún académico, a ningún intelectual, incluso a ningún especialista en seguridad que la considere una buena idea. Ahora bien: la Guardia Nacional como finalmente quedó es el menos peor de los escenarios respecto al planteamiento original. El proyecto original era una verdadera amenaza a las libertades civiles de la república y lo que se aprobó en las cámaras legislativas es algo mucho más suavecito y que en el mejor de los casos lo único que hace es mantener la misma política que se había manejado, con un cambio de nombres. En esencia, es una política de seguridad similar a la de los últimos doce años. Con ese actuar, no parece haber alguna indicación que pudiese sugerir que la violencia va a disminuir. En el peor de los casos, hay figuras siniestras como la prisión preventiva oficiosa o que, ya que la Guardia Nacional tiene un límite de cinco años, esto es nada más comprarle tiempo al presidente para poder extender esa duración en un proyecto transexenal. Pero dentro de los mundos que preveíamos, cuando menos se legisló el que parecería ser el menos malo, gracias a la presión de la sociedad civil, gracias a la presión de le exigua oposición, gracias a la presión de ciertas negociaciones. Yo creo que si fuera por López Obrador, tendríamos su propuesta original: esa Guardia Nacional que era un verdadero esperpento, un monstruo muy peligroso.

El presidente acaba de declarar que el suyo no es un gobierno de ocurrencias, ¿crees que sí lo sea o que existe realmente un proyecto estructurado para su gobierno?
Yo creo que es una combinación. En el diseño de política pública, me parece que es muy ocurrente y que no cree en la idea de diseñar proyectos perfectamente estructurados. Es un presidente que gobierna por decreto, día a día. No cree en el expertise, lo cual forma parte del nuevo lenguaje demagógico global: el antiintelectualismo, el desprestigio de los especialistas por considerarlos élite.  En ese sentido, me parece que es alguien que desprecia la política pública de diseño. Ahora, en cuanto a su proyecto de consolidación para la permanencia en el poder y para la concentración del mismo, me parece que López Obrador es un político muy astuto, con un gran plan al respecto y que lo ha meditado, lo ha concebido, lo ha imaginado, lo ha proyectado y eso lo confirman estos ciento y pico primeros días. Está haciendo todo lo posible por consolidar ese proyecto.

Está el caso de los superdelegados estatales, por ejemplo.

Claro, eso no se les ocurrió de repente en una mesa, eso tiene toda una forma, todo un diseño. Por eso María Amparo Casar llama a AMLO el gran tecnócrata electoral. Andrés Manuel tiene experiencia en la creación de clientelas, en la creación de corporaciones. Lo hizo en el Distrito Federal de manera muy exitosa. Sabe que no puede gobernar sin esas estructuras.

¿Qué opinas de la gente que conforma su gabinete?
Su gabinete es una demostración de que no cree en los expertos. Pero piénsalo: si tu proyecto es de consolidación de poder y de crear un nuevo régimen centralizado, pues son preferibles los tontos leales, inexpertos pero obedientes, que los expertos críticos o los técnicos desobedientes.

El nombramiento de Yasmín Esquivel como ministra de la Suprema Corte de Justicia podría ser un ejemplo de contar con gente leal y obediente. ¿Qué piensas de ese hecho?
Que es terrible. Me parece que ese probablemente ha sido el golpe de mayor injerencia presidencial en estos cien días. No es algo ajeno a otros tiempos. También lo hizo Enrique Peña Nieto. Pero aquí lo que hay es una gran hipocresía, una gran incongruencia, por el discurso que ha manejado López Obrador. Lo sorprendente es que no pasa nada. Ahora bien, esto es radicalmente diferente y más grave que lo de Peña, porque aquí estás hablando de la esposa del contratista predilecto del presidente por muchos años, desde la época de los segundos pisos del Periférico. No tengo información de que los ministros propuestos por Peña Nieto presentaran un nivel de conflicto de interés como este. Eso por una parte. Por la otra está el perfil de la propia Yazmín Esquivel, quien es una mujer ultraconservadora que nada tiene que ver con el perfil progresista con el que Andrés Manuel se vendió al pueblo. Es una mujer de otro tiempo.

Ya para terminar: las encuestas dicen que el presidente López Obrador tiene un 80 por ciento de aprobación popular, aunque en las redes sociales no se ve lo mismo. ¿Crees que esa luna de miel entre el presidente y la gente vaya disminuyendo con el tiempo y que surja la decepción?
Hay algo que debemos advertir. Ahorita los voceros del régimen se refugian mucho en ese nivel de aprobación. Pero hay ahí una falacia lógica. Esa aprobación no tiene que ver con que las medidas que se estén tomando sean buenas o que en la proyección a largo plazo vayan a terminar surtiendo un efecto positivo. Todos los presidentes mexicanos de los últimos años han terminado con menor aprobación de con la que empezaron, porque el poder expone, el poder desgasta. Y no es inusitado un nivel de aprobación como este. Salinas y Fox andaban por el mismo al empezar sus gobiernos. Lo peligroso es el nivel de expectativa que generó López Obrador, porque prácticamente vendió el paraíso. Había ahí un componente de redención casi mesiánica, de “al día siguiente este será otro país”, lo cual es demagogia absoluta. Sabemos que los países se construyen en décadas, si no es que en siglos. Me parece que sí hay el riesgo de una gran desilusión. Ahora bien, la demagogia funciona de maneras misteriosas, es decir, en la demagogia y con los recursos de la posverdad, sí puedes tener a un pueblo embobado durante muchos años. Incluso puedes usar las adversidades a tu favor. Hay quienes dicen que la gente reaccionará cuando se le pegue en el bolsillo. Quién sabe. A veces ese tipo de crisis, en tiempos de demagogia, son benéficas para el demagogo, porque puede erigir nuevos enemigos, inventar nuevas narrativas, y Andrés Manuel es muy bueno para las narrativas, es muy bueno para contar cuentos. Sin embargo, sí existe el riesgo de la desilusión y el desplome, lo cual es gravísimo porque los electores le apostaron todos los huevos de la canasta a la propuesta lopezobradorista y me preocupa mucho el terrible golpe de realidad que pueda ocurrir.

(Entrevista que me publicó este día el semanario Hoy, suplemento en español del diario estadounidense Los Angeles Times)

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