lunes, 1 de abril de 2019
Vega-Gil
Conocí a Armando Vega-Gil en 1993, cuando Xavier Velasco nos lo
recomendó, a quienes preparábamos la salida de La Mosca en la Pared, y
lo invitamos a colaborar. Nos propuso sus "Memorias de un
Guacarroquer", quizá la columna más políticamente incorrecta en la
historia del periodismo mexicano, y su primera entrega apareció en el
No. 1 de la revista, en febrero de 1994. Para entonces, Armando ya era
el bajista en la primera versión de mi banda de blues, Los Pechos
Privilegiados. Lo fue durante los seis o siete meses que duró aquella
experiencia. A partir de ahí lo traté a lo largo de varios años, ya que
éramos parte de un núcleo de amigos y amigas realmente inolvidable.
También lo veía muy seguido en las siempre divertidas presentaciones de
El Palomazo Informativo. Nos empezamos a distanciar, sin haber peleado o
discutido nunca, a partir del 2006, por mis críticas a López Obrador.
Fue eso simplemente, un distanciamiento. La última vez que lo vi fue en
2009, en una celebración del programa de radio El Hueso. Sólo nos
saludamos. Son muchos más los buenos que los malos recuerdos que guardo
de Vega-Gil y con esos me quedo hoy que me entero de su trágico
suicidio, motivado por un entorno general desquiciado y descompuesto.
Descansa en paz, estimado Armando.
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