Con profunda tristeza me entero de la muerte de mi querida amiga Mayra Inzunza, quien fuera colaboradora de La Mosca en la Pared y con quien llegué a colaborar cuando ella dirigía la revista Complot. Mayra apenas tenía 43 años (hubiera cumplido 44 en septiembre) y aunque hacía mucho tiempo que no sabía de ella, la noticia me estremeció y me dejó helado. Sobrina de don Raúl Prieto Río de la Loza, el gran Nikito Nipongo, a quien también tuve el privilegio de conocer, era una talentosa escritora, editora y crítica de literatura. En 1998, me hizo el favor de escribir una reseña de mi novela Matar por Ángela que se publicó en "El ángel" del periódico Reforma. Descanse en paz esta tan bella persona. Vaya un fuerte y sentido abrazo para toda su familia.
He aquí su texto sobre mi libro.
Humberto Gazca es un crítico de rock tan profundo que malsanamente enamorado de su fotógrafa, ninfa finisecular lo suficientemente homófila o de plano homólatra como para aceptar los favores de cualquiera, hállese en apuros o no. Angela iría en pos de todos menos del periodista, quien un mal día, luego de haber depositado sana y salva a su amada en casa la noche anterior, dejándola con otro, Gazca será devuelto súbitamente a la realidad con timbrazos del teléfono que le anuncian la bancarrota de cierta revista para la que colabora y entonces el igualmente escritor de historietas decide hacer frente a su mala suerte encargándose de su destino arma en mano.
Otelo a la mexicana dispuesto a acabar con cada uno que se cruce en su camino hacia Angela, su historia misma da nombre a la novela que la narra. Matar por Ángela, de Hugo García Michel, es una travesía fáustica cuyo terrenal protagonista deberá atravesar un infierno que el autor describe con lo cálido y húmedo del humor: Gazca parece haber sorteado las peores aventuras sólo para recobrar la experiencia verbalmente pues la amada, simbólicamente llamada Ángela, se le revela intangible, un ángel y no precisamente altruista, no al menos hacia él. Y eso que el diablo en persona se le aparece a Gazca, quien no sabrá si la muerte de sus rivales será una suerte de designio divino o bien mera coincidencia.
Antihéroe con pretensiones heroicas, discípulo muy menor del diablo que ni siquiera logra acabar personalmente con sus rivales pues, cuando no llega tarde a la cita con su destino, el destino mismo parecería serle arrebatado. Hasta que, con ese buen final que denota una construcción bien planeada, la picada que ya se olfateaba irrefrenable logra sorprendernos.
Leer Matar por Angela podría recordarnos lo tortuoso de Juvenal Acosta, el carácter reflexivo de Ríos Gascón, el tono desenfadado que Jordi Soler explota, la ocurrente comicidad vista en Las vocales malditas y hasta visos de la imaginación desbordante con que Sheridan escribió El dedo de oro. Todos estos autores poseen en común cierto afán lúdico y García Michel también gusta de jugar, a su particular modo. Este libro se encuentra estructurado en capítulos a la usanza antigua, que anuncian lo que contarán en subtitulares larguísimos. Se halla también presente una mezcla de voces del relato pues alternan las tres primeras personas del singular, y ha sido escrito con un lenguaje que va de los cultismos en desuso al coloquialismo estilo José Agustín, cuya abundancia, aunada al descripcionismo con que García Michel dibuja esos cuadros de costumbres defeños, hacen de Matar por Angela una obrita colorida, popular en el sentido pintoresco de Ensalada de pollos. Véanse también las alusiones a Sergio Monsalvo, Víctor Roura, un Monsiváis espurio, la fugaz aparición de un posible Trolebús. Se enarbolan jeremías sobre la oquedad de nuestra producción musical nacional y se lanzan diatribas a los periodistas del mismo género, en una deliciosa evocación de su fanfarronería que aplaudimos a García Michel, pues consigue no justificarla mediante argumentos de peso como sería lo miserable de los sueldos que la mayoría de dichos reporteros perciben. Postura cuestionadora, desconfiada ante todo, cínica, lo paradójico de esta historia, protagonizada por un crítico de rock que intuimos posible alter ego de su autor, reside en que lo más disfrutable sea su ritmo narrativo: veloz o en ralenti, pero siempre en armonía con la anécdota contada.
Aunque tal vez no exista paradoja alguna y se trate de la sempiterna presencia del ruido, una suerte de poética de los sonidos que incesantemente nos hallamos obligados a oír en esta ciudad de gritos que tanto se asemejan al silencio, en el sentido de que poco nos permite poseer una voz personal, ya no digamos escuchar otros pensamientos, aquellos que se dicen propios.
Hugo García Michel. Matar por Angela, Sansores y Aljure. México, 1997. 247 pp.
Por Mayra Inzunza
"El ángel" de Reforma
(06 Septiembre 1998)
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