La cinta toca el tema del doble que en la literatura abordaron lo mismo Dostoievsky que Allan Poe, por medio de dos jóvenes veinteañeras idénticas, Werónica y Veronique, la una polaca, la otra francesa, que no se conocen y no saben una de la otra, aunque el destino hace que se crucen un día en la ciudad de Cracovia, pero sólo una de ellas ve a la otra... por el momento.
No revelaré la trama, si es que en verdad hay una trama. Porque las historias de ambas mujeres, las dos con vocación por la música, son bastante cotidianas y no hay en sus vidas grandes acontecimientos. Las dos son frágiles e introspectivas, amantes de su entorno y de sus familiares y amigos más próximos. Las dos presienten la existencia de "la otra", pero no saben explicarla. Una de ellas muere de manera intempestiva y la otra la descubre en una fotografía que ella misma tomó tiempo atrás y que la hace sumirse más en la melancolía.
Cine de arte por excelencia y en el mejor sentido del término, La doble vida de Verónica es un filme que casi debe contemplarse como se contempla una pintura... o una serie de pinturas, porque cada encuadre, cada secuencia, son de una hermosura inaudita. El ritmo es calmo y se producen hechos que en la realidad real podrían ser poco creíbles, pero que en la atmósfera de la película uno como espectador los acepta aun cuando incluso no llegue a comprenderlos. Porque, además, a Kieslowsky no le interesa explicárnoslos.
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