Después de años de querer hacerlo, luego de varios intentos que se quedaron en las primeras páginas, al fin leí Lolita, la emblemática novela que Vladimir Nabokov escribió en 1955, el año en que yo nací.
Fue una lectura por momentos (los más) abrumadora e intensa y por momentos (los menos) tediosa y cansada. No puedo decir que me pareció una de las mejores novelas que he leído en mi vida, pero sí que es un grande y largo relato que está más centrado (mucho más) en la personalidad obsesiva de su personaje principal y narrador omnisciente, Humbert Humbert, que de la propia Dolores Haze, la niña de doce años de la que se enamora perdidamente este profesor de origen europeo, quien decide seducir y casarse con la madre de la niña con tal de estar cerca de ésta, su nínfula (término al parecer inventado por el propio Nabokov).
Quiere el destino que la señora Haze muera al poco tiempo, arrollada por un automóvil al salir furiosa de su casa, luego de descubrir que su esposo tiene intensos deseos sicalípticos para con la infanta, y como Humbert es el padrastro de Dolores, de Lolita, de Lo, el hombre aprovecha la situación para mostrarse ante la sociedad como su protector paterno, aunque casi de inmediato establece una relación sexual con la menor y se la lleva a un largo recorrido, de dos años, por todo el territorio estadounidense. No seguiré contando lo que pasa después, para no ser tan spoiler, pero a partir de que ella se escapa de su tutela y él se dedica a buscarla por años, la novela cae en un marasmo que sólo recupera la chispa cuando él la encuentra al fin, ya de 17 años, casada y embarazada, viviendo en la pobreza.
¿Me gustó el libro? Sí, pero no me entusiasmó demasiado. Quizás esperaba más de él, aunque sé que el estilo de Nabokov es ese, bastante denso en muchos momentos, con largas disquisiciones que no son del todo amenas.
Por último, he aquí una buena definición del personaje de Humbert que hace Juan Bonilla, el autor del prólogo en la edición que leí:
“Es alguien que no sabe contener su pasión, que es capaz de perderlo
todo por conseguir lo que ama, a pesar de que no ignora que lo que ama
es agua que puede contener entre las manos sólo unos segundos y que
acabará resbalando, dejándole tan sólo en la piel un rastro de humedad”.
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