Ennio Morricone, uno de los más grandes compositores italianos contemporáneos, falleció la madrugada del pasado lunes 6 de julio, a los 91 años de edad. El autor de algunas de las bandas sonoras más célebres de la historia del cine murió en una clínica de la ciudad de Roma, debido a complicaciones surgidas a raíz de una caída que le fracturó el fémur.
A manera de despedida, el músico dejó una carta obituario, con la instrucción de que fuese publicada en la prensa de su país después de su deceso. La misiva fue leída ante los medios por su abogado y gran amigo, Giorgio Assumma.
Hijo de un trompetista, Morricone nació en 1928, en el seno de una familia de clase media baja. Su padre solía tocar en clubes nocturnos, como parte de una orquesta, y fue él quien lo inició en la música y lo ánimo a componer cuando el niño apenas tenía seis años de edad. Ya en la adolescencia, Ennio ingresó al Conservatorio de Música de Roma y pocos años después empezó a trabajar como arreglista de canciones comerciales en el sello RCA Victor. De ahí pasó al cine y comenzó a escribir música para películas. Fue entonces que conoció al realizador Sergio Leone, con quien formaría una mancuerna legendaria.
Leone estaba fascinado por el tema “Degüello”, de la banda sonora de Dimitri Tiomkin para la cinta de 1959 Río Bravo, de Howard Hawks, y pidió a Morricone que compusiera algo parecido para su western (o spaghetti western) Por un puñado de dólares, de 1964. La pieza se convirtió en el tema principal de la película. Director y compositor no se separaron y alcanzaron su cúspide fílmica y musical con la hoy clásica El bueno, el malo y el feo (1969) y la composición “The Ecstasy of Gold”.
A partir de entonces, surgieron en Italia y el mundo entero imitadores del estilo creado por Morricone (muy distinto al de Tiomkin). Sin embargo, el romano evolucionó hacia otros estilos y empezó a trabajar con nuevos cineastas italianos, como Sergio Corbucci, Sergio Sollima, Gillo Pontecorvo, Elio Petri y el francés Henri Verneuil. Pero su paso a la internacionalización se dio cuando creó la música de la cinta Novecento (1976), de Bernardo Bertolucci.
Su llegada triunfal a Hollywood se produjo con la composición de la banda sonora de Días del cielo (1978), de Terrence Malick. Fue su primera nominación al Oscar, aunque no lo ganó.
Para la década de los ochenta, el trabajo no le faltaba y en 1984 escribió la finísima partitura de la grandiosa Érase una vez en América, otra vez al lado se Sergio Leone. La consagración llegaría a las manos del gran Ennio dos años más tarde, gracias a la música de La Misión, dirigida por Roland Joffé. A decir del crítico español Juan Carlos Jiménez, “esta es una de las grandes bandas sonoras de todos los tiempos y sería una obra de referencia para nuevos compositores como Hans Zimmer”.
Vendrían colaboraciones con Brian de Palma (Los intocables, de 1987) y Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso, de 1988). Morricone estaba en lo más alto de su carrera y su fama y para fines de los ochenta y principios de los noventa vinieron trabajos que consolidaron su prestigio, como Búsqueda frenética de Roman Polanski (1988), ¡Átame! de Pedro Almodóvar (1990), Bugsy de Barry Levinson (1991), En la línea de fuego de Wolfgang Petersen (1993) y Lobo de Mike Nichols (1994).
En 2006, Ennio Morricone recibió un Oscar, galardón que se le había negado tres veces, aunque se trató de un trofeo honorífico que celebraba toda su obra. No obstante, en 2013 Quentin Tarantino convenció al compositor italiano de realizar la banda sonora de su cinta Django desencadenado y más tarde de Los ocho más odiados (2015), trabajo este último que le concedió por fin el tan negado premio de la Academia.
La sorpresiva muerte de Morricone en estos tiempos de pandemia y de confusión, de crisis generalizada en el mundo, duele por la trascendencia y la nobleza humana del personaje. Su repercusión en el cine del siglo pasado y parte de este es innegable. Tanto que hubo películas que para atraer al público, además de anunciar a su realizador y sus actores, resaltaban que la música era del gran Ennio, cuyos trabajos también se han presentado (y se seguirán presentando) en salas de concierto, al lado de las obras de Mozart, Beethoven, Brahms y tantos otros genios de la música.
Para terminar, he aquí la emotiva y conmovedora carta que poco antes de morir escribió Ennio Morricone para los suyos y para el mundo.
Yo, Ennio Morricone, he muerto. Lo anuncio así a todos los amigos que siempre me fueron cercanos y también a esos un poco lejanos que despido con gran afecto.
Pero un recuerdo particular es para Peppucio y Roberta, amigos fraternos muy presentes en estos últimos años de nuestra vida.
Hay solo una razón que me empuja a despedirme de este modo y a tener un funeral privado: no quiero molestar.
Saludo con mucho cariño a Inés, Laura, Sara, Enzo y Norbert por haber compartido conmigo y con mi familia gran parte de mi vida.
Quiero recordar con amor a mis hermanas Adriana, Maria y Franca y sus seres queridos y hacerles saber cuánto las quise.
Un saludo lleno, intenso, profundo a mis hijos Marco, Alessandra, Andrea y Giovanni, mi nuera Mónica y a mis nietos Francesca, Valentina, Francesco y Luca.
Espero que entiendan cuánto los he amado.
Por último María (pero no última). A ella renuevo el amor extraordinario que nos ha mantenido juntos y que lamento abandonar.
Para ella es mi más doloroso adiós.
(Publicado el día de hoy, con mi sinónimo Julián Sorel, en la sección "Acordes y desacordes" de la revista Nexos)
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