
No voy a caer en el lugar común de decir que "es mi más grande compañera" o que "ninguna mujer ha sido tan fiel como ella", etcétera. La verdad es que tengo excelentes amigas, a quienes quiero, amo o de plano adoro. Sin embargo, mi guitarra (o mis guitarras) constituyen una parte fundamental de mi vida.
La primera que tuve y que aún conservo se llama Olivia. Llegó a mis manos en 1969, cuando yo tenía catorce años, y fue con ella y en ella que aprendí a tocar. Me la regaló mi prima Irma (del lado de los Michel), quien la tenía arrumbada en su casa, y es curioso, porque le puse Olivia en honor a mi primer gran -aunque platónico- amor: Irma Olivia (dos Irmas tuvieron que ver, pues, con esa guitarra). Traía una calcomanía de los Juegos Olímpicos de 1968 que todavía conserva, aunque muy desgastada. Con Olivia compuse la mayor parte de las más de seiscientas canciones que he escrito a lo largo de -ay- treinta y nueve años (mi primer pieza data del 15 de noviembre de aquel 1969 y aquí hay otras dos extrañas coincidencias: el 15 de noviembre pero de 1982, nació mi hijo mayor, Mario Alain, y en 1969 nació -el 15 de abril- otra de las mujeres a quienes he amado en este mundo y en quien me inspiré para escribir mi novela
Matar por Ángela).
A principios de los setenta, mi papá me regaló una guitarra de doce cuerdas que compró en Paracho, Michoacán. Tenía el brazo demasiado ancho, por lo que resultaba cansado tocarla mucho tiempo. Su sonoridad era buena. No sé realmente lo que pasó con ella. Luego tuve otra guitarra acústica que se quedó con mi ex esposa, Rosa Olivia (otra Olivia), cuando nos separamos a principios de los noventa.
Guitarras eléctricas sólo he tenido dos: una Yamaha que le compré a un conocido, a quien luego se la revendí por el mismo precio, y la actual, una Ibañez negra que le compré a mi gran cuate Mauricio Mayén, guitarrista principal de Los Pechos Privilegiados, cuando emprendió su no muy afortunada
mauaventura por Cancún, en marzo del año pasado.
Hablaré por último de mi actual guitarra, misma que no tiene nombre (debería ponerle uno...) y en la que he compuesto mis canciones de 2001 a la fecha (unas cincuenta tal vez). La compré en una Casa Veerkamp y me salió barata (creo que mil pesos). No es muy fina y tiene varios defectos (las cuerdas le vibraban y un día que vinieron a mi casa, mis amigas Leticia Servín y Fernanda Martínez me hicieron el favor de ponerle unos papelitos para que no zumbara más). Sin embargo, me encanta su sonoridad y me acomodo muy bien al tocarla. Tengo ganas de adaptarle una pastilla (o como se le diga ahora a dicho implemento), para transformarla en electroacústica. Por lo pronto, me tomé la foto de aquí arriba con ella.
Esa es mi historia con mis pocas guitarras.