miércoles, 13 de enero de 2010

Eric Rohmer: la vida como un cuento moral*


El pasado lunes 11 de enero, a los ochenta y nueve años, falleció Eric Rohmer, una de las figuras centrales de ese movimiento cinematográfico revolucionario de los años cincuenta que fue la Nouvelle Vague francesa.

A finales del año pasado, el movimiento de la Nueva Ola francesa cumplió cincuenta años y sólo unos meses después, uno de sus fundadores y más insignes representantes, el realizador, escritor y crítico Eric Rohmer (cuyo verdadero nombre era Jean-Marie Maurice Scherer), vio cómo su vida llegaba al punto final.
Creador de una generosa producción cinematográfica, este nacido en Nancy, Francia, en 1920, había filmado su última película (Les amours d’Astrée et de Céladon) en 2007. Los achaques propios de su edad lo mantenían prácticamente encerrado en el departamento que ocupaba en un edificio ubicado en el XVI arrondissement de París, inmueble donde tenía como vecinos a sus colegas Jean-Luc Godard y Barber Schroeder. En una de sus últimas entrevistas, declaró que “ya resiento el peso de los años y he perdido el gusto por descubrir a nuevos cineastas. Prefiero ver en DVD los filmes que conozco, como los de Howard Hawks y Alfred Hitchcock”.
La trayectoria de Rohmer dentro del cine francés surgió a partir de la legendaria Nouvelle Vague, de la cual fue parte fundamental. Colaborador de los míticos Cahiers du cinema, era una década mayor que sus compañeros críticos (y, como él, futuros cineastas) de la misma revista, como Claude Chabrol, François Truffaut, Jacques Rivette y el propio Godard, todos ellos imberbes veinteañeros. Pero no sólo era su mayor edad lo que lo distinguía. Para ese entonces, ya había publicado su primera novela (Elizabeth, 1946), escrita en el encierro de su habitación, mientras las tropas aliadas entraban a la capital de Francia luego de la ocupación nazi). Se trataba de un hombre culto y erudito, un profesor de formación clásica pero con la suficiente flexibilidad e inteligencia como para adaptarse a los tiempos que sobrevinieron después de la Segunda Guerra Mundial.

El genio creativo de Eric Rohmer se refleja en toda su obra artística, especialmente la cinematográfica. Amante a ultranza de la independencia, fundó en 1962 la compañía Films du Losange, con la que produjo desde entonces todas sus cintas. Éstas pueden dividirse en tres grandes ciclos sucesivos: Cuentos morales (1959-1973), Comedias y proverbios (1981-1987) y Cuentos de las cuatro estaciones (1990-1998). Entre los mismos, filmó algunas películas de las llamadas de época, como La marquise d’O (1976), Perceval le Gallois (1979) y la ya mencionada y postrera Les amours d’Astrée et de Céladon (2007).
El cine de Rohmer tenía más puntos de contacto con el de Truffaut que con el de Godard, para hablar de dos de sus compañeros más cercanos de la Nueva Ola. De una sencillez que rozaba con la más completa austeridad, en algunos de sus trabajos daba la impresión de que en las tramas apenas sucedían cosas y sin embargo, tenían un enorme trasfondo. Cintas como Mi noche con Maud (1969), La rodilla de Clara (1970), El amor en la tarde (1972) o Paulina en la playa (1983) poseen una belleza excepcional dentro de su (valga la paradoja) esplendorosa simplicidad.
Rohmer era un gran director de actores y eso se reflejaba en la naturalidad con la cual se comportaban los personajes en sus películas, sin afectaciones, sin excesos, sin sobreactuaciones. Era como si filmara a la vida cotidiana, con un tono casi documental. Sin embargo, había un cuidado previo tal en los guiones que muy poco quedaba al azar. El tono fresco y libre de sus filmes no era fruto de la improvisación, sino de un cuidado por cada detalle (y volvemos a lo paradójico) que mucho debía al clasisismo formal.
De enorme modestia y poco aficionado a las luces de la fama (como usaba un sobrenombre, su madre jamás se enteró de que su hijo era un cinesta mundialmente celebrado), Eric Rohmer merece ser revalorado en toda su dimension. En México, donde Godard y Truffaut son incluso directores de culto, el realizador de Las noches de plenilunio (1984) tendría que ser redescubierto y tal vez a raíz de su muerte podamos ver ahora, en cine y television, algunos de sus filmes (hace tiempo, Canal 22 trasmitió un excelente ciclo del cineasta). Es lo menos que se podría hacer para rendirle un merecido homenaje.

*Publicado hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario.

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