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Cuando yo iba a la escuela, en mi niñez y mi adolescencia, el 24 de febrero era un día muy especial, lleno de ceremonias cívicas. Se nos inculcó el amor a la llamada enseña patria, a la que honrábamos todos los lunes con la jura a la bandera. La verdad es que sí se emocionaba uno al ver al también llamado lábaro y cantar el himno nacional. Creo que hoy las cosas han cambiado y entre las nuevas generaciones no existe ese amor sincero por la bandera verde, blanco y roja, a la que se le asocia más con la selección mexicana de futbol y el patrioterismo inducido por las televisoras. Yo no profeso el nacionalismo a ultranza, pero sí me siento orgulloso de haber nacido en este país. A pesar de los pesares.
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