
Crecí con los discos de vinil (aunque les decíamos acetatos) de 45 y 33 revoluciones por minuto. Mi cultura musical y discográfica viene, pues, de esa época. Mi hermano Sergio tenía una buena colección de álbumes (sobre todo de rock y de jazz) y mi padre también, aunque los suyos iban de los boleros de Cuco Sánchez a los
standards de Frank Sinatra (más cosas tan horrendas como el órgano melódico de Juan Torres y la Rondalla de Saltillo). Los acetatos de mi hermano los escuchaba una y otra vez con gran gusto; los de mi padre, los aguantaba porque no me quedaba de otra cuando él los ponía. Teníamos dos tocadiscos: el de la sala, que era como un híbrido cuadrado que no llegaba a consola y uno portatil, color blanco, que por desgracia no conservé. El hecho de abrir un disco, sacarlo de su funda, colocarlo en la tornamesa y ponerle con sumo cuidado la aguja era todo un ritual.
El primer vinil que compré, por mí mismo y con dinero ahorrado, a los catorce años de edad, fue el
In-A-Gadda-Da-Vida de Iron Buterfly, en 1969, en el mítico Hip 70 que estaba a un lado de la Pista Hielo Insurgentes, mientras que el primero que adquirí cuando trabajé por vez primera y con mi primera quincena, en 1970, fue el
Led Zeppelin I, en el Gigante Mixcoac que estaba a dos cuadras de la empresa donde prestaba mis servicios como
office boy. Ahí dio comienzo mi colección que luego de cuarenta años, tres o cuatro cambios de casa, un matrimonio y un divorcio llega a unos seiscientos álbumes (realmente no es muy grande, como se ve). De vez en vez pongo mi tornamesa (a pesar de que tiene un falso contacto) y los escucho, algunos con
scratch incluido. Ciertamente, el sonido es distinto al de los compactos o los mp3. ¿En qué consiste eso? Lo desconozco. Pero como que hay más calor y sabor en los viniles (y no los
vinilos, por el amor de Dios).
Cuando en los ochenta surgieron los CD, muchos se deshicieron de sus colecciones de acetatos y hasta presumieron de ello, como si de un acto progresista se tratara. Yo me negué a semejante despropósito y hoy me siento feliz de no haber caído en el garlito de sentirme el muy
moderno.
Las nuevas generaciones han revaluado al vinil y tengo varias amigas veinteañeras que realmente los aprecian, algunas con auténtica y religiosa veneración, como mi querida
amie Mag, quien daría lo que fuese por hacerse de mi ejemplar del
Blind Faith de Blind Faith.
Los discos de vinil, un gran invento de la humanidad.