lunes, 16 de mayo de 2011

William H. Macy, un tipo sinvergüenza*


Con su papel como Frank Gallagher, un irresponsable y cínico padre proletario de seis hijos, en la versión estadounidense de la serie británica Shameless, este actor de culto se consagra con un personaje que parece diseñado especialmente para él.

Si uno se lo topara en la calle, no dudaría en darle la vuelta o, en todo caso, en regalarle una moneda y alejarse de él de inmediato. Sucio, barbudo, de descuidada y larga cabellera, los ojos enrojecidos e inyectados por su adicción al alcohol y con un humor de los mil demonios, Frank Gallagher podría pasar por un vagabundo, un homeless de las barriadas más proletarias de la ciudad de Chicago, donde reside. Nadie diría que es el padre de seis hijos (tres adolescentes, dos niños y un bebé), de quienes se aprovecha para vestir, comer y beber –sobre todo beber–, pero a quienes a pesar de todo ama y sin los que no podría vivir.
Frank es el personaje que interpreta de manera magnífica William H. Macy, ese actor amado y hasta convertido en sujeto de culto por quienes siguen con pasión la obra fílmica de los hermanos Coen, de David Mamet o de Paul Thomas Anderson, entre otros realizadores del mejor cine norteamericano de los últimos tres lustros. Uno puede recordarlo en el papel de Jerry Lundegaard, en la película Fargo (1996) de Joel y Ethan Coen, que le valió una nominación al Oscar o como Little Bill, aquel tipo que arriba en busca de su esposa a una orgiástica fiesta en la mansión de un productor de películas pornográficas y que al descubrirla en la cama con otro, vacía su pistola en ella y en su ocasional amante, para luego suicidarse en primer plano, escena estremecedeora en Boogie Nights (1997) de Paul Thomas Anderson.
Nacido en Miami, Florida, en 1950, Macy se hizo actor en el teatro, al lado de David Mamet, con quien también se inició en el cine. Protagonista casi siempre secundario en obras de Broadway o en múltiples filmes, sus incursiones televisivas habían sido poco relevantes (la más importante quizá fue su rol como David Morgenstern en la serie ER) y es ahora, como Frank Gallagher, que encuentra a un personaje a su medida.
Shameless (Sin vergüenza) en una serie originalmente creada en Inglaterra. En ella se narran, con aplastante humor negro, las vicisitudes de una familia de la clase obrera, cuyo patriarca (por así llamarlo) ha sido abandonado por su esposa junto con sus seis hijos. Dado que el hombre no sólo es alcohólico sino desempleado, los integrantes de este grupo disfuncional (aunque en el fondo muy funcional) se las ingenian para sobrevivir y mantener la vieja casa en la que habitan. Para ello, recurren lo mismo a trabajos informales que a recursos ilegales que van del robo al fraude y a toda clase de artimañas fuera de la ley.
El programa fue adaptado a los Estados Unidos, con una mejor producción y un cuadro actoral menos crudo y un tanto más grato a la vista, pero que no pierde la fuerza del original y lo supera en muchos aspectos, como el ritmo narrativo, por ejemplo.
Los otros integrantes de la familia Gallagher no tienen desperdicio, en especial Fiona, la hija mayor de Frank y verdadera cabeza del clan, ya que frente a la irresponsabilidad de su padre es ella quien tiene que hacer frente a los problemas cotidianos y ver que sus cinco hermanos salgan adelante. Interpretada de manera esplendida por la preciosa actriz Emmy Rossum, Fiona es un personaje fabuloso. Por su carácter fuerte y decidido, pero también por su vulnerabilidad; por su simpatía y su ingenio, pero también por su sensualidad (y su abierta sexualidad).
Largo sería describir a cada uno de los riquísimos personajes de Shameless (el adolescente gay, el niño sádico, el bebé negro, los vecinos ninfómanos, la mujer psicológicamente imposibilitada para poner un pie en la calle, etcétera), pero son Frank y Fiona quienes llevan el mayor peso protagónico: el padre desobligado y borracho y la hija que a sus veinte años tiene que convertirse en virtual jefa de familia.
Quisiera imaginar una versión mexicana de Shameless, pero en una televisión tan hipócrita y falsamente moralista como la que por desgracia padecemos, es algo impensable. Por eso debemos conformarnos con visiones familiares, como las de Jorge Ortiz de Pinedo y su lamentable Una familia de diez, que poco o nada tienen que ver con nuestra realidad actual. Porque mirar sin censura –y sobre todo sin autocensura– una serie sobre una familia de Tepito o la colonia Buenos Aires y sus diarios y reales dilemas para sobrevivir, resultaría en verdad sensacional.

*Publicado hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario. Ilustración: Antonio Ledezma, Nostragamus.

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