martes, 11 de diciembre de 2012

¿Cómo le fue al rockcito este año?

Diciembre suele ser el mes en el cual se empieza a realizar el balance de todo cuanto sucedió a lo largo del año. En el caso de la música en general y del rock hecho en México en particular, también se impone hacer una revisión de lo acontecido durante los más recientes doce meses. Veamos lo segundo.
  ¿Hubo algo realmente relevante, una propuesta que destacara y revolucionara al rock nacional entre enero y diciembre de 2012? Como dicen los yucatecos: lo busco, lo busco y no lo busco o para parafrasear la famosa canción de El Personal: por más que hago, no lo hallo.
  Sobre todo desde un punto de vista discográfico, el panorama resulta tremendamente desértico. No porque no haya habido discos de grupos y solistas mexicanos de rock, sino por la baja calidad general de los mismos.
  Quizás en la escena más subterránea del país hubo maravillas, quizás. Pero en los terrenos más visibles, se mantuvo la espiral descendente que de unos años para acá se ha hecho más pronunciada, siempre hacia abajo.
  Peor resulta cuando comparamos con lo que se hizo en otras partes del planeta. Tan sólo en el rock anglosajón fue este un año brillantísimo, con grabaciones en verdad espléndidas. ¿De qué modo equiparar a álbumes como Blunderbuss de Jack White o Shields de Grizzly Bear (por sólo mencionar dos) con, digamos, Expansión de I Can Chase Dragons (sí, así se llama este proyecto mexicano) o el disco solista de León Larregui. Basta con escucharlos para notar la abismal diferencia.
  Ni siquiera el desbordado apoyo de un cronista de la revista Rolling Stone (la gringa) a Café Tacuba, por su álbum Ese objeto antes llamado disco, es suficiente para convencernos de que se trata de una obra maestra. Es apenas un plato promedio, con dos o tres canciones buenas.
  Entre grupitos que insisten en cantar en inglés, mujeres que vocalizan como niñas ñoñas y enjambres protogruperos, el rockcito nacional se vuelve cada vez más diminutivo. Aunque eso sí, mantiene su sempiterna autocomplacencia, su relajiento infantilismo y su enorme rechazo a la autocrítica.
  La intrascendencia total, pues.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio", en la sección ¡Hey! de Milenio Diario).

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