domingo, 1 de junio de 2014

Huele a (buen) espíritu adolescente

Dicen muchos especialistas que la etapa más difícil de la vida es la adolescencia. No están tan equivocados. Si uno recuerda lo que fue su existencia entre los trece y los dieciocho o diecinueve años, no puede sino rememorar el cúmulo de dificultades que había para integrarse a la vida social, para congeniar con la gente, para tener buenos amigos o –last but not least– para conquistar a los congéneres del sexo opuesto. También puede ser que la opinión que uno tenga de lo que en inglés es la edad de los teenagers se encuentre determinada por cómo le fue en la feria. Pero en fin.
  Otros especialistas piensan que las actuales nuevas generaciones y sobre todo las más jóvenes están condenadas a adoptar los gustos que les imponen las grandes corporaciones trasnacionales, lo cual incluye desde la alimentación y la forma de vestir hasta el modo de entretenerse y de escuchar música. Hay mucho de cierto en esto, aunque no se trata de algo nuevo: las generaciones anteriores también sufrieron –sufrimos– lo mismo. El hecho es que quienes en este momento padecen o gozan de su adolescencia son más o menos vulnerables a todo eso y por tanto se muestran muy proclives a ser manipulados y enajenados y a consumir la música que se les dicta y se les impone desde las oficinas de las grandes empresas del espectáculo.
  ¿Cómo se refleja esto en los jóvenes mexicanos, en especial los que se hacen llamar roqueros? Las dos más recientes ediciones del festival Vive Latino demuestran esa manipulación y esa enajenación, por la forma tan pasiva y hasta gustosa como el público joven y no tan joven recibió a expresiones tan alejadas del rock como la cumbia y la música norteña (muy respetables como géneros, eso sí, pero que nada tienen que ver con el rock n’ roll). Las triunfales actuaciones de Los Ángeles Azules, Calle 13, Pablito Mix y Los Tigres del Norte hacen pensar que, como diría Hamlet, algo está podrido en Dinamarca.
  Por fortuna, hay jóvenes en el mundo –y quiero pensar que en México también– que gustan del rock más esencial y no lo dejan morir, aunque para algunos hoy eso resulte un tanto anticuado. Un gran ejemplo de ello es el grupo irlandés The Strypes, conformado por cuatro peculiares jovenzuelos cuyas edades fluctúan entre los dieciséis y los diecisiete años y cuyo estilo hace recordar de inmediato lo mismo a Dr. Feelgood y The Sex Pistols que a Chuck Berry, The Sonics, Cream y los mismísimos Yardbirds.
  Originarios de The Cavan, Irlanda,  Ross Farrely (voz y armónica), Josh McClorey (guitarra extraordinaire), Evan Walsh (batería) y Pete Ohanton (bajo)  hacen un rock directo, enérgico, entusiasta y de muy alta calidad y tienen entre sus seguidores confesos a músicos del calibre de Jeff Beck, Roger Daltrey, Elton John, Noel Gallagher y Dave Grohl, quienes no han dudado en darles la bendición.
  Su disco debut Snapshot (Virgin EMI, 2013) es una maravilla absolutamente rocanrolera, con todo el espíritu del género y un gran ejemplo de que no todo está perdido en el reino de la adolescencia actual.
  Algo semejante puede decirse de una cantautora igualmente joven, quien a sus escasos diecisiete años ha logrado escribir una serie de canciones impresionantes. Me refiero a Ella Yelish-O’Connor, mejor conocida como Lorde, nacida en Nueva Zelanda en 1996 y quien grabó en 2012 el EP The Love Club, en el cual venía su composición “Royals” que de inmediato se convirtió en un éxito nacional e internacional. “Royals” es una gran canción, con una letra irónica y desgarrada que expresa el sentir de grandes sectores adolescentes de la clase trabajadora y que conectó con cientos de miles que se identificaron con ella y su soberbia musicalidad, para convertirse en un himno.
  Era claro que Lorde tenía todo para sobresalir y que necesitaba grabar un primer álbum. El resultado fue Pure Heroin (Virgin EMI, 2013), una obra discográfica impecable, una colección de temas cuasi minimalistas, a la vez sensuales y enérgicos, oscuros e inquietantes, a los que podríamos clasificar como art-pop con un toque de rock gótico.
  Hay algo misterioso e hipnotizante en canciones como “Tenis Court”, “Team”, “Still Sane”, “Glory and Gore” y la propia “Royals”, algo que va más allá de las críticas de algunos que acusan a Lorde de artificialidad y de ser un producto diseñado al estilo de Lana del Rey. No comparto esa idea. Pure Heroin me parece un disco espléndido, una gran obra del rock pop adolescente.

(Publicado este mes en la revista Nexos No. 438)

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