martes, 7 de julio de 2015

Gustavo Sainz, la Onda y el rock

Si algo ha hermanado siempre a los llamados escritores de la Onda es su rechazo a ser considerados como tales. A José Agustín, Gerardo de la Torre, Juan Tovar, Luis Carrión, Parménides García Saldaña y Gustavo Sainz, entre otros, jamás les gustó ser englobados bajo ese mote que les endilgó, no sé si con buena o con mala leche, la crítica y escritora Margo Glantz. Tenían razón: cada uno desarrolló un estilo narrativo propio y eran mayores las diferencias que las semejanzas entre ellos.
  Entre las semejanzas, se encontraba la presencia –a veces poderosa, a veces levemente esbozada– de la música. En especial, en la narrativa de José Agustín y de García Saldaña el rock está más que vivo y presente; no tanto en el caso de Sainz, quien falleció hace unos días, a los 74 años de edad.
  Autor de novelas clave de la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo pasado, como Gazapo (1965), Obsesivos días circulares (1969), La princesa del palacio de hierro (1974), Compadre Lobo (1979) y Fantasmas aztecas (1982), Gustavo Sainz (México, DF, 1940) fue un escritor fresco e irreverente, pero a la vez cerebral y con un estilo en ocasiones complicado.
  Fuera de lo estrictamente escritural, fue en algún momento funcionario público y como encargado de publicaciones de la SEP tuvo a bien crear la añorada colección SepSetentas, con cientos de títulos accesibles por su bajo precio y su estupenda calidad. Fue director de la revista La semana de Bellas Artes, hasta que a fines de los años setenta un desagradable incidente lo hizo renunciar y emigrar a los Estados Unidos, para trabajar como catedrático en distintas universidades, hasta llegar a la de Bloomington, en Indiana, donde como profesor emérito lo alcanzara la muerte el 26 de junio pasado.
  Personaje en novelas como Ciudades desiertas de José Agustín (con quien más que una amistad lo unía una hermandad) y Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, hasta donde sé Sainz gustaba más del jazz que del rock y sirva ese pequeño detalle a manera de pretexto para hablar de él en esta columna dedicada a la música.
  Descanse en paz el padre literario de Terencio y de Menelao.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del oroficio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

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