miércoles, 22 de julio de 2015

Juan Cirerol

Ilustración de Ricardo Sandoval.
En el principio fue el chiste: un chavo norteño, raro, simpaticón, escribidor de canciones que algunos quieren ver enraizadas en Johnny Cash y Bob Dylan pero que en realidad abrevan de Los Tigres del Norte y Chalino Sánchez. Excelente para recorrer cantinas con su guitarra de doce cuerdas y su voz de pronunciación ininteligible, bueno incluso para tocar en autobuses urbanos y hasta en el Metro. Una curiosidad, un Mexicali curious. Hasta que lo “descubrieron” los que hacen y deshacen los gustos  del público roqueril mexicano y, muy especialmente, de la masa chilanga que atiborra año con año el festival Vive Latino.
  En la colonia Condesa –literalmente– alguien lo eligió y dictaminó que Juan Cirerol se convertiría en estrella del rock nacional, sin importar que su música tuviera de rock lo que los líderes sindicales Carlos Romero Deschamps o Martín Esparza tienen de democráticos y honorables.
  Entonces aconteció el milagro: el muchachito fue revestido de un carisma ficticio y se le colgó el sambenito de genio. Nadie osó oponer la menor objeción a semejante despropósito, so pena de ser considerado un enemigo del mainstream hipsterista del famoso eje Condesa-Roma-Coyoacán. Por decreto de los sacerdotes de las dos únicas radiodifusoras roqueras, de las revistas cool, de las disqueras independientes con sede en calles con nombres de entidades y ciudades del país (ya saben: Nuevo León, Tamaulipas, Jalapa, Orizaba, Mazatlán, etcétera) y de los empresarios que regentean los antros y salones de moda (incluidos, but of course, los del Centro histórico del DF), se determinó que Juan Cirerol era el trovador que la juventud mexicana esperaba.
  Pero, ¿qué tan buena es la música de este bajacaliforniano que, gracias a las relaciones públicas que le cayeron del cielo, ya hasta realiza giras internacionales? He tratado de ser objetivo hasta donde se puede al escucharlo y, a decir verdad, no encuentro aún la gracia de sus letras o la calidad de su música. De Dylan tiene algunas estructuras armónicas, pero esas las tienen cien mil cantantes de folk en todo el mundo (y la armoniquita también). De Johnny Cash, quizás el parecido entre la canción norteña mexicana y la canción sureña estadounidense. Sin embargo, la voz de Cirerol es mala, desafina, no tiene gracia, no tiene intención, carece de matices, es aguardentosa pero no como la de Tom Waits sino como la de un chavito que agarra la farra y en plena borrachera se pone a cantar canciones sufridas. Nada más.
  Lo vi también en algunas entrevistas en video. Su discurso es nulo. Contesta con monosílabos. Su vocabulario es limitadísimo. Juega el papelito de estar siempre hasta las manitas y con ello justifica las incoherencias que emanan de su boca ante los entrevistadores, mismos que suelen ser tanto o más patéticos y le hacen el juego de la manera más acrítica y complaciente (en YouTube hay varios ejemplos ilustrativos de esta oligofrenia compartida).
  Juan Cirerol es un invento de la mafia en el poder…, pero en el poder de los medios “indies” y “alternativos”. El se define a sí mismo como “un músico de taquerías”. Nadie pudo decirlo mejor.

(Texto mío, publicado bajo el seudónimo colectivo de Goyo Cárdenas Jr., en la revista Mosca No. 2, de septiembre de 2013, sección "Vacas sagradas").

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