Los desatinos continúan, día tras día, uno tras otro, sin solución de continuidad. Con cero autocrítica y mucha, demasiada soberbia, el gobierno parece empeñado en cometer el mayor número de barbaridades en el menor tiempo posible. La falta de inteligencia es abrumadora y todo resultaría cómico de no apuntar hacia algo terriblemente trágico y desastroso.
Ya no es sólo el ataque contra todo lo que parezca conservador o fifí, ya no es sólo la acometida hacia todo lo que huela a neoliberal o producto de la antigua mafia en el poder. Ahora los embates van también contra quienes votaron por Andrés Manuel López Obrador y lo llevaron a la presidencia de la república, los golpes empiezan a lastimar al llamado pueblo bueno.
En su desesperación por recuperar de donde sea y del modo que sea los miles de millones de pesos que se perderán debido a la necia y caprichosa decisión de cancelar las obras del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (apenas este jueves se tuvo que pagar 34 mil 700 millones a los tenedores de fibra del NAIM), el gobierno está en una enloquecida tarea para recortar dinero de donde se pueda. Por eso tantos empleados echados a la calle, por eso tantos programas y organizaciones civiles a los que se les están restando recursos de manera parcial o total.
López Obrador y los suyos carecen de los fondos suficientes para echar a andar sus programas asistenciales y clientelares, esos que significan regalar dinero a la gente y con ello garantizar su lealtad política. Por ello, con el fin de obtenerlos, tienen ocurrencias tan delirantes como las muy recientes de quitar los subsidios a las estancias infantiles o a los refugios para mujeres víctimas de la violencia intrafamiliar.
¿Por qué ese desprecio del presidente hacia las personas que votaron por él y por su partido? Incluso ha llegado a injuriarlos con desdén, como sucedió la semana antepasada, cuando llamó conservadores de ultraizquierda a los opositores de la termoeléctrica de Huexca, en Morelos. El menosprecio fue tal que ni siquiera detuvo la falsísima y teatral “consulta popular” sobre la planta energética, cuando a dos días de la misma fue asesinado arteramente el activista y líder popular Samir Flores. La insensibilidad mostrada por el primer mandatario recordó la que tuvo ante la extraña muerte de la gobernadora de Puebla, Martha Erika Alonso, y su esposo, el senador Rafael Moreno Valle, o ante el supuesto suicidio del empresario coahuilense y socio del Grupo Soriana, Eduardo Bringas.
¿Qué sucederá cuando AMLO y sus incondicionales, con todo y la flamante Guardia Nacional, se enfrenten a las seguras protestas de los habitantes del sureste mexicano que se opondrán a las obras del Tren Maya, el Corredor Transístmico o la construcción de la refinería de Dos Bocas, en Tabasco, con todo el impacto ecológico que estos proyectos causarán? No olvidemos que entre esos opositores está el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional.
Ya Jorge Zapata González habló hace unos días del “mal gobierno”, expresión muy utilizada por su abuelo, el legendario “Caudillo del Sur”, Emiliano Zapata, cuando se refería a los ocupantes de Palacio Nacional. Sólo que Zapata González hablaba del gobierno actual. Paradójico sería que la administración de López Obrador provocara lo que no provocaron los llamados gobiernos neoliberales en lo que va de este siglo: una insurrección popular.
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