Vivimos en un país virtual, un país de percepciones, un país hablado. Un
país que es pronunciado cada mañana, desde el púlpito del salón de
conferencias de Palacio Nacional, por la voz del presidente de la
república. Un país que sólo existe en las palabras del mismo y en su
capacidad para crear representaciones de una realidad ideal, de un
México que sólo está en su mente y que, sin embargo, muchísimos
mexicanos creen, con devoción religiosa, que es algo concreto y
tangible, aunque no haya indicio alguno de esto más allá, precisamente,
de la palabra presidencial elevada al rango de lo divino.
Palabra
mágica, palabra que decreta cosas y acciones sin que estas tengan
asidero en la realidad real. El verbo encarnado en el presidente fabrica
cotidianamente un país paralelo al que vivimos día con día, un país
utópico para una mayoría esperanzada, pero distópico para un número
creciente de escépticos. En ello se nos han ido estos primeros ciento y
pico de días de nuevo gobierno.
Pongamos un ejemplo: la famosa
guerra contra el huachicol que tanto se ha proclamado como uno de los
grandes logros de esos primeros cien días de gobierno lopezobradorista.
¿Existió tal guerra o fue tan sólo una ilusoria percepción en la que
muchos creyeron? Me inclino por la segunda opción, ya que la dichosa
guerra jamás se dio más allá de las palabras del presidente y algunos de
sus subalternos. Todo indica que se trató de una gigantesca y un tanto
burda estratagema para disfrazar la ineficiencia y el gran error que se
cometió al no hacer las compras de gasolina que se hacían cada
diciembre, a fin de mantener cubierta la demanda de combustible que se
eleva siempre a finales de año y principios del siguiente. Como no se
previó el asunto o sencillamente se le despreció, la gasolina escaseó y
el gobierno se sacó de la manga esa “guerra” contra los huachicoleros
que hizo que cerrara los ductos y el producto escaseara de manera
dramática. La farsa no sólo produjo largas colas, disgustos de
automovilistas, carestía y mercado negro, sino también la explosión de
Tlahuelilpan, Hidalgo, que costó más de cien vidas. Aun así, mucha gente
cayó en el garlito y creyó en la supuesta valentía presidencial al
enfrentar a “la mafia del huachicol”. Por supuesto que no hubo un solo
jefe de esa mafia detenido.
Otro caso es el del combate a la
corrupción, leit motiv principalísimo de la propuesta de Andrés Manuel
López Obrador y promesa de campaña que le ganó quizá la mayor parte de
los votos que lo llevaron a Palacio Nacional. Según esto, la corrupción
desaparecería como por arte de magia y por generación espontánea a la llegada del de Macuspana a la
silla presidencial y esto generaría los recursos suficientes para cubrir
todos sus programas sociales. Sin embargo, hasta ahora no ha ofrecido
un solo resultado concreto al respecto, no hay solo corrupto en la
cárcel y todo se ha quedado en retórica vacía pronunciada desde las conferencias
mañaneras. Muchas amenazas, incluso contra personas determinadas, pero
la cosa no ha pasado de ahí. Otra muestra del país hablado de López
Obrador.
Pero está bien, no seré maniqueo. Hay otras situaciones
en las que el gobierno lopezobradoista ha ido más allá de la labia y nos
ha ofrecido hechos concretos que nada tienen que ver con percepciones
virtuales. Por desgracia, se trata de situaciones lamentables; las más
recientes, la elección de Yasmín Esquivel, la tristemente célebre
“ministra contratista”, como integrante de la Suprema Corte de Justicia
de la Nación, con lo que empieza a operar el plan para doblegar al Poder
Judicial y ponerlo al servicio del Ejecutivo, y la aprobación, por
parte de la cámara baja (nunca mejor utilizado el término) de la
revocación de mandato, con lo que se abre la puerta a la posible
reelección del Gran Tlatoani en 2024. En estos dos casos, habría sido
mejor que todo quedara en meras habladurías.
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