Publicada por Random House, Vida y música de Alejandro Marcovich es la autobiografía de este más que conocido músico argentino-mexicano, quien con muy buena pluma nos lleva de la mano por su vida a lo largo de más de trescientas páginas, en las cuales nos cuenta con detalle y sin pudores todo lo que ha vivido, desde su niñez y adolescencia en Argentina hasta su juventud y madurez en un México que lo acogió a partir de los años setenta del siglo pasado.
“Un libro valiente y apasionado, de una sinceridad kamikaze”, dice Juan Villoro en la contraportada y añade: “Marcovich se somete a una operación de cráneo abierto y escribe del mismo modo: sus ideas surgen de sus heridas. Cada página es un solo de guitarra eléctrica”.
Todo lo que usted quería saber sobre Marcovich y no se atrevía a preguntar: su vida familiar, su vida escolar, sus relaciones con las mujeres, su contacto con la música y, por supuesto, su conflictiva relación con el grupo Caifanes y, sobre todo, con su némesis, Saúl Hernández, está en las páginas de este volumen de prosa amena, intensa y entretenida, con momentos muy dolorosos, pero con otros muy divertidos.
Con Alejandro Marcovich es la siguiente larga y muy reveladora charla.
¿Qué te llevó a escribir tu autobiografía?
Todos los sucesos ocurridos en 1995 con Caifanes me orillaron a pensar: “Esto no se puede quedar así”. En esos días, no di entrevistas y tenía que encontrar una forma de contrarrestar toda la mierda que mediáticamente me echaron encima. Hubo un periodista que me preguntó: “¿Por qué insistes en decir que no estás fuera de Caifanes si todos sabemos que sí?”. ¿Qué quería decir eso de “todos sabemos que sí”? Fue una noticia filtrada de manera mañosa por una mano que escondió la piedra, con la complicidad de Lynn Fainchtein, quien fue la que la dio a conocer. Eso no es periodismo. Ser cómplice de alguien que te dice: “Oye, mete esa noticia, ¿sí?”. Yo sí la acuso de haber hecho eso. El periodismo en esa época estaba totalmente polarizado hacia el lado del poder, como tristemente pasa. De hecho, una persona poderosa de ese tiempo me dijo que estaba metiéndome en un problema serio, porque “este cantante (Saúl Hernandez) tiene mucho carisma, la gente lo quiere mucho, tiene de su lado a la disquera y a los medios y también al público porque te están pintando como el malo”. Pero le dije, recordando a Gerard Depardieu en su papel de Cyrano de Bergerac: “Yo me bato con la palabra, con la pluma; me vale si esto me toma diez, veinte o treinta años”. En ese momento me parecía imperativo hacer algo, pero conforme pasaron los meses me di cuenta de que no iba a poder escribir nada porque tenía demasiadas voces y fuerzas en contra. En esos casos sólo te queda pararte en un puente sobre un río y esperar a ver pasar el cadáver de tu enemigo. Entonces entré en una postura de dejarlo pasar, mas no de olvidarlo.
Y en efecto, dejaste pasar cerca de 20 años.
En el año 2014, justo cuando me volvieron a sacar de Caifanes, el empresario Paco Reséndiz me preguntó si no había llegado la hora de dar mi versión de los hechos. Ya no estaba tan enojado como en 1995, pero me volvieron a enojar con toda esa trama legal y económica que me estaba dejando en la lona una vez más, con un montón de compromisos que no iba a poder pagar. Todo por culpa de Saúl Hernández, por sus pistolas. Porque no había ninguna justificación económica, artística, contractual o de conducta para que yo no continuara en el grupo. Esto no quiere decir que yo estuviera cien por ciento interesado en continuar; estaba bastante aburrido y además explotado, igual que mis compañeros. Mis intereses estaban divididos por mi deseo de ya no estar ahí, porque llevábamos dos años y medio de gira de “reencuentro” y no pasaba nada. Además, ya tenía la advertencia del mandamás: “Si grabamos un disco, tu papel como guitarrista va a ser más segundón, más atmosférico y textural”. ¿Quién iba a saber en 2014 que cinco años después esa premisa de “un nuevo disco” no se iba a cumplir? Solamente me hubiera quedado ahí bajo un yugo y un sueldo. No es que yo ganara mal, pero él ganaba diez veces más. Realmente como negocio era muy cruel lo que estábamos vendiendo, porque el negocio lo habíamos hecho entre todos. Había pues que retomar las cosas, revivir la vieja herida pero ya con un poco más de tolerancia hacia lo que es tu historia. Por eso me dije: esto que viví, lo voy a contar.
¿Cuál fue el proceso para hacer el libro?
Paco Reséndiz me dijo que conocía a alguien en Ediciones B, la editora Diana González. Tuve una junta con ella, le expliqué mi idea y le pareció bien. No me pidió credenciales de escritor. Imagino que pensaron: “Si escribe cualquiera mamarrachada, lo juntamos con un escritor fantasma”. Firmamos el contrato y me puse a escribir. Le mandé quince páginas al editor César Gutiérrez y me dijo; “Está fantástico, tiene chispa, tiene buen ritmo, sigue”. Y seguí. Fue un proceso que me tomó más de un año, porque como no soy escritor de oficio, escribía según tenía ganas o inspiración. Pero salió algo que no es visceral, algo que es contenido, sin lágrimas, sin enojo, un relato que cuando tiene que ser periodístico es periodístico. Traté de escribirlo con ligereza pero con profundidad. Como dice Juan Villoro en la cuarta de forros: con una sinceridad kamikaze.
El libro no se limita a tu relación con Caifanes, en realidad narras tu vida desde que eras niño en Argentina.
A eso me refiero cuando hablo de una sinceridad kamikaze: a desnudarme, a hablar de mis problemas psicológicos, de la relación con mis hermanos y mis papás, de mi entorno en Buenos Aires, de mi llegada a México. Cómo una persona se va enfrentando a los embates y a su circunstancia y cómo, a pesar de toda la fragilidad de su persona, va diseñando y apuntalando un proyecto. Esa es la parte que me parece importante. Creo que a muchos artistas les pasa eso. Que por más que eres introvertido, retraído, con handicaps de salud, algo en ti te dice: “Lo voy a sublimar de esta manera, escribiéndolo”. Lo veo como un libro que revela esas cosas que nunca se hablaron porque no había un foro.
Eras joven aún, a tus 54 años, cuando la empezaste, ¿crees que ya era tiempo de escribir tu autobiografía?
Para empezar, tengo un problema en la cabeza; y no me refiero a algo psicológico sino orgánico: células tumorales con un comportamiento errático. No sabemos ni tú ni yo ni el cirujano ni el neurólogo más calificado si esas células se van a reactivar y van a generar un nuevo tumor. Entonces, más vale que la haya escrito ahora a que la escriba un tercero, matizándola…; si es que a alguien se le ocurriera escribirla. ¿Qué tal si a nadie le importa? Y a mí sí me importa que queden asentadas cosas para la posteridad. Que haya una explicación puntual de lo que sucedió. Han pasado tres años desde que se publicó la primera edición del libro y como la otra parte no ha ejercido el derecho de réplica, se da a entender que todo lo que cuento es verdad.
¿Qué crees que digan los seguidores de Saúl Hernandez de lo que revelas en la autobiografía?
Muchos fans recalcitrantes de Caifanes me han dicho que ya deje de hablar “de esas cosas”. “Supéralo, deja de chingar, siéntese señora”, toda esa basura que traen en internet. Vociferan en lugar de pensar que si Alejandro habla de todo esto y va a seguir hablando, es por la misma lógica que seguimos hablando de Ayotzinapa y del 68. El sustento es el mismo. No digo que lo que me pasó sea tan grave como una matanza, pero la golpiza que me dieron en el año 2000, la usurpación de mis derechos vía un juicio que acabó quitándome mis regalías (legalmente, así quedó establecido; pero desde un punto de vista ético, algo no está bien ahí: que una empresa construida por cinco personas quede en manos de una sola). Pero si a los fans no les interesa y van a seguir diciendo: “Alejandro, ya cállate y mejor ponte a tocar la guitarra que es lo que sabes hacer”, pues también lo sigo haciendo. Pero no me voy a callar, porque nací en el año 60 y porque soy un revoltoso, como toda mi generación. Soy contestatario y así como me enfrentaba a mis maestros en la primaria y luego en la secundaria, la preparatoria y la universidad: no me voy a callar. Punto.
De hecho, en el libro no te callas y dices cosas que mucha gente consideraría osadas o hasta poco apropiadas.
No soy un acomodaticio que va a decir: “mejor me callo porque me conviene”. Las cosas se dicen. Mi papá era periodista, escribía en La Opinión, con los riesgos que eso implicaba en la Argentina de los años setenta; también en La Jornada, cuando ésta empezó y era un diario contestatario y de izquierda. Él era un crítico de las políticas urbanísticas y siempre metía el dedo en la llaga. Traigo ese espíritu. Así que de alguna manera mi libro tiene entre líneas esa ideología. Lo que ahí digo es: “Sí, te saliste con la tuya, pero obraste mal”. Y que lo sepa quien quiera saberlo.
El personaje principal del libro obviamente eres tú, pero hay un segundo personaje que, querámoslo o no, también flota en muchas páginas. ¿Qué es, qué representa, qué significa para ti Saúl Hernández?
Pues significa una contraparte. Cuando lo conocí –y lo cuento en el libro–, lo vi en un par de conciertos y francamente no me gustó cómo cantaba. Mucha gente que lo veía quedaba hechizada. Como que había algo en esos alaridos que lanzaba, medio desafinados y medio amorfos. Llámalo presencia escénica, llámalo arrojo, que son las cualidades que un front man debe tener y que yo no tengo ni tendré. Y luego esas letras totalmente disparatadas…
En el libro cuentas los detalles de cómo se conocieron y se juntaron para tocar, así como de la fiesta que organizó tu hermano Carlos, donde se presentaron por primera vez en público Saúl Hernandez, Alfonso André y tú.
Después de esa histórica fiesta, fui yo y no Saúl Hernández quien armó a Las Insólitas Imágenes de Aurora. Si no le hubiera hablado a Saúl y a Alfonso al día siguiente, con la propuesta de armar un grupo, no hubiera habido nada. Alfonso estaba medio estudiando la carrera de Agronomía y Saúl tenía un grupo que se llamaba Frac. Al primero le hablé y como no tenía algo mejor que hacer, aceptó. Saúl sí se lo tuvo que pensar, pero algo se le movió que le hizo descubrir que la propuesta era interesante. Fui a su casa y me empezó a mostrar demos. Yo sabía mucho más de música que él y encontré una veta que podía funcionar. Le dije: “Entre las cosas que haces, más la música que sé hacer yo, lo podemos amalgamar y potenciarlo”. Eso fue Las Insólitas. Muchos no lo saben, pero ese grupo no sólo fue una gestión mía, sino que el 80 por ciento del material fue hecho en conjunto. No eran canciones de Saúl. Él sólo tenía “Rosa” y “El señor de los mil cerebros”. Canciones mías eran “Sobreviviendo” y “La vieja”. Pero nos metíamos al cuarto de ensayo, empezábamos a palomear y salían canciones. Incluso salían canciones en el soundcheck y las estrenábamos esa misma noche. Había mucha valentía y mucha alegría, mucho desparpajo. Nos valía madres. Era 1984 o 1985, ese momento del rock mexicano en el que había un underground en el que no existían paradigmas, porque todo el rock anterior nos importaba tres pepinos y no nos interesaba la comercialización, porque además no había espacios, empresarios ni nadie interesado. Lo único que nos importaba era salir a hacer lo que nos gustaba y hay una lista muy larga de grupos que tú conoces y que estaban haciendo lo mismo.
Entonces en esa época si había un buen entendimiento entre Saúl y tú.
Saúl para mí fue una mancuerna y llegó el momento en que le dije: “Están muy bien tus canciones, pero juntos podemos potenciarlas. Podríamos ser como Lennon y McCartney”. Él me lanzó una mirada socarrona y me respondió: “No, yo como Lennon y tú como Harrison”. Siempre fue una persona que de alguna manera me utilizaba para sus intereses. Sobre todo ya en Caifanes. Pero a la vez siempre fue una persona muy críptica. Creo que hasta la fecha. Es muy poco sincero y muchas de las anécdotas que están en el libro lo demuestran desde mi punto de vista. Una de sus novias una vez me dijo: “Es que yo con él nunca podía saber realmente qué había adentro”. Ese es el drama de su vida. Todo ese parapeto que tiene, el personaje que construyó… Quizá sea la manera de no mostrar lo que verdaderamente es. No lo sé. Lo que sí podría decirte es que, a estas alturas, nunca he podido tener una plática coherente y sincera con él. Sin embargo, siempre hubo un clic musical entre nosotros. Así creamos “Aquí no es así”, una de las canciones más potentes, en disco y en vivo.
¿Cuál fue el papel que jugo en su relación la manager Marusa Reyes?
Siempre existió esa pugna de Saúl por querer estar en el centro de todo y cuando entró en la jugada Marusa Reyes, ella secretamente empezó a favorecer los intereses de él, aunque su sueldo lo pagábamos entre los tres. Esto es anti ético. Me pagan entre tres, pero juego para uno. Imagínate para mí estar metido entre todo eso y aún así querer seguir haciendo música con alguien con quien tú sabes que, si creas un riff de guitarra, esa persona va a poder inspirarse y crear una canción que va a ser un bombazo. Pero llegado un momento de la historia, resulta que ya no quiere. Hay una frase pública posterior suya, cuando Sabo Romo y Diego Herrera salieron de Caifanes y volvimos a estar solos los tres: “Caifanes no es las Insólitas, no se equivoquen”. Él se sintió acorralado y posiblemente pensó: “Tengo esta misma formación, pero no es: soy yo”. Conforme pasaron los años, se dio cuenta del poder que tenía como cabeza del proyecto, como compositor; quiso crear un patrimonio para sí mismo y empezó a ver a los demás como subsidiarios. La triste historia para mí, con él, es la de una promesa incumplida y un potencial artístico desperdiciado. Después de El nervio del volcán venía un territorio internacional. Pero lo abortaron de la manera más mezquina. Yo metí mucho en ese disco, para conformar una arquitectura sonora que fuera única. Mucha gente me dice: “Es que tú eres el sonido de Caifanes”. ¡Sí, pero el millonario es él! Y no estamos hablando de millones de pesos, sino de millones de dólares. Muchos. Nada más que le gusta hacerse el panda, ¡ja ja! Aunque haya quienes digan que El silencio es el mejor disco de Caifanes, el sonido de El Nervio del volcán es único en el panorama del rock hispanoamericano. En aquel momento, el medio anglosajón empezaba a reconocer que era algo que no se había oído en el rock. ¿Y qué siguió? Nada.
Saúl Hernández es muy dado, al igual que otros vocalistas del rock nacional, a lanzar ante su público “mensajes” supuestamente políticos, sociales, existenciales y hasta seudo religiosos, de la manera más mesiánica, o a llamar “raza” a la gente que lo vitorea. ¿Cómo vivías esos momentos en los conciertos?
La gente es muy inocente. El otro día puse en Twitter: “Basta de raza. No existen las razas”. Razas, los doberman que fueron creados. Nosotros somos una especie. Somos Sapiens Sapiens. Si yo soy blanco y no negro es por una cuestión de latitud geográfica. Pero todos somos lo mismo. No-hay-razas. ¡Dejen de chingar con las razas, ja ja! No sabes la vergüenza que era para mí estar esperando la siguiente canción y escuchar a Saúl con sus peroratas demagógicas. Es la verdad. El público no se imagina esas cosas ni se imagina la millonada que se mete este hombre por año. ¿Que si hay un dejo de recelo de mi parte? Sí, sí lo hay. No lo voy a superar nunca.
Después de todo lo que has abundado, te vuelvo a hacer la pregunta que te hice hace unos minutos: ¿qué es para ti Saúl Hernández?
Es un cómplice. Pero también el cabrón que se quedó con el negocio. La persona críptica con la que nunca pude tener una plática franca. Así las cosas.
A manera de coda: ¿qué representa para ti a estas alturas el rock que se hace en México?
El rock mexicano ya no me interesa. Ahí viví durante un tiempo. Me expulsaron del paraíso, pero ya no me importa. Porque fuera de esa burbuja está todo lo demás. Soy un aventurero. Ese niño que fui y que quería ser arqueólogo y descubrir cosas, ese adolescente que quería ser científico e inventar cosas, pues esas cosas las he metido en la música. Ese espíritu primigenio sigue vigente, pero en otro terreno que es el de la música. No puedo ser más feliz. ¿Cómo pagas estar pleno haciendo lo que te gusta?
(Entrevista publicada el día de hoy en "Acordes y desacordes" y que realicé para el sitio de música de la revista Nexos)
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