Un día sí y el otro también, durante sus inefables conferencias mañaneras, el presidente de la República insiste en la existencia de un imaginario Partido Conservador que se conjura en su contra para atacarlo y tratar de debilitarlo.
Obsesionado con su acartonada y maniquea visión de la historia de México, que parecería fruto de sus lecturas de las cartografías que venden en las papelerías, el primer mandatario ha dividido al país en dos bandos y de esa manera de ver las cosas parten todos sus juicios y, sobre todo, sus prejuicios.
Se trata de un punto de vista basado en una bipolaridad histórica que proviene de la segunda mitad del siglo XIX, cuando en el país existían dos bandos políticos que se disputaban el poder: el Partido Liberal, de corte progresista y pro estadounidense, y el Partido Conservador, de corte ultramontano y pro europeizante.
Esa visión divisionista de la historia mexicana fue la que se nos enseñó a muchos por medio de los libros de texto gratuitos, en los años en que gobernaba el PRI como partido prácticamente único. En ella, se nos decía que había dos clases de personajes históricos: los héroes buenos, broncíneos e impolutos y los villanos malvados, impíos y de mala entraña. Cuauhtémoc en oposición a Cortés, Morelos en oposición a Calleja, Juárez en oposición a Maximiliano, Madero en oposición a Díaz, etcétera. No había matices, no había zonas grises, los liberales eran los buenos-buenos y los conservadores eran los malos-malos.
Mucho ha avanzado la historiografía mexicana por fortuna y hoy día cualquier historiador serio no toma en cuenta esa partición absurda que, sin embargo, continúa imperando en buena (o mala) parte del inconsciente colectivo. Hidalgo y Zapata siguen siendo considerados como personajes prácticamente perfectos, mientras que a Iturbide o Miramón se les adjudica toda clase de vicios y maldades.
Esta visión priista de la historia de México, en su versión más burda y reduccionista, es la que ha adoptado Andrés Manuel López Obrador y es la que pregona cuando trata de dar lecciones en sus mítines o en sus diarias conferencias mañaneras. Por supuesto, él y su partido (en ese orden) pertenecen al lado bueno, al lado liberal, izquierdista y progresista (aun cuando los hechos no los avalen), mientras que a sus adversarios (como gusta llamarlos) los ha englobado del lado malo y derechista y los denomina, satisfecho, como el Partido Conservador.
Las preguntas que surgen entonces son: ¿existe en México tal partido? ¿Todos aquellos que no están de acuerdo con la manera de gobernar o desgobernar de López y Morena son por necesidad conservadores? Ambas cuestiones se responden solas y cualquiera con un mínimo de inteligencia sabrá resolverlas. Lo importante aquí es más bien preguntarse qué debe hacer ese cada vez más amplio sector de la ciudadanía que se opone al obradorismo y sus cotidianos dislates.
Resulta claro que los partidos políticos de supuesta oposición a Morena se encuentran debilitados, desconcertados, desorganizados, algunos incluso al borde de la inanición y la quiebra. No hay en este momento un sólo partido capaz de reunir a quienes rechazan al actual gobierno, a pesar de la urgencia, cuando menos a mediano plazo, de constituir una oposición organizada. ¿Por dónde vendrá esta? Difícil saberlo. Aún no surgen organizaciones civiles y mucho menos líderes capaces de encabezar esa labor que poco a poco se vuelve más ingente (increíble que a escasos cinco meses de gobierno ya se vuelva urgente una oposición).
Los políticos de siempre carecen de la necesaria presencia y el indispensable prestigio que se requiere para liderar un movimiento de esta envergadura. No dudo que con el tiempo empiecen a surgir nuevas caras o que de las inevitables divisiones y defecciones del morenismo aparezcan quienes se opongan al líder máximo. Por el momento, la inteligencia y la paciencia son los elementos principales que yo veo para el surgimiento de una verdadera oposición al régimen, el cual no tardará en comenzar a fragmentarse por los sectarismos de siempre y porque Morena está constituido por corrientes absolutamente disímbolas y hasta contrapuestas que, tarde o temprano, entrarán en conflicto y lo harán de manera cada vez más virulenta. Al tiempo, como suele decirse.
El Partido Conservador imaginado por la febril y delirante mente de López Obrador no existe. Una o varias oposiciones en ciernes, en cambio, ya están ahí, cuando menos en estado larvario. Dejemos que surjan de manera natural. Hagámoslo con inteligencia, hagámoslo con paciencia.
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