Jon Snow: El mundo que necesitamos es un mundo de misericordia.
Daenerys: Y lo será.
Jon Snow: No, no es sencillo ver algo que no ha existido.
Daenerys: Será un mundo bueno.
Jon Snow: ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes que será bueno?
Daenerys: Porque yo sé lo que es bueno.
De Game of Thrones, capítulo 06, Temporada 8, HBO.
Los dos últimos capítulos de la extraordinaria serie Juego de Tronos (GOT, por sus iniciales en inglés) me hicieron imposible no pensar en la actual realidad política mexicana. Las similitudes entre lo ahí ocurrido y lo que ocurre hoy en nuestro país resultan asombrosas. El ansia de poder absoluto de la reina Daenerys Targaryen; su empecinado empeño por hacerse del trono de los siete reinos; su idea de que ella es la dueña de la verdad y la única que sabe lo que conviene a sus súbditos; su manera de no escuchar a quienes la aconsejan y de dejarse llevar por sus impulsos, sus caprichos y sus ideas cerradas; la forma aplastante de lograr su obsesiva meta; el sentirse ungida para ser la única guía de su pueblo; su convencimiento de que está cumpliendo con un destino histórico que traerá la felicidad a los suyos; su odio mortal contra quienes se oponen a ella y su obsesión por destruir a esa especie de mafia en el poder a la que llama La Rueda; su triunfalista y cuasi populista discurso ante los suyos, luego de conseguir la victoria, literalmente, a sangre y fuego, y la respuesta unánime de éstos, vitoreando con fanatismo cada una de sus promesas; hasta el cabello blanco de esta empoderada y arrogante Madre de los dragones… Muchas, quizá demasiadas similitudes.
A pesar de todo lo que se ha criticado a los guionistas de la última temporada de Juego de tronos, por sus varias incongruencias y por el modo como resolvieron la suerte de los distintos personajes de la serie, hay en esos seis postreros capítulos, especialmente en los dos finales, varias lecciones de política que deberían hacernos reflexionar (revísense los diálogos de dos escenas por demás significativas del sexto capítulo: la de Tyrion Lannister y Jon Snow en el calabozo donde Daenerys ha recluido al primero, acusado de alta traición, y la del propio Jon Snow con Daenerys a un lado del trono de hierro, una parte de cuya conversación cito al principio de esta columna y que culmina con la pregunta del hijo bastardo de Ned Stark: “¿Y todos los que no saben que esto es bueno?”, a lo que la reina khaleesi, convencida de que sólo ella y nadie más que ella tiene la razón, responde: “No tienen opción”.
El final de Game of Thrones muestra cómo la soberbia exaltada y el envanecimiento intolerante e intransigente pueden cegar a una líder de multitudes hasta el punto de transformarla en una peligrosa amenaza, incluso para quienes creían sinceramente en ella, y que cuando las cosas son de esa manera, necesaria y fatalmente tienden a terminar muy mal. Así lo dice no sólo la literatura realista o fantástica, sino también la larga historia de la humanidad.
“No hay techo para ella, lo quiere todo”, advirtió Tyrion a un confundido Jon Snow.
Así el juego de tronos, así el juego de gansos.
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