miércoles, 22 de mayo de 2019

Una pelirroja

Hay horas de la noche en las cuales la actividad suele hacerse más febril. Esto tiene que ver tanto con los días laborables como con las jornadas de supuesto descanso. Cuando trabajo, me gusta meterme de lleno en la misión creativa que significa dirigir, coordinar, diseñar, llevar a buen puerto a una sección diaria de cultura y espectáculos. Esto quiere decir, por otro lado, que me contraría ser interrumpido por cosas que en esos momentos nada tienen que ver con mis tareas. Fue debido a ello que en un principio me irrité cuando aquella pelirroja invadió mi cubículo y sin la menor consideración, me desconcentró de lo que hacía.
  –Una caricia por tus pensamientos -fue lo que me dijo, con una familiaridad que exasperó mi cotidiana neurosis.
  Era bella, sin duda alguna. Más que bella. Su rostro y la parte visible de su pecho combinaban a una piel blanquísima con una enorme cantidad de pecas. Sus ojos eran verdes, acuáticos, y reflejaban una intensidad que me obligó a dejar todo lo que estaba haciendo y contemplarla.
  –¿Nos conocemos? -pregunté.
  –No –respondió ella en seguida, para agregar no sin cierta retadora ironía:– ¿Importa acaso?
  Me quedé mudo. ¿De qué se trataba aquella súbita aparición, aquella sonrisa desafiante? Me tomó de la mano y siguió con su río de palabras.
  –No te preocupes. No vine a traerte poemario alguno ni a pedirte que me des la oportunidad de publicar en tus páginas. Tampoco busco trabajo. De hecho, estoy aquí para ofrecerte algo que no puedes rechazar.
  Un repentino dejo de fastidio me hizo acomodarme en mi silla.
  –Creo que no entiendo –le dije, sin ocultar mi desconfianza.
  –Yo sé que estás muy a gusto en este periódico, pero pienso que te queda chico; con tu inteligencia, tu capacidad y tu talento deberías estar dirigiendo algo mucho mejor.
  Mis reservas se transformaron en franco recelo.
  –Perdóneme, señorita, pero yo no tengo intención alguna de dejar mi trabajo. La verdad estoy muy ocupado y...
  –No seas ridículo –me atajó con tono seco e incluso agresivo–. La oferta que te traigo es algo que jamás se repetirá en tu vida.
  Llevaba desabotonados los dos ojales superiores de su roja blusa de seda y al inclinarse hacia mí, pude darme cuenta de que no llevaba sostén. Sus senos eran espléndidos en su epidérmica firmeza.
  Quise ser paciente, aunque a cada momento me sentía más irritado, a pesar de la incontestable hermosura de la intrusa.
  –Mire, no quiero ser maleducado o grosero con usted, pero no me interesa lo que quiera decirme... y ahora, si me permite...
  Iba a darle la espalda, cuando me tomó con fuerza por un hombro.
  –No estoy jugando.
  Su voz poseía una violencia apenas contenida y continuó ante mi pasmo.
  –¿Quién carajos te crees para despreciarme? Un mugriento periodista como tú debería estar de rodillas y darme las gracias por ofrecerle la posibilidad de alejarse para siempre de la grisura en que se encuentra.
  En aquel instante, más que enojo sentí azoro. La agraciada pelirroja despotricaba como histérica, al reclamar mi falta de interés por un ofrecimiento que yo aún ignoraba.
  –Muy bien, señorita..., ¿o señora? ¿De qué se trata su maravillosa oferta? –le dije con fallida pretensión irónica. Ella pareció calmarse y me miró con sonrisa de superioridad, como si asumiera que me había derrotado.
  –De la oportunidad con la cual soñaste toda tu vida. Mira esto.
  La tipa sacó de su bolso una revista de temas "femeninos", de muy defectuosa factura, cuyo título me era por completo desconocido, y la puso en mis manos. Yo cada vez entendía menos.
  –¿Qué es esto? –pregunté con expresión de desconcierto.
  –¿Cómo qué? ¿No lo ves? ¡La mejor publicación para mujeres que hay en este país! –respondió ella enardecida.
  –¿Y?
  –¿Pues qué no te das cuenta? ¡Vengo a ofrecerte que seas nuestro jefe de redacción!
  Me quedé mudo, boquiabierto, sin reacción alguna, con mi vista fija en sus ojos verdes, ansiosos por ver salir de mi boca la aceptación inmediata. Inmediata y agradecida. Pero eso nunca sucedió, aunque traté de ser hipócritamente gentil.
  –Muchas gracias, pero no me interesa.
  Esta vez fue ricitos de fuego quien se quedó atónita, sin capacidad para dar crédito a lo que yo acababa de decirle. Tuve entonces que repetírselo y fui con toda intención más explícito.
  –Pierde su tiempo conmigo. No estoy interesado en su revista, ni en la temática que maneja; mucho menos en ser su jefe de redacción. Porque me imagino que usted es la directora.
  Su fino rostro enrojeció más que su cabellera.
  –Me habían dicho que eras un perfecto imbécil y me lo acabas de demostrar. Pero además de eso eres un soberbio. ¿Qué pretendías, idiota? ¿Ser tú el director?
  Por fin me harté de sus insultos, de sus insolencias sin fin. La tomé no sin brusquedad por un brazo y la conduje hacia el elevador. Los compañeros que atiborraban la sala de redacción nos miraban confundidos. Oprimí el botón y las puertas se abrieron casi en seguida. La mujer no insistió más. De hecho, adoptó una actitud resignada. Antes de despedirse para siempre, me miró con un dejo de inesperada tristeza y pude escuchar sus últimas y melancólicas palabras.
  –Es una lástima. ¡Tenía tanto antojo de coger contigo encima de mi escritorio!

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