La autocelebración que el presidente López Obrador quiso hacerse para festejar el primer año de su victoria en las urnas resultó un espectáculo anquilosado, fatuo, vacuo, ridículo, incontinente, lamentable y caro.
No dudo que muchos de los ahí presentes hayan acudido de manera espontánea y convencida. Sin embargo hubo otros, quizá la mayoría, que fueron acarreados en autobuses, sobre todo de las distintas alcaldías de la capital de la república y de los estados circunvecinos (el Estado de México, pese a tener gobernador priista, puso su buena cuota de gente acarreada en decenas, tal vez centenas, de camiones de pasajeros cuya presencia fue documentada en fotografías difundidas por las redes sociales). A los asistentes forzados se les dio como recompensa una bolsita con comida chatarra, una naranja y una lata de Pascual Boing, aunque se habla de un pago de 500 pesos por cabeza, dato que pudiera ser falso… o no).
El “evento” fue largo y cansino y tuvo como punto culminante no el prolongado y aburridísimo discurso presidencial, en el que López informó de sus “grandes” logros, sino un extraño acto en el cual un grupo musical de algún “pueblo originario” (el nuevo y políticamente correcto eufemismo para referirse a los indígenas) bailó y tocó sus instrumentos de viento y percusión alrededor del presidente y su esposa, quienes al quedar dentro del círculo humano se notaron desconcertados y no supieron cómo reaccionar. Busque usted el video, es muy divertido.
¿Había motivos para celebrar este año de ejercer el poder como se ha ejercido? Las huestes que aún siguen ciegamente al tabasqueño piensan (es un decir) que sí, lo mismo que sus allegados –digamos– ideológicos, convertidos como sabemos en los tipos y tipas más vergonzosamente zalameros. Esto incluye a los tristes e incapaces subalternos del gabinete, a los impresentables legisladores de Morena y sus partidos satélites y a los inverosímiles comentócratas y yutuberos del “nuevo régimen”, surgidos de quién sabe cuáles oscuras catacumbas.
No obstante, hay una cada vez más grande cantidad de arrepentidos que se han dado cuenta de la alarmante situación que vive el país y que sumada a los más de 30 millones de electores que no votamos por el hoy primer mandatario, da como resultado un fenómeno que para no pocos resultaba previsible: la rápida e incontenible baja de popularidad de López Obrador (si hace unos meses las encuestas lo situaban con un 85 por ciento de aprobación, hoy lo colocan con un 66 en promedio, una tendencia que debería preocupar a los arrogantes y triunfalistas adeptos y, sobre todo, al presidente mismo; pero como él siempre tiene otros datos y habita en una dimensión alterna, dudo que lo haga).
Acostumbrados como estamos ya a que durante los siete meses recién cumplidos de gobierno se cometa cuando menos una escandalosa pifia por día, la incapacidad y la torpeza con la que se desgobierna al país parecería normalizarse y formar parte del nuevo paisaje cotidiano. Con la economía en picada, la inseguridad y la violencia en crecimiento y la corrupción intocada, el panorama resulta escalofriante y los mexicanos en general seguimos actuando como mudos y paralizados testigos de la catástrofe. Es como si creyéramos estar dentro de una pesadilla de la que tarde o temprano vamos a despertar y por eso nada hacemos, en espera de que pase la noche y al amanecer veamos que nada ha sido real y que todo fue tan sólo un mal chiste.
El problema es que no es así: la realidad de este gobierno, por absurda y esperpéntica que parezca, nos conduce al abismo, a ese despeñadero que tanto mencionaban los morenistas cuando eran oposición. Vamos directo no sólo a la ruina económica y financiera, a la crisis y la recesión, sino también a un autoritarismo que amenaza con destruir la democracia, acabar con la libertad de expresión y configurar un gobierno en el que impere la voluntad de un solo hombre, así este hombre demuestre cada vez más su nula capacidad de estadista y su delirante proyecto de nación basado en las ocurrencias, la mentira y la loca ambición de convertirse en un broncíneo Héroe de la Historia Patria (así, con mayúsculas).
Siete meses han transcurrido. Tenemos un gobierno sietemesino. ¿Cuántos delirios, cuántos errores y horrores, nos falta por ver sin que reaccionemos o metamos las manos? Como que ya va siendo hora de abandonar el pasmo y la pasividad, antes de que el más disparatado y destructivo destino nos alcance.
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