Aunque su desempeño dejaba bastante que desear –sobre todo al permitir
que la verdadera mandamás en la Secretaría de Hacienda fuera su Oficiala
Mayor, la temible Raquel Buenrostro, pergeñadora y ejecutora de la
criminal política “de austeridad” que tiene al país al borde de la
recesión económica y a quien el presidente López Obrador le profesa una
confianza ciega–, el renunciante secretario Carlos Urzúa era, de una y
muchas maneras, el funcionario del gabinete con mayor prestigio
internacional y una de las pocas caras confiables para los
inversionistas y las agencias calificadores del exterior.
Con su renuncia y sobre todo con la dura y crítica carta con que la justificó, Urzúa puso en serio predicamento al gobierno, por más que el presidente haya tratado de minimizar el asunto y nombrado apresuradamente al subsecretario Arturo Herrera como nuevo titular de la dependencia (sí, el mismo Herrera a quien López Obrador ha contradecido, humillado y ninguneado en más de una ocasión y cuyo lenguaje corporal y facial, a la hora de su nombramiento, no reflejaba que se sintiera precisamente contento; más bien lucía sometido y angustiado).
Urzúa lanzó fuertes acusaciones en su carta al presidente. Refirió en ella que hubo una “inaceptable imposición de funcionarios que no tienen conocimiento de la Hacienda Pública. Esto fue motivo (sic, imagino que Urzúa quiso escribir motivado) por personajes influyentes del actual gobierno con un patente conflicto de interés”, aunque no reveló nombres. También habló de que “discrepancias en materia económica hubo muchas, algunas de ellas porque en esta administración se han tomado decisiones de política pública sin el suficiente sustento”. Aseveró estar convencido “de que toda política económica debe realizarse con base en evidencia, cuidando los diversos efectos que ésta pueda tener y libre de todo extremismo, sea éste de derecha o de izquierda. Sin embargo, durante mi gestión las convicciones anteriores no encontraron eco”.
Claman las huestes obradoristas que qué bueno que se fue “ese neoliberal” y hay locazos como el conspiranoico Jaife que dicen que la carta equivale a un intento de golpe de Estado. Con su ya habitual y supina estulticia, funcionarios, legisladores, comentócratas y tuiteros identificados con eso que insisten en llamar la Cuarta Transformación hicieron cera y pabilo de quien hasta el día anterior a la renuncia era “un funcionario eficiente, honesto y capaz”.
¿Cuáles serán las consecuencias de la dimisión de Carlos Urzúa? Es muy temprano para saberlo. Arturo Herrera, su sustituto, no parece tener la personalidad suficiente como para contradecir la voluntad de López Obrador y su fiel e implacable escudera Buenrostro, quienes en nombre de la más delirante austeridad muy posiblemente prosigan con su labor destructiva, al no encontrar obstáculo alguno que se los impida. A menos que ese obstáculo sea la mismísima realidad.
Con su renuncia y sobre todo con la dura y crítica carta con que la justificó, Urzúa puso en serio predicamento al gobierno, por más que el presidente haya tratado de minimizar el asunto y nombrado apresuradamente al subsecretario Arturo Herrera como nuevo titular de la dependencia (sí, el mismo Herrera a quien López Obrador ha contradecido, humillado y ninguneado en más de una ocasión y cuyo lenguaje corporal y facial, a la hora de su nombramiento, no reflejaba que se sintiera precisamente contento; más bien lucía sometido y angustiado).
Urzúa lanzó fuertes acusaciones en su carta al presidente. Refirió en ella que hubo una “inaceptable imposición de funcionarios que no tienen conocimiento de la Hacienda Pública. Esto fue motivo (sic, imagino que Urzúa quiso escribir motivado) por personajes influyentes del actual gobierno con un patente conflicto de interés”, aunque no reveló nombres. También habló de que “discrepancias en materia económica hubo muchas, algunas de ellas porque en esta administración se han tomado decisiones de política pública sin el suficiente sustento”. Aseveró estar convencido “de que toda política económica debe realizarse con base en evidencia, cuidando los diversos efectos que ésta pueda tener y libre de todo extremismo, sea éste de derecha o de izquierda. Sin embargo, durante mi gestión las convicciones anteriores no encontraron eco”.
Claman las huestes obradoristas que qué bueno que se fue “ese neoliberal” y hay locazos como el conspiranoico Jaife que dicen que la carta equivale a un intento de golpe de Estado. Con su ya habitual y supina estulticia, funcionarios, legisladores, comentócratas y tuiteros identificados con eso que insisten en llamar la Cuarta Transformación hicieron cera y pabilo de quien hasta el día anterior a la renuncia era “un funcionario eficiente, honesto y capaz”.
¿Cuáles serán las consecuencias de la dimisión de Carlos Urzúa? Es muy temprano para saberlo. Arturo Herrera, su sustituto, no parece tener la personalidad suficiente como para contradecir la voluntad de López Obrador y su fiel e implacable escudera Buenrostro, quienes en nombre de la más delirante austeridad muy posiblemente prosigan con su labor destructiva, al no encontrar obstáculo alguno que se los impida. A menos que ese obstáculo sea la mismísima realidad.
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