Si hay algo claro en la pomposamente llamada Cuarta Transformación (así, con ampulosas iniciales mayúsculas de Magna Grandeza Histórica) es que ésta por ningún lado aparece. No se ve, no se siente, la 4T no está presente.
No lo está más allá del discurso, de las palabras, de las repetitivas promesas y del intento de construir una realidad virtual y mentirosa en la que el país se encuentra “requete bien” y se encamina a un nuevo régimen, en el cual el neoliberalismo quedará olvidado (ya fue eliminado por decreto) y surgirá un nuevo sistema cuyas características nadie tiene en claro.
Mientras tanto, la otra realidad, la realidad real, la de todos los días, nos muestra todo lo contrario a la que nos tratan de imponer el presidente de la república, sus subalternos y su claque de religiosos y sectarios adoradores. Los índices económicos son alarmantes y todos sabemos que México no va a crecer este año y quizá no lo haga a lo largo de todo el sexenio. La cantidad de yerros y de malas decisiones que comenzaron con la cancelación del proyecto del aeropuerto internacional de Texcoco ha continuado de manera imparable, debido al empecinamiento presidencial de que todo se tiene que hacer como el jefe diga y no hay de otra. Hoy, como pocas veces, millones de mexicanos dependemos de la terca voluntad de un solo hombre y al parecer no hay forma de cambiar semejante aberración antidemocrática.
Empeñado en una política económica basada en los recortes presupuestales y en la paradójica situación de que sí hay dinero, pero este se mantiene detenido por la delirante oficialía mayor de la secretaría de Hacienda, el gobierno obradorista ha paralizado el gasto público –ya autorizado por el Congreso en el presupuesto para este año, lo cual obliga constitucionalmente a emplearlo– y con ello ha detenido las inversiones y afectado al empleo de un modo inverosímil y sin que se entienda bien a bien (o mal a mal) por qué. ¿Es torpeza, es incapacidad, es estupidez o se trata de un plan de tintes maquiavélicos para pauperizar a los sectores productivos del país, en especial a las clases medias, con el fin de destruirlas y hacerlas formar parte del ejército de pobres que requiere de los programas sociales que “generosamente” otorga el gobierno? Qui sait.
Por otro lado, en lo político los signos ominosos continúan apareciendo cada día. Tres recientes leyes así lo confirman. En Baja California, se aprobó la ley que permite extender por cinco años el mandato del gobernador electo (y con ello se sienta un precedente para que otros gobernantes, incluido el presidente de la república, puedan hacer lo mismo). En Tabasco, se aprobó una ley que convierte en delito, con penas de hasta 20 años de cárcel, los bloqueos y marchas contra obras públicas (léase Dos Bocas). En el Congreso, se aprobó una Ley de Extensión de Dominio llena de huecos, vicios y ambigüedades que podría permitir que cualquiera a quien se acuse de algún delito, incluso sin serle comprobado, pueda ser detenido y despojado de sus propiedades y el gobierno pueda venderlas a terceros (algo muy conveniente para ser usado contra los opositores). Tres leyes inconstitucionales, las tres con el aval de Morena y obviamente del señor presidente, aunque éste se lave las manos y afirme que él no tiene nada que ver.
Si a esto sumamos los constantes ataques del propio primer mandatario a la prensa y a los periodistas que no le son afines y que “se portan mal”, sus embates contra los órganos autónomos (ahora mismo sus objetivos de guerra son el Coneval y la Comisión Nacional de Derechos Humanos) y su constante y asombroso manejo de datos falsos que quiere hacer pasar por verdaderos, el panorama para la democracia y las libertades cívicas, tan duramente ganadas a lo largo de los últimos veinte años, luce no sólo desolador sino francamente amenazante.
La dichosa cuarta transformación no se ve. Lo que sí se ve es la incubación de un huevo, no de ganso sino de serpiente, a punto de hacer eclosión.
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