“Del mar los vieron llegar
mis hermanos emplumados.
Eran los hombres barbados
de la profecía esperada”.
“La maldición de Malinche”
Gabino Palomares
Siempre me he definido como un hombre de izquierda y en esencia lo sigo siendo, si se entiende a la izquierda como una posición política, ideológica e incluso existencial que pugna por la justicia social y la lucha contra la pobreza, pero también por las irrenunciables libertades individuales: la de expresión, la de pensamiento, la de movimiento, la de elección, la de empresa, etcétera. Las libertades liberales, vamos. Eso me coloca en automático en contra de cualquier tipo de dictadura o de cualquier régimen que intente acabar con esas libertades, bajo el pretexto de que busca un más que abstracto bienestar colectivo, el cual normalmente se traduce en bienestar para la casta gobernante y su burocracia afín.
Cualquier marxista ortodoxo diría que mi pensamiento no es de izquierda y que, en todo caso, sería apenas el de un vulgar socialdemócrata, es decir, de un pequeño burgués cómplice del capitalismo y enemigo de la sacrosanta lucha de clases y de la aún más sacrosanta dictadura del proletariado que habrá de llevarnos al paraíso socialista y colectivista en el cual todos seremos iguales y felices, etcétera, etcétera, etcétera. Lástima que la historia del siglo XX y lo que llevamos del XXI esté ahí para desmentirlos de la manera más rotunda. José Stalin, Nicolás Ceaucescu, Mao Zedong, Pol Pot, Fidel Castro, Enver Hoxha, Kim Il-sung, Muamar el Gadafi, Hugo Chávez, son algunos de los nombres de dictadores de una autonombrada izquierda que confiscó la libertad en nombre de las mayorías y sumió a estas mismas mayorías en una miseria económica y social (para no hablar de la miseria ética y ontológica) verdaderamente inicua, además de cometer –en mayor o menor grado– crímenes de lesa humanidad (ejecuciones, encarcelamientos, deportaciones, persecuciones, desapariciones, trabajos forzados, campos de aislamiento, censura) en nombre de esa misma humanidad. Se definían como antifascistas y sus semejanzas con el fascismo eran mayores que sus diferencias. Paradoja tan sanguinaria como ignominiosa.
Valga la anterior reflexión como base para comentar un breve video que acabo de ver en el Twitter de Yeidckol Polevnsky, la inefable e inenarrable presidenta de ese ¿partido?, ¿movimiento?, ¿secta?, ¿iglesia?, ¿entelequia?, ¿quimera? que mañosamente se hace llamar Morena y cuyo fundador, líder máximo y propietario vitalicio hoy se encarga de desgobernar a México desde el voluntarismo más grotesco y delirante.
El video fue grabado durante el informe que rindió la senadora guanajuatense María Lucía “Malu” Micher en un auditorio del Senado de la República y corresponde a la parte final del “evento”. Contenido en un tuit de quien en realidad se llama Citlali Ibáñez Camacho, el video reza, palabra por palabra, lo siguiente: “MORENA, partido de hombres y mujeres libres que luchan de pie por una transformación pacífica y democrática de nuestro país en completa armonía. ¡Un rojo amanecer!”.
En las imágenes se muestra una pantalla en la cual es proyectado un clip del grupo chileno Inti Illimani, mientras interpreta su clásica y combativa rola “El pueblo unido jamás será vencido”. Pero también se dejan escuchar otras voces que cantan (es un decir) al unísono. Primero no sabemos a quiénes pertenecen, pero poco después la persona que grabó desde su teléfono celular (posiblemente la propia Polevnsky) alcanza a captar a algunos de los chairos cantores y entre ellos vemos a Martí Batres, Ricardo Monreal y la propia Micher, quienes alcanzan el éxtasis del puño en alto cuando en la canción surge la frase “el pue-blo u-ni-do..." etcétera. De pronto el video se interrumpe. Quizá por un rapto de pudor ante el ridículo.
¿Cómo podemos interpretar semejante muestra de militancia anquilosada? No es tan difícil. Lo que se nos muestra ahí es a una generación de quedados, quienes aún suspiran por los tiempos idos, por la época “romántica” de los años setenta, cuando tras una serie de golpes de estado en Sudamérica, México abrió sus puertas a un enorme grupo de exiliados chilenos, argentinos, uruguayos, paraguayos, brasileños, peruanos y bolivianos. De pronto, Coyoacán, San Ángel y anexas (todavía la Condesa y la Roma no rifaban como colonias progres) se vieron invadidos de peñas folclóricas donde reinaban las quenas y los charangos, las milongas y las chacareras. Años en que la programación de Radio Educación se basaba en Los Chalchaleros, Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Daniel Viglietti, Mercedes Sosa y una larguísima lista de cantores y cantautores (por supuesto no podían faltar los cubanísimos Carlos Puebla, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés), además del inefable grupo mexicano Los Folcloristas, con su fanaticazo líder René Villanueva (el mismo que acusó al rock y las guitarras eléctricas de ser medios de penetración del imperialismo yanqui, omaigod). Inti Illimani estaba entre esos nuevos “artistas latinoamericanos” que por lo que se ve formaron parte esencial de la educación sentimental de muchos dirigentes de Morena, incluido el propio santo patrono macuspano, quien presume su amistad con Silvio (así, el puro nombre basta).
Aceptémoslo: mientras permanezcan don López (un nostálgico del echeverrismo setentero) y sus morenazos en el poder político del país, la música oficial en este (más que nunca) Mexicalpan de las Tunas será la que Federico Arana denominara, con enorme y sarcástico tino, como la música folcloroide.
Una prueba de ello fue el primer festival musical que organiza la Secretaría de Cultura –con el nombre de “Cantares: Fiesta de Trova y Canción Urbana”– y que se llevó a cabo en diferentes foros, entre ellos las llamadas islas de Ciudad Universitaria, en plena Universidad Nacional Autónoma (aún) de México, la que ya se prepararía para recibir como nuevo rector (eso murmuran las malas lenguas) al mismísimo marido gringo de la secretaria de la Función Pública (ese Ackerman de todos los moles que lo mismo hace de intelectual orgánico de la 4T que de cómico televisivo chafa, delirante politólogo bolivariano o tuitero propagandista y zalamero –y al parecer por cada actividad cobra).
Con gente del folclor sudaca, del oxidado canto nuevo, de la cursilísima hueva…, perdón…, nueva trova y uno que otro colado del rock rupestre (más un invitado de lujo, ése sí: el gran Caetano Veloso), el festival fue también una declaración de principios de lo que nos espera musicalmente en este sexenio, al menos desde las esferas oficiales.
Gabino Palomares, con su ultra xenofóbica, chovinista y racista canción “La maldición de Malinche”, debe estar de plácemes. Seguro se la regraban.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario