Pienso en el Odio Fonqui (1994) de Jaime López y José Manuel Aguilera. En el No me hallo (1988) de El Personal. En La Tempestad (1997) o Lo eterno (2018) de La Barranca. Tal vez en Símbolos (1994) o Babel (1996) de Santa Sabina… y paro de contar.
Los fanáticos de lo que desde hace cuando menos 30 años he llamado el rockcito dirán que cómo puedo dejar fuera a El nervio del volcán (1994) de Caifanes, El circo (1991) de La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, Re (1994) de Café Tacuba, Hombre sintetizador (1999) de Zurdok o ¿Dónde jugarán las niñas? (1997) de Molotov, entre otros. Buenos discos, concedo, mas lejos de la perfección. Todos ellos tienen cortes destacados pero también varios que resultan francamente prescindibles.
El rock, en México y en el mundo, hace tiempo que está desaparecido. La industria y los medios (con la complicidad pasiva de los músicos) se han encargado de aislarlo, de mantenerlo en algún lugar que se ha dado en calificar como “alternativo”. En aras de la sobreproducción y la artificialidad, se ha sacrificado a todo un género para favorecer una música pop cada vez más vacía e intrascendente, cada vez más consumible y desechable. Música hecha bajo receta, con fórmulas preestablecidas que garanticen la rápida difusión y, por ende, las ventas cuantiosas. Musak.
Ya ni siquiera se da importancia a los discos de larga duración. Los álbumes que, décadas atrás (hablo sobre todo de los años sesenta y setenta del siglo pasado, con un cierto renacer en los noventa), eran el sumum del arte rockero, hoy son piezas de museo o de nostalgia y los grupos y solistas privilegian al “sencillo”, es decir, la canción sola y aislada, fuera de cualquier contexto, de cualquier idea conceptual. Las cosas han llegado a tal grado que se organizan conferencias de prensa para presentar no el disco de determinado grupo o cantante, sino su sencillo más reciente. Eso sí, con el video que lo acompaña.
Frente a ello, se pierden la ilusión y el entusiasmo de quienes amamos al rock. En lo personal, aunque de pronto encuentro propuestas que me gustan, de tiempo atrás ninguna lo ha hecho de manera tal que me haga vibrar o me produzca alguna ligera emoción. Creo que desde “Stairway to Heaven” o “The Great Gig in the Sky” no he vuelto a escuchar una pieza que me cause escalofríos o me ponga chinita la piel, si se me permite la ñoña pero ilustrativa expresión.
El hecho es que hace algunas semanas, para ser más preciso en junio de este 2019, me apareció, no sé cómo ni por qué, una sugerencia en YouTube. Un grupo llamado The Warning, conformado por tres jovencitas de la ciudad de Monterrey y su canción “Dust to Dust”. Pude haberlas ignorado. ¿Una agrupación mexicana que además canta en inglés, algo que he cuestionado en múltiples ocasiones? En condiciones normales, las habría dejado pasar. Pero por alguna razón misteriosa no lo hice y le di play al video, grabado durante una presentación en El Lunario de la Ciudad de México en noviembre de 2018. El impacto fue inmediato. El golpazo de poder y electricidad me dejó atónito. No podía creerlo. ¿Qué demonios era aquello? ¿Cómo era posible que tres lindas niñas que podrían estar haciendo músiquita pop fueran capaces de transformarse en un arrasante power trío y brindar no sólo un sonido que yo no había escuchado en decenios, sino un desempeño escénico espectacular y vibrante, de una autenticidad que ya parecía imposible de encontrar?
Vi el video varias veces y busqué otros, en especial de ese mismo concierto en El Lunario. Vaya cosa. Todos eran fantásticos. Tenía que saber quiénes eran esas jovencitas tan talentosas y tan genuinamente rocanroleras. Así me enteré de que eran las hermanas Daniela, Paulina y Alejandra Villarreal, las mismas que hace cinco años sacaron un video, también en YouTube, en el que interpretaban un cover de “Enter Sandman” de Metallica. De inmediato até cabos. Aquella actuación casera, desde el sótano de su casa, era muy buena y asombrosa (y viral: hoy cuenta con casi 20 millones de vistas). Pero quién iba a imaginar, un lustro después, que The Warning evolucionaría de tal manera y que en 2019 estaría en un nivel artístico y musical muy superior al del 99.99 por ciento de las “bandas” nacionales.
No entraré en detalles sobre el historial del trío de 2014 a la fecha. Quiero concentrarme (después de esta larga introducción) en su disco más reciente, Queen of the Murder Scene (2018), su segundo larga duración, grabado en forma independiente, después del excelente XXI Century Blood (2017) y del EP Escape the Mind (2015).
The Warning rescata la idea del álbum conceptual, al grabar trece composiciones propias en las que se narra una historia, la de una mujer que va del enamoramiento al amor y de ahí a la posesión, el acecho, el crimen y el suicidio. Un tema muy fuerte, violento y oscuro para tres compositoras jóvenes que –dirían algunas mentes asustadizas– podrían estar escribiendo acerca de amores rosas e ilusiones románticas y no de temas propios de una novela negra. Sin embargo, es eso lo que hace aún más efectivo el disco, más idónea la música y más certeras las letras.
Queen of the Murder Scene arranca precisamente con “Dust to Dust”, la canción con la que tuve la fortuna de descubrir a The Warning. Se trata del prólogo de este relato que sigue a una mujer desde la frustración que no puede evitar hasta una creciente obsesión que desemboca en la locura criminal. Como apuntó alguien por ahí: es la historia de una joven atrapada por el amor obsesivo y la compulsión criminal.
Musicalmente, “Dust to Dust” es perfecta, con una construcción llena de sabiduría y matices precisos y estrujantes. Desde la hipnotizante figura del bajo inicial (por ahí leí que la canción fue compuesta por la bajista, Alejandra, la más joven del grupo, quien tenía escasos trece años de edad cuando apareció el disco –hoy tiene 14–, lo cual aumenta mi admirado asombro) y la súbita irrupción de una batería poderosa y un riff de guitarra con aires al mismo tiempo metaleros y arábigos, sabemos que se anuncia algo verdaderamente extraordinario. La breve introducción da lugar al canto de Paulina, baterista y una de las dos voces principales, quien con su timbre grave y potente da todo el sentido a la interpretación, apoyada por las armonías vocales de sus hermanas hasta llegar al infeccioso coro: “Polvo a polvo, nuestros huesos se oxidarán / y volveremos a empezar” y el estallido que prosigue: “Oye, ¿a dónde vas? / No confíes en todo lo que escuchas. / ¿No estás harto de correr? / Es mejor quedarse aquí”. El crescendo rumbo al final estremece al escucha y lo prepara para todo lo que viene.
“Crimson Queen” abre el primer capítulo de la historia. Se trata de una muy bella y desgarrada balada acústica que lo mismo remite a Led Zeppelin (alguna remota reminiscencia hay ahí de “Going to California”) que al grupo Heart de las hermanas Ann y Nancy Wilson. Daniela hace suya esta pieza con voz al mismo tiempo dulce y retadora y sus sutiles guitarras de corte folk y medieval. Es el canto de un personaje femenino desconcertado y enamorado, de una mujer confundida por sus contradictorios sentimientos amorosos.
Viene entonces la vertiginosa explosión de “Ugh”. Nuevo arranque de bajo y otra vez una guitarra filosa que recuerda a System of a Down. Es una canción de obsesión enfermiza y de peligrosa enajenación expresada sin dudas o titubeos por la voz, áspera aquí, de Daniela. La parte con el piano final casi parecería un brevísimo homenaje a Faith No More.
“The One” es otra composición sublime. Luego de un inicio que se acerca a la balada rock, va escalando en intensidad hasta restallar como una lluvia de fuegos de artificio y dar pie a otro piano que marca la parte media para desembocar en una nueva ola ascendente en la que el personaje, la personaja, de la narración se ilusiona con ser la única que exista para la persona amada. Es una plegaria inútil, un ruego exigente que se quedará en eso: “Mi corazón es sincero, late por ti” o “Me verás a mí y sólo a mí”. Todo para llegar a una conclusión angustiosa, reflejada en una música emocionalmente conmovedora: “¿Está todo en mi cabeza? / ¿Fue algo que dijiste que dejó mi corazón expuesto? / Sé que no soy la que está en tu mente / pero aún así, yo seré la única”.
El segundo capítulo comienza con “Stalker” que, como su nombre lo dice, es un tema que habla de ese acoso que suele derivar de la obsesión y que puede hacernos perder la cabeza hasta niveles infernales. Todo inicia con un piano nostálgico y un canto suplicante y entregado, ese que se da cuando se abre el pecho y se muestra el corazón sin reservas. Daniela canta con giros casi blueseros para derivar en una súplica rota que acepta el amor loco, en una de las canciones más deliciosamente siniestras y desesperadas del disco. “Soy una maniaca cuando se trata de ti / Estoy obsesionada con lo que podríamos ser los dos”, “Te tendré algún día / Te tendré por siempre”. El clamor del clímax es escalofriante, con la música llegando a extremos inesperados: “Te quiero para que me ames / Tócame / Déjame estar en tu corazón”. La nostalgia pianística retorna al final, pero con una ternura retorcida que anuncia cosas poco propicias y muy espeluznantes.
“Red Hands Never Fade” es otra incursión en el rock más rápido y pesado. Sin embargo, es una pieza que habla de súplica y perdón, ese perdón que no se encuentra y que vuelve más exasperante la situación (“Lo sé, eso fue un error / Pero tú no perdonas y no olvidas.”). La mujer de la historia ha cometido ese error imperdonable que no puede borrar ante el hombre que anhela, “porque las manos rojas nunca se desvanecen”.
El relato sigue su tortuoso camino (aunque en la parte musical es brillantemente ejecutado) con “The Sacrifice”. De la súplica del perdón a la advertencia (the warning). Es como el aviso final: o se arregla esto o se va todo al carajo y hasta las últimas consecuencias. Una gran canción con el trío de poder que llega hasta alturas insospechadas.
Sin embargo, las alturas a alcanzar todavía serán mayores. “Sinister Smiles” lo demuestra. Vaya composición. Se trata del tema que inicia el tercer capítulo y su letra revela que la mujer de la narración ha asesinado al ser amado por negarse a estar con ella (“mis manos / tu sangre”). Desde la batería, Paulina canta con una fuerza comparable a la de los tambores y los platillos que golpea con una precisión que sin exagerar hace pensar en la reencarnación de John Bonham. Al igual que sucede con “Dust to Dust”, es una pieza en la que la virtuosa baterista brilla con luz propia. El coro es inolvidable con su “Break, break, just break apart” y la segunda voz de Daniela deriva en primera voz durante la parte final, para una culminación apoteósica con secos acordes de guitarra que confirman que fueron los Kinks el primer antecedente del heavy metal.
“Dull Knives (Cut Better)” es el tema más thrash del álbum (Metallica podría hacer un cover en retribución a The Warning). Es la canción de la culpa después del crimen. Otro vértigo musical con una más que sólida y precisa sección rítmica (ese bajo de Alejandra, esa batería de Paulina) que funciona a la perfección para la guitarra y el canto (más las armonías vocales de sus dos hermanas) de Daniela: “Agujas que perforan mi cerebro / Lentamente aumentan el dolor. / Estoy arrancando rosas pero guardo las espinas”. Poesía pura.
Tal vez la parte cumbre del LP sea la composición que da nombre al mismo. “Queen of the Murder Scene” posee una perfección musical asombrosa. Los riffs, los cambios, la intensidad, el increíble y expresivo solo de guitarra que nos lleva al recuerdo del mejor Jimmy Page, la solidez rítmica, la intencionalidad en el canto de Daniela, todo para contarnos que la mujer ha superado el complejo de culpa y se asume como una fría asesina (“Soy una máquina sin emociones”), casi vanagloriándose de su acción, una verdadera reina de la escena del crimen.
No menos bueno es “P.S.Y.C.H.O.T.I.C.”, una especie de punk metal lleno de sabrosa ironía, con el que inicia el cuarto y concluyente capítulo de esta novela negra musical que es también una especie de rock ópera. Tal vez sea la mejor letra de todas y acontece cuando ella ha sido ya atrapada y llevada ante las autoridades (“Porque la sangre que sangro ya no es roja. / Es negra como las palabras que se repiten en mi cabeza. / Mi cordura se ha ido y mi moral está equivocada. / Y sé lo que ellos dicen: / Que estoy loca, que debo irme al infierno. / ¿Crees que soy ciega? / ¿Crees que no puedo decirlo? / Sé a dónde voy, sé a dónde iré / Y cuando descienda, me sentaré en mi trono. / Hay algo dentro de mí / de lo cual no me puedo esconder / Se ríen en mi presencia / se ríen cuando lloro / Mis ojos se han vuelto salvajes / su luz no es humana / puedo sentir que sonrío”). Musicalmente, es como si los Ramones se toparan con Iron Maiden. Los coros que deletrean el título (con una especie de porra de cheer leaders) son otra delicia y el redoble de tarola con las voces que ascienden para terminar en un grito de niña desaforada (cortesía de Paulina) es una de las partes más estremecedoramente divertidas de todo el plato. Otro otro punto culminante, otro high light.
El álbum se acerca a su terminación, pero aún quedan dos cortes tremendamente disfrutables. “Hunter” es otro rock duro que inicia con un fenomenal riff metalero muy de la escuela clásica del género. El tema todo es en sí muy clasicista y poderosamente imponente.
“No me arrepiento, desearía poder olvidar. / Porque todas las cosas que he hecho y todas las cosas que he dicho se quedan conmigo”, canta Paulina en el majestuoso track final, llamado precisamente “The End”. Es otra joya. La voz plena de pasión de la baterista conmueve hasta las entrañas, desde las vibraciones de un alma que a pesar de todo asume el crimen que cometió y acepta su inevitable andar por la carretera que conduce al infierno. Un nuevo, espectacular y lleno de alma solo de guitarra de Daniela, el piano inicial, una combinación suntuosa de las tres voces en armonía y un crescendo exultante para culminar un trabajo discográfico impresionante, una de las pocas obras maestras del rock en México.
¿Cómo hicieron estas tres jovencitas regiomontanas, de 18, 16 y 13 años en 2018, para escribir, arreglar e interpretar ellas solas esta maravilla? Sin apoyo de disqueras (el único apoyo que reciben es el de su propio público, por medio del sitio Patreon), sin más publicidad que la de las redes sociales y la del boca en boca, han logrado situarse muy por encima de todo lo que se hace hoy en México. Son rocanroleras auténticas, instrumentistas virtuosas, músicas y letristas completas que por sus edades aún tienen muchísimo que dar. Pero sobre todas las cosas son auténticas y apasionadas o, para mejor decirlo, pasionales: sienten su música y saben transmitir ese sentimiento en las entrañas del escucha. ¿Hasta dónde llegarán? Sólo el tiempo lo dirá, pero estoy cierto de que lograrán lo que ninguna otra agrupación de rock de nuestro país y que no falta mucho para que sean reconocidas a nivel global.
Por lo pronto, este agosto entran al estudio de grabación y para finales de año aparecerá su tercer disco. Esperémoslo con gusto y expectación.
This is not the end.
(Artículo publicado el día de ayer en el sitio Juguete Rabioso que dirige Mixar López)
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