No hace mucho tiempo, cuando aún era candidato a la presidencia de la república, Beatriz Gutiérrez Müller le dedicó a su marido, Andrés Manuel López Obrador, un videoclip en el cual le cantaba la canción “El necio”, del inefable Silvio Rodríguez. Se trataba de una forma de halagar a su esposo, de usar la palabra necio con un sentido “positivo”, de decirle a su cónyuge: “eres necio, eres tenaz, eres alguien que no ceja en su empeño por lograr sus ideales”, etcétera.
Pero, ¿a qué clase de necio pudo haberse referido también la señora de López en su cursilón remake de la ya de por sí cursilona (poética, le llamarían algunos) canción del cantautor oficial del gobierno castrista de Cuba?
Porque la necedad tiene una acepción más negativa que positiva. En realidad, una persona necia suele ser terca, empecinada, testaruda, obcecada, obstinada y tozuda de la más mala manera. Y hay otro significado peor del término: el que hace del necio un mentecato, un asno, un badulaque, un cretino, un estulto, un imprudente, un obtuso, un zoquete, un zopenco, un palurdo (y agregue usted los sinónimos que desee, pues existen muchos más).
Llevamos nueve meses de necedad gubernamental que es decir de necedad del presidente de la república. Nueve meses en los cuales el país se ha ido deslizando vertiginosamente por un tobogán en el que la violencia y la delincuencia han sentado sus reales, mientras que la economía se hunde y la corrupción sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso, a pesar de golpes de efecto como el reciente arresto de Rosario Robles, el cual más parece un acto de venganza política que un acto de justicia republicana.
Necedad es haber cancelado el proyecto del NAICM para empeñarse en levantar un imposible aeropuerto internacional en la zona de Santa Lucía. Necedad es haber inventado una supuesta guerra contra los huachicoleros que culminó en la tragedia de Tlahuelilpan, Hidalgo, con un terrible saldo de más de cien muertos y todo para seguir igual, salvo el gasto de la compra de decenas de camiones cisterna (las famosas pipas) de los que nadie sabe su destino. Necedad es tirar miles de millones de pesos en el proyecto de levantar una refinería que el país no necesita. Necedad es entregarle el manejo del gasto público a una oscura burócrata que ocupa la oficialía mayor de Hacienda y que tiene a medio país en el desempleo y la incertidumbre económica. Necedad es apostarle todo a Pemex, pero negar la posibilidad de la inversión privada en la industria petrolera. Necedad, en fin, es el cierre de las estancias infantiles y los recortes draconianos (austeridad republicana, los llama el presidente) a rubros esenciales como la salud, la educación, la ciencia, le tecnología, la cultura y el deporte. Necedad es desmantelar a la Policía Federal y afectar al Ejército y la Marina para conformar una Guardia Nacional cuyos fines verdaderos nadie, ni las propias fuerzas armadas, tiene claros. Necedad es mantener las diarias conferencias mañaneras, cuya única misión es la de decir mentiras, atacar e insultar a sus “adversarios” e inventar un país que sólo existe en la cabeza llena de pájaros del jefe del Ejecutivo. Necedad, en fin, es tratar de acabar con las instituciones autónomas y con las organizaciones civiles, a fin de crear un gobierno autocrático en el que la única voz que se escuche sea la del presidente de la República, como en los peores tiempos de la dictadura perfecta del PRI.
A unos días de presentar su primer informe de gobierno (cosa que hará en un patio de Palacio Nacional, ante políticos afines que estarán ahí para vitorearlo, y no en el Congreso, temeroso de que la escasa pero aguerrida oposición lo cuestione), el gran necio de Palacio (y digo necio, en el sentido en que lo canta doña Bety) ha dicho que el pueblo está "feliz, feliz, feliz" y que “no es por presumir”, pero tiene muchos logros que cacarear a la Nación. ¿Cómo el crecimiento cero, quizás? ¿Cómo los miles de muertos desde que asumió el poder? ¿Cómo la inseguridad reinante a lo largo y a lo ancho del territorio nacional? ¿Cómo los opacos intentos del gobierno por promover la reelección (caso Baja California) o por reunirse con los capos del crimen organizado? ¿Cómo el desabasto de medicinas para los niños con cáncer? ¿De qué nos va a presumir el presidente de México este 1 de septiembre? ¿Del pretendido final por decreto del neoliberalismo, luego de que llamó al híper capitalista Carlos Slim para sacarle las castañas del fuego? ¿Del exterminio virtual de la corrupción que sigue tan campante desde dentro del propio régimen (ahí están las casas de Manuel Bartlett)? ¿De la manera como algunas sectas evangélicas penetran poco a poco al interior de los más altos círculos de poder?
Para sus fanatizados simpatizantes, cuyo número desciende lenta pero inexorablemente, el líder y dueño de Morena sigue siendo un Mesías. Para quienes ven con cada vez mayor claridad la ruina a la que nos conduce este personaje, se trata de un Necías.
Más temprano que tarde sabremos si es una cosa u otra. Quizás este mismo 1 de septiembre.
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