"Mi padre tenía una relación sensual con los libros. Le gustaba
tocarlos, escudriñarlos, acariciarlos, olerlos. Lo excitaban los libros,
no podía contenerse, enseguida les metía la mano, incluso a los libros
de personas desconocidas. Es cierto que los libros de antes eran mucho
más sexis que los de ahora: tenían qué oler y qué acariciar y tocar.
Había libros con letras de oro estampadas sobre las aromáticas pastas de
piel, algo ásperas al tacto, pero que hacían que te recorri
era
un escalofrío, como cuando se toca algo íntimo e inaccesible, algo que
se estremece y tiembla al contacto de tus dedos. Y había libros que
tenían tapas de cartón forradas de tela y pegadas con una cola que tenía
un olor asombrosamente sensual. Cada libro tenía un olor propio,
secreto y excitante. Algunas veces la tela estaba un poco separada del
cartón y se movía como una falda atrevida. Era difícil evitar asomarse
por el espacio oscuro que había entre el cuerpo y la ropa del libro y
respirar allí aromas de vértigo".
Amos Oz
Una historia de amor y oscuridad
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