lunes, 11 de mayo de 2020

El Caifán mayor acaba de salir del edificio

Es una de esas películas que te gustan desde la primera ocasión que la ves y que sabes que volverás a ver una, dos y diez veces más sin cansarte de ella. Al igual que sucede con varias otras del cine mexicano, en especial de la llamada Época de Oro. Como Los tres huastecos, El rey del barrio, La oveja negra, Ahí está el detalle o Los olvidados, por mencionar unas cuantas. Te encariñas con los personajes, te aprendes los diálogos, cantas las canciones, rememoras secuencias imborrables.
  Así me pasó y nos pasó también a decenas de miles de espectadores con Los caifanes, la cinta de Juan Ibáñez filmada en 1967, con Julissa, Enrique Álvarez Félix, Ernesto Gómez Cruz, Sergio Jiménez, Eduardo López Rojas y Óscar Chávez en los papeles principales.
  La historia es por demás conocida. Una pareja de novios de la alta burguesía capitalina se sale de una fiesta, la lluvia los sorprende en la calle, se refugian en un extraño automóvil estacionado y de pronto aparecen los dueños del vehículo: “El Capitán Gato” (Jiménez), “El Azteca” (Gómez Cruz), “El Mazacote” y “El Estilos (Chávez), una singular pandilla de los barrios marginales  del entonces Distrito Federal que se hace llamar Los Caifanes. De ahí se sucede una serie de aventuras que transcurre en una sola y delirante noche y que culmina hasta el amanecer del día siguiente. Paloma y Jaime (es decir, Julissa y Álvarez Félix), guiados por los caifanescos personajes recién conocidos (a quienes temen pero por los que se dejan seducir fascinados), conocen de buen y mal grado los bajos fondos defeños y visitan taquerías, funerarias, cabarets y otros puntos de la noche barriobajera, en un subeibaja surrealista que mucho debe al cine de Luis Buñuel y Federico Fellini. La aparición de un Santa Clos borracho y decadente (interpretado nada menos que por el mismísimo Carlos Monsiváis, en un cameo sorpresivo que hoy es mítico), añade una pizca de divertido morbo al recuerdo de la película.
  Vi Los Caifanes por primera vez al año siguiente de su estreno, en el legendario Cine Tlalpan, ubicado en la esquina de Juárez y San Fernando, en la línea limítrofe entre el centro tlalpeño y la colonia Toriello Guerra. Yo tenía trece años y fue la única vez que la vi en pantalla grande. Sin embargo, volvería a disfrutarla infinidad de veces por televisión y otros medios (de hecho, para refrescar mi memoria, acabo de volver a verla por streaming en mi computadora). Recuerdo que aquella primera vez me impacto sobremanera. Para un temprano adolescente resultaban fuertes y asombrosas las imágenes, por ejemplo, de las viejas prostitutas, exageradamente maquilladas, del cabaret donde sucede una de las escenas más alucinantes y recordables. Desde entonces se convirtió en una de mis cintas mexicanas favoritas.
  Decía que el personaje del “Estilos” lo hacía Óscar Chávez, un joven actor proveniente del teatro universitario a quien nadie conocía (de hecho, los histriones que interpretaban a los cuatro Caifanes provenían de escuelas teatrales; no así Julissa, quien venía de la televisión y de los primeros años del rock hecho en México, donde había triunfado como baladista, y Enrique Álvarez Félix, regular galán de telenovelas y el hijo único de la gran diva María Félix).
  Chávez destacaba en el filme de Ibáñez por ser el único guapo de la pandilla (no en balde, logra seducir a Paloma con sus maneras tímidas e inseguras) y por su estupenda voz. A lo largo de la cinta interpretaba tres canciones: “El pájaro y el chanate”, “La niña de Guatemala” y “Fuera del mundo”. Gracias a su actuación, saltó a una relativa fama como actor; pero, sobre todo, aparecer en Los Caifanes le ayudó a impulsar una carrera musical que había iniciado cuatro años atrás, en 1963, con la grabación del disco de larga duración Herencia lírica mexicana Vol 1, en el que incluía antiguas canciones como “El lirio”, “La valona del preso”, “El tecolote”, “Yo ya me voy” y la preciosa “Román Castillo”.
  Chávez desde entonces, a sus 28 años, era una especie de arqueólogo musical en busca de joyas ocultas del cancionero popular mexicano. Ese sería el rasgo principal que lo distinguiría como artista, además, por supuesto, de su más que característica voz, grave y profunda.
  A lo largo de las siguientes décadas, grabaría una cantidad enorme de álbumes, en los que además de canciones mexicanas, interpretaría melodías de todo el continente hispanoamericano, canciones “de protesta”, temas paródicos y composiciones propias, como el que sería su mayor éxito a nivel popular, el bolero “Por ti”, lanzado como sencillo en 1973.
  “‘Por ti’ fue una sorpresa, fue la segunda canción que compuse. Y no fue rápido, se llevó un buen tiempo para que la gente la conociera, que la canción penetrara en el gusto de la gente. Ahora es muy importante, no puedo dejar de cantarla cuando me presento”, declaró apenas el año pasado durante una entrevista.
  Se dice que el mayor amor en la vida de Óscar fue su compañera musical y sentimental Tehua, intérprete también de folclor mexicano, con quien grabaría discos como Añoranzas mexicanas Vol. 2 (1974) y Añoranzas mexicanas Vol. 5 (1977). Tehua (María del Rosario Graciela Rayas Trejo) falleció en 2014, luego de una fructífera aunque discreta carrera.
  Hombre de izquierda con un gran sentido crítico (siempre supo distinguir entre el izquierdismo real y el izquierdismo de fachada), fue parte del movimiento estudiantil de 1968, apoyó las luchas sindicales de los años setenta y ochenta y simpatizó con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). En cambio, siempre externó sus reservas con respecto a Andrés Manuel López Obrador y su Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Por ello, ante la muerte del músico el pasado jueves 30 de abril, en el Centro Médico Nacional 20 de noviembre del ISSSTE, en la Ciudad de México, debido a una complicación relacionada con el coronavirus, no deja de ser irónico que el lopezobradorismo en pleno tratara de obviar el desencuentro que tenía con el cantante y buscara, una vez difunto, hacerlo “suyo”.
  Óscar Chávez, el llamado Caifán mayor, tenía 85 años al morir. Había nacido en la colonia Portales, del viejo DF, en el lejano 1935. Su legado artístico y personal es el de un ser humano, un mexicano, comprometido y congruente, en el mejor sentido de ambos términos. ¿Para qué añadir más?
 
(Publicado en mi sección "Plumas de caballo" de la revista en línea Juguete rabioso)

No hay comentarios.: