sábado, 17 de abril de 2010

Fidel, qué tiene Fidel…*


… que nuestros senadores no se atreven con él.
Como muchos que se siguen considerando gente progresista y de izquierda (cualquier cosa que eso signifique hoy), alguna vez yo también hice de Fidel Castro un ídolo y de la revolución cubana un ejemplo a seguir, un paradigma de lo que deberían ser todas las naciones de Iberoamérica. En los años setenta, ser joven y no ser revolucionario era una contradicción (Salvador Allende dixit) y algunos hasta dejamos al rock (¡ay!) por la música folclórica chilena, argentina, boliviana y uruguaya y por las guarachas procastristas de Carlos Puebla y la nueva trova cubana, encabezada por Silvio y Pablo (así les decíamos babeantes a Rodríguez y Milanés, músicos oficiales del régimen burocrático de la Habana). Fidel Castro era un sol y el recuerdo del Che Guevara nuestra límpida fuente de inspiración.
Por cuestiones generacionales, seguramente muchos de los actuales senadores mexicanos compartieron semejantes simpatías por la revolución cubana, simpatías que en muchos casos se convirtieron en intereses políticos y en abierta actitud de servilismo frente a las barbas del actual dictador isleño, quien les infundía y por lo que se ve les sigue infundiendo una mezcla de respeto y temor supersticioso.
¿Por qué a estas alturas de la historia, cuando está comprobado que el gobierno de Cuba es una tiranía y que en ese país los derechos humanos son violados un día sí y otro también, los legisladores mexicanos siguen rindiéndole pleitesía a Fidel Castro? ¿Por qué temen contrariar al viejo déspota y justifican sus tropelías y las de su hermanito Raúl? ¿Por qué le tienen tanto miedo?
La votación del pasado jueves en el Senado de la República, misma que echó para atrás una iniciativa para condenar la situación de los derechos humanos en Cuba, es una vergüenza, un acto de complicidad y una prueba más del pavor que los hermanos Castro (y no los que cantaban “Yo sin ti” que también eran terroríficos) infunden en nuestra clase política. Caballero, ésa es la pura veldá.

*Pubñicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.

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