
“En este número no escribe Carlos Monsiváis”. Tal era la leyenda que lució la portada de
La Mosca en la Pared en sus primeras entregas. Ponerla fue una ocurrencia que tuve porque me resultaba excesiva y ridícula la manera como toda nueva publicación que aparecía buscaba en seguida la bendición de Monsiváis, ya por ese entonces (hablo de mediados de los años noventa) todo un santón de la cultura progresista y de izquierda (es un decir). Todos querían unas palabras de iniciación por parte del gurú, cuya sección “Por mi madre Bohemios” era lectura obligada para muchos (la mejor época de dicha sección fue sin duda en el suplemento
La cultura en México de la revista
Siempre!; cuando pasó a
La Jornada, se ideologizó en demasía y perdió mucho de su filo), lo mismo que algunos de sus libros de crónicas, algunas muy sabrosas y otras no tanto (a veces, el barroquismo de su estilo terminaba por ahogar a sus textos y caía en una maraña de opiniones y juegos de palabras muy ingeniosos -¿o tramposos?- pero no siempre certeros).
Esa fue la razón por la que jamás intentamos buscar a Monsiváis para que participara en
La Mosca. Lo que pocos saben y no deja de resultar curioso es que fue él quien nos buscó. Estábamos preparando el número 6 de la revista, allá en las antiguas instalaciones de la avenida Uniiversidad, frente a la estación del metro
Viveros, cuando una mañana sonó mi extensión y Normita (la sabia secretaria) me dijo que me llamaba un tal Carlos Monsiváis. Por supuesto que pensé que se se tratata de una broma, pero no era así. Reconocí la voz del famoso
Monsi al momento. Del otro lado de la línea, el autor de
Dias de guardar me dijo: “Oye, pues ya que estás usando mi nombre en la revista, invítame a escribir algo”. Dudé unos segundos pero acepté. Quedé en devolverle la llamada mientras pensaba qué le podía encargar. Lo hice al día siguiente. Hablamos y le pedí una crónica sobre el
slam en los hoyos fonquis Accedió y sólo puso como condición que alguien de
La Mosca lo acompañara a uno de esos lugares. Me ofrecí a ir con él y creo que Fernando Rivera Calderón (quien era el subdirector de la revista) también se apuntó.
Pero el destino impidió que Monsiváis publicara en
La Mosca en la Pared. Unos días después, Jaime Flores nos comunicaba que la revista dejaría de salir por problemas financieros y así fue como entramos en un periodo de hibernación que duraría más de un año y medio (aunque pensamos que sería definitivo). Le comuniqué a Monsiváis que no sería posible hacer la crónica, lo lamentó y jamás volví a hablar con él. Era el mes de julio de 1994.

Cuando
La Mosca renació, en 1996, y apareció el número 7, la leyenda “En esta revista no escribe Carlos Monsiváis” volvió a aparecer. Lo pensé bien y concluí que si aquel texto sobre el
slam no había salido era por algo y que era mejor permanecer en la nuestra y seguir adelante sin el
Monsi como colaborador. De hecho, dimos una variante a la broma cuando salió el número 8 de la revista, un ejemplar sobre rock y mujeres con Alanis Morissette en portada y la leyenda (adecuada al caso) “En esta revista no escribe Elena Poniatowska”. Alguien me contó (creo que fue un reportero de
El Financiero), años más tarde, que a la autora de
La noche de Tlatelolco le cayó muy en gracia el letrerito, aunque jamás intentó escribir para nosotros.
Hoy que ha muerto Carlos Monsiváis (un hecho lamentable, por supuesto), víctima de una larga y penosa enfermedad, en las redes sociales abundan quienes lo están santificando a paso acelerado y lo sitúan como un hombre impoluto, intachable, esplendoroso, perfecto. Hasta Andrés Manuel López Obrador tuiteó que era el mayor intelectual mexicano de los últimos tiempos. Me pregunto si hubiera dicho lo mismo si Monsiváis hubiera sido un crítico suyo.
Por desgracia, así como tuvo sus rasgos luminosos, también tuvo algunos muy oscuros. Desde aquella larga y apasionante polémica con Octavio Paz en la revista
Proceso, en la que Carlos defendió obstinadamente a la URSS y a los países de la órbita soviética contra las críticas de Paz (a quien la historia terminaría por dar la razón), hasta la forma como constituyó una mafia cerrada dentro del periódico
La Jornada para echar del diario a quienes osaban disentir con la línea del mismo (si no, pregúntenle a Luis González de Alba). Ahí mostró un talante cerrado y hasta stalinista.
Gran cronista, estudioso y difusor de la cultura popular mexicana (ahí está el Museo del Estanquillo que fundó), pero de ningún modo un alma de Dios o un intelectual incuestionable. Habrá que situarlo en su justo medio, una vez que pase la marabunta de homenajes acríticos y borreguiles.
¿Qué si me arrepiento de que Carlos Monsiváis finalmente no haya escrito una sola frase en
La Mosca en la Pared? Pues no, en absoluto. Pienso que a final de cuentas fue lo correcto. Estoy cierto de ello.