viernes, 16 de noviembre de 2012

La creación

Nunca había leído a Agustín Yáñez. De hecho, tenía ciertos prejuicios sobre este escritor jalisciense, prejuicios totalmente estúpidos: lo despreciaba sólo porque fue secretario de Educación Pública durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Pero nunca me había acercado a sus letras, a sus libros. Craso error, pero error corregido y afortunadamente disminuido. Acabé de leer (en su edición de Lecturas Mexicanas) La creación (1959), ciertamente no su obra más reconocida (todos los estudiosos de las letras mexicanas coinciden en señalar a Al filo del agua, de 1947, como su novela más brillante), aunque él la defendía a muerte y afirmaba (lo hace al menos en una charla con Emmanuel Carballo, en su espléndido libro de entrevistas Protagonistas de la literatura mexicana) que con el tiempo sería reconocida en todo su valor narrativo.
  A mí me gustó mucho y si bien no me parece tan grandiosa como le parecía al propio autor, sí creo que es un gran texto, un libro que continuó su rompimiento con la tradición de la novela de la revolución (rompimiento que ya se había dado con Al filo del agua) y que se atrevió a experimentar, a veces con enorme fortuna y otras veces no tanto, con modelos narrativos de vanguardia. La historia de Gabriel Martínez, un músico de conservatorio que comenzó de muy jovencito como campanero en la iglesia de un pueblo y que gracias a la ayuda de diversas mujeres (María, Victoria, Pandora y hasta la mismísima Antonieta Rivas Mercado, entre otras) logra encumbrarse hasta lo más alto del firmamento artístico en el México de los años veinte y treinta (el relato inicia en 1920 y concluye en pleno gobierno cardenista).
  La novela es un canto a la creación en el arte, enfocada al mundo de la música culta, pero con menciones a la pintura, la escultura y la literatura de la época. Por ahí aparecen tangencialmente Diego Rivera, el Dr. Atl, Silvestre Revueltas y se retrata el mundillo artístico y bohemio de la capital de México en esas dos primeras décadas post revolucionarias. Las menciones a la situación política son pocas, incluido el asesinato de Álvaro Obregón, pero sí se palpan los vaivenes de lo que sucedía en el país.
  Dividido en cuatro grandes movimientos, como si fuese una sinfonía, La creación tiene momentos extraordinarios, aunque el tercer movimiento peca a mi modo de ver de pretensiones que lo vuelven excesivo, confuso y un tanto aburrido. Sin embargo, no afecta demasiado y al final la novela deja un gran sabor de boca.
  El personaje que más me gusta es el de Pandora, una mujer de origen humilde y de belleza muy mexicana que comienza como modelo para algunos pintores y termina como famosa y popular actriz de cine (no sé si estaría inspirada en algún personaje femenino de aquellos años). Su carácter fuerte y su liberalidad resultan provocadores y sus ideas sobre la libertad en el amor me encantaron, como cuando dice "¿qué diferencia hay entre el amor y el deseo? Para mí, ninguna: cuando no deseo, no quiero; hasta que vuelvo a desear es que vuelvo a querer; lo demás es puro aburrimiento y obligación: por eso no me he casado" o "... el deseo renace; si no, es que el amor se secó y lo que sucede es que renace en sitios diferentes, con distintos motivos. Por eso hay vida. Desgraciada una, si habiéndosele acabado el amor, no nacieran otros muchos, por otras personas, por otras cosas".
  La creación.

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