sábado, 5 de diciembre de 2009

Juanito y el sorteo mágico


Algo esotérico debe significar el hecho de que en el sorteo que ayer se realizó en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, a la selección de México le haya tocado jugar contra los mismos equipos que enfrentó hace cuarenta y cuatro años, en el Mundial de Inglaterra, es decir: Francia, Uruguay y el país anfitrión.
Aquella vez empatamos con los dos primeros (¿cómo olvidar aquel enredado gol de Enrique Borja y la emotiva narración de don Fernando Marcos?) y perdimos con los ingleses. ¿Se repetirá el caso, sólo que con una derrota ante los sudafricanos? Puede ser. Después de todo, en esta hermosa república mexicana estamos acostumbrados a que todo se repita, aunque casi siempre como triste (aunque divertida) caricatura.
Ahí está otra vez, por ejemplo, el Juanito affaire, prueba irrefutable de que la estupidez de nuestra clase política en general y de nuestra seudo izquierda en particular es cíclica, reiterativa y congénita. Ahora son los diputados perredistas de la Asamblea de Representantes del DF quienes meten su cuchara (¿por órdenes de Marcelo o de Andrés Manuel?), para inventarse una serie de “causales” (así les dicen) cuyo fin es desaforar (verbo maldito para los pejistas…, cuando les conviene) a Rafael Acosta y quitarlo de su puesto (ganado legalmente, quiérase o no) como delegado de Iztapalapa.
Leo en el artículo de nuestro compañero Pablo Gómez, publicado ayer en Milenio Diario, que quienes criticamos la actuación de López Obrador, Clara Brugada y demás en este desmadre somos parte de “la derecha antidemocrática y del periodismo afín”. Opinión que da por sentado, entonces, que quienes quieren desaforar (otra vez ese malhadado verbo) a Juanito con artimañas legaloides son, por ende, democráticos. Así de fácil es descalificar a todo aquel que ose cuestionar al cochinero iztapalapense.
Por eso, yo mejor me preocupo por la futura suerte del seleccionado nacional, luego del mágico sorteo que nos abrió una rendija de luz para pasar a la siguiente ronda y alcanzar el mítico quinto partido. Algo que, como ya es costumbre, no sucederá.

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