lunes, 19 de abril de 2010

Vive Latino, ese mito anual de todos tan querido*


En tierra de ciegos el tuerto es rey. No por obvio el famoso dicho deja de ser cierto. Más en el caso del Vive Latino, festival musical que ya desde su nombre anuncia su falacia, su confusión y su ambigüedad. Porque, ¿qué es lo latino? ¿Cuáles son sus señales de identidad? ¿Existe la música latina? ¿En dónde están sus raíces, cuáles son las características que la distinguen?
  Si nos atenemos a la historia, los latinos surgieron en lo que hoy es la península itálica, en el lejano mar Mediterráneo y poco o nada tienen que ver con lo que hoy se insiste en llamar, precisamente, latino. ¿Cómo relacionar a ese pueblo que emergió en el segundo milenio anterior a la era cristiana con un festival que se hace en su nombre y sin que sepamos a ciencia cierta cómo era su música?
 Pero bien. Tratemos de comprender que cuando los que idearon este festival lo bautizaron como latino, tenían en mente no a los antiguos fundadores de Roma (Rómulo y Remo incluidos) sino a la música que se hace en España e Iberoamérica, México incluido. Bueno, aceptémoslo, no nos queda otra. No lo llamaron Vive Ibero o Vive Hispano, sino Vive Latino y como tal se impuso.

¿El sucedáneo de Avándaro?
En nuestro país no existe una larga tradición de festivales masivos de rock. El más antiguo precedente es el Festival de Rock y Ruedas en Avándaro, Valle de Bravo, celebrado en septiembre de 1971, y todos sabemos el desastre que significó, no porque ahí haya sucedido algo realmente grave (yo estuve ahí y puedo decirlo), sino por las consecuencias nefastas de represión contra el rock que se desataron y que, a partir de entonces y durante casi dos décadas, lo proscribieron y lo convirtieron en una manifestación musical absolutamente marginada.
  Fue hasta finales de los ochenta que ese género fue perdonado y convertido en aceptable objeto de consumo para los jóvenes mexicanos. Los medios y la industria discográfica se dieron cuenta de que esa música podía resultar un buen negocio y decidieron tomarla en sus manos. Grupos como Caifanes, La Maldita Vecindad, Café Tacuba (con “u”, por favor), Maná, La Cuca, La Castañeda, La Lupita y otros conformaron la punta de lanza de un rock descafeinado, desprovisto de raíces musicales negras y totalmente determinado por tres vertientes: el rock pop argentino, el rock pop español y el pop mexicano gobernado por Luis de Llano Macedo desde Televisa. Las influencias de los roqueros nacionales dejaron de ser el blues, Chuck Berry y el rock inglés y estadounidense de los sesenta y los setenta; ahora, los padres del nuevo rock hecho en México fueron agrupaciones y solistas como Soda Stereo, Enanitos Verdes, Miguel Bosé, Nacha Pop y, por supuesto, la Banda Timbiriche. Así nació el rockcito, una expresión juvenil –casi infantil- que borraría para siempre cualquier sombra de subversión o de cuestionamiento al establishment (las arengas seudo revolucionarias durante las tocadas de bandas como Maldita Vecindad o Panteón Rococó no pasan de ser bromas demagógicas que mueren apenas son vociferadas).

Un rock que permite los festivales
No es que el rock anterior a Avándaro fuese peligroso o pusiera en riesgo a la seguridad nacional. No obstante, el rockcito que surgió a finales de los ochenta y se consolidó en los noventa fue todavía más inocuo y fácil de manipular. Ahí estaban los grupos, felices de aparecer en Siempre en Domingo y que Raúl Velasco les diera la patadita legitimadora. Ahí estaban esas banditas que hacían playback con la Vero Castro y se convertían en el sueño de las adolescentes de todas las clases sociales. El rock nacional volvía a ser tan convencional e inofensivo como lo fue a principios de los sesenta, cuando lo más irreverente que se permitía cantar era “yo no soy un rebelde sin causa / y tampoco un desenfrenado. / Yo lo único que quiero es bailar rocanrol / y que me dejan vacilar sin ton si son”. Sí, el infantilismo sempiterno de nuestro rock. De César Costa a Fher de Maná y de Johnny Laboriel a Leonardo de Lozanne.
  En esa misma época, el entonces regente Manuel Camacho Solís autorizó la realización de conciertos masivos en el Distrito Federal. Surgió la empresa Ocesa, a la que se le concesionó el Palacio de los Deportes y el entonces Autódromo Hermanos Rodríguez. Decenas de roqueros de primer nivel internacional empezaron a presentarse en la capital del país. Eran los años del salinismo en pleno y todos tuvimos la sensación de que al fin estábamos entrando al primer mundo.
  Ocesa prosperó. Se convirtió en ama y señora de la organización de conciertos y otra clase de eventos (valga la palabrita). No que fuera un monopolio, pero casi. Entonces a alguien de esa empresa se le ocurrió organizar un festival como los que desde hacía mucho se celebraban en los Estados Unidos (Lollapalooza, Austin City Limits et al), Gran Bretaña (Reading, Glastonbury, Isla de Wight et al) y varias partes de Europa.

Casi un año antes que el Coachella
El primer Vive Latino tuvo lugar en noviembre de 1998 (once meses antes que el primer festival Coachella, ¡oh!) y se le recuerda principalmente por la tremenda desorganización reinante y por los muchos deshidratados (el agua para beber se agotó y el calor hizo estragos en docenas de asistentes). Entre las bandas participantes estaban los Ángeles del Infierno, Illia Kuryaki y los Valderramas, Kenny y los Eléctricos, Juan Perro, Aterciopelados y La Barranca. No un mal cartel.
  Dos años después, en 2000, se llevó a cabo la segunda edición del festival que ha seguido celebrándose año con año (salvo en 2002) y que cada vez congrega a decenas de miles de asistentes, sobre todo de extracción popular (léase aquellos que no tienen lana para ir al Coachella), quienes acuden en troplel por tres motivos básicos: ver a los grupos en tres escenarios (el Azul, el Rojo y el Verde), hacer slam y echar relajo.
  Ciertamente, las condiciones de seguridad y abastecimiento han ido mejorando con el tiempo (al parecer, el agua ya no se acaba y los baños ya no son tan asquerosos, otra queja frecuente), pero los precios de alimentos y bebidas dentro de las instalaciones del hoy llamado Foro Sol resultan altos y son muchos los asistentes que se quejan por esto y por el costo de los boletos (en plena época de crisis y con el desempleo reinante entre los jóvenes mexicanos, pagar setecientos pesos por un abono es bastante oneroso).

Telehit, siempre presente
En el festival, la presencia del canal de televisión de paga Telehit se ha vuelto cada vez más omnipresente. Situado en la zona V.I.P. (ah, porque hay una zona V.I.P. en el Vive Latino), dicho canal trasmite durante dos días las incidencias del evento, realiza entrevistas con los músicos y obliga a los televidentes a soportar a sus casi siempre oligofrénicos conductores, quienes están convencidos –al igual que muchos músicos, por desgracia- de que son los tipos y las tipas más simpáticos, ingeniosos y carismáticos de la pantalla. Su falta de cultura musical es suplantada por su vasto conocimiento de los chismes del momento, sus poses, sus gritos, sus bromas privadas, su falso entusiasmo jovial y su vocación por el lado farandulero del asunto. Eso cuando no les da por hacer chistes de la peor estofa. Seguramente este año no será le excepción y los televidentes tendrán que soportar la misma tortura de cada año.

Vive Latino 2010
Anunciada como “La comunidad más poderosa del rock en español”, la décima edición del Vive Latino presentará como siempre a una variopinta y abundante cantidad de bandas y solistas de diversos orígenes geográficos, en su mayor parte hispanoamericanos. Grupos como los estadounidenses Calexico, Deftones y Ozomatli son sin duda cartas fuertes (aunque si contemplamos la alineación del Coachella 2010 –ver recuadro- la comparación nos deja helados y nos sitúa en los confines de nuestro triste tercermundismo). También lo son Rodrigo y Gabriela, Julieta Venegas, Corcobado y Aterciopelados.
  Hay proyectos mexicanos altamente respetables y musicalmente impecables, como los de Juan Pablo Villa, Klezmerson, Muna Zul, Cecilia Toussaint, Ely Guerra, Cráneo de Jade, Los Músicos de José, Qué Payasos, Celso Piña y Paté de Fuá, al igual que expresiones interesantes como las de las bandas tapatías Descartes a Kant y The Butcherettes. También de Guadalajara, el curioso retorno de Cuca (de cuyo líder, José Fors, se presentará la ópera rock Dr. Frankestein, la noche del viernes 23 de abril).
  España e Iberoamérica estarán representadas por Nacho Vegas, Los Auténticos Decadentes, Los Tres, Manuel Garcia, Los Amigos Invisibles, Mago de Oz, Kumbia Queers, Francisca Valenzuela, Ska-P, Attaque 77, Todos Tus Muertos y hasta Calle 13 (¡?).
  Del resto muy poco se puede decir. Están, claro, los inefables del rockcito nacional (Chetes, Las Víctimas del Dr. Cerebro, Austin TV, Los Odio, Rostros Ocultos, Silverio, Crista Galli, Furland, Pato Machete, Tijuana No!, Los Amantes de Lola, Panteón Rococo) y numerosas banditas de chile, de dulce y de manteca.
  A final de cuentas no es un cartel despreciable, pero parece obvio que tampoco es lo que mucha gente esperaría luego de diez ediciones de un festival que para algunos representa una tradición y para otros es, tan sólo, un mal necesario.

*Publicado este semana en la revista emeequis No. 220

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No soy ningùn defensor del rock hecho en casa, lo anterior por el oscuro pasado musical que nos cobija. ¿Mal necesario? No lo creo, tristemente el Vive es el UNICO festival que hay en este país ¿que chinga no?. Entiendo que el rock mexicano no es ningún inválido como para apoyarlo (H. Villalobos dixit) pero como usted lo dice en su artículo no hay las bases, mucho menos la educación como para hacer una crítica mordaz y así poder pedir lo que los mexicanos nos merecemos: una música que traiga dentro nuestra raíces por muy revueltas que éstas estén. Si bien es cierto que ya son 10 añotes del Vive y no ha avanzado ni madres, los carteles parecen no distinguirse el uno del otro año con año, también es cierto que este festival no ha ampliado el espectro para con el negocio y la música, ya ni por que hay una televisora con las manos en cada rincón. Qué pinche pena. Ojalá que esto avance, se jalen buenas bandas. Que se vea el festival como un NEGOCIO y que por supuesto, no matter what, los boletos se van a vender.

ricardocartello dijo...

Hola, solo un comentario. Eso de que Manuel Camacho AUTORIZÓ los conciertos, hombre pues, recordemos que eran los tiempos del PRI en la presidencia. Quien AUTORIZÓ los conciertos fue el presidente, no el regente, por favor.

iL Hell Dogma dijo...

excelente reseña. Tristemente es nuestra verdad aunque a muchos les pese quitarse la venda de los ojos.

en nuestra cultura musical se aprecia tambien el daño que nos hacen los monopolios: el rockcito como hijos de luis de llano y compañia; y ocesa como amos y señores de todos los festivales y conciertos.

esto va a cambiar hasta que toda nuestra sociedad cambie