domingo, 4 de marzo de 2012

James Cagney: olvidado enemigo público

No deja de ser paradójico que el primer papel que tuvo uno de los actores más identificados con la rudeza del cine de gangsters de los años treinta haya sido como chorus girl, en una obra musical de Broadway en 1919. En efecto, a los veinte de años de edad, James Cagney (Manhattan, Nueva York, 1899) apareció por primera vez en un escenario como “bailarina”, perfectamente ataviado y maquillado, sin que alguien se percatara de ello. Quién iba a decir que doce años más tarde sería el duro protagonista de la extraordinaria cinta de William Wellman El enemigo público, al lado de la rubia platinada Jean Harlow, y que la escena en que le aplasta media toronja en el rostro a la actriz Mae Clarke se iba a convertir en un hito de la historia del cine universal. Sin embargo, tal vez la imagen que mejor retrata a Cagney es la del final de otra cinta inconmensurable, White Heat (1949), cuando el sicótico gangster con complejo de Edipo al que personifica vuela en pedazos, en lo alto de un tanque de combustible que él mismo incendia, un instante después de gritar: “¡Lo logré, mamá! ¡Llegué a la cima del mundo!” (ver video).
  James Cagney fue un actor prodigioso. Para muchos, muy superior a contemporáneos suyos como Pat O’Brien, Edward G. Robinson e incluso Humphrey Bogart o de estrellas actuales como Al Pacino y Robert de Niro. Lastimosamente, hoy muy pocos lo recuerdan y las nuevas generaciones de cinéfilos lo desconocen por completo. Dúctil y versátil, era un fantástico actor de comedia (La novia que cayó del cielo, 1941), gran bailarín y coreógrafo (Yankee Doodle Dandy, 1942), actor de carácter (El hombre de las mil caras, 1957)), pero sobre todo destacó en el papel de gangster al mismo tiempo rudo y sentimental, implacable y vulnerable, temible y simpático. Así apareció en joyas del género como Smart Money (1931), G Men (1935), Ángeles con caras sucias (1938) o The Roaring Twenties (1939).
  Alternó con las mayores estrellas de la época dorada del cine hollywoodense de los años treinta, en especial el producido por la Warner Brothers, su casa sempiterna, y sobresalió por encima de la mayoría de ellas. Hablo de figuras míticas como Bette Davis, Loretta Young, Joan Blondell, Ann Sheridan, Virginia Mayo, Olivia de Havilland, Barbara Stanwyck o los mencionados Robinson y Bogart. También fue dirigido por realizadores legendarios como Howard Hawks, Raoul Walsh, Billy Wilder, Michael Curtiz y Charles Vidor, entre otros.
  Luego de filmar en 1961 la divertida comedia One, Two, Three, decidió que era hora de retirarse (tenía sesenta y dos años) y permaneció lejos de la gran pantalla por dos largas décadas, hasta que aceptó participar en ese épico filme que es Ragtime de Milos Forman (basado en la novela de E.L. Doctorow), en el papel de jefe de la policía. Sería la última película de este hombre a quien Orson Wells calificó como “tal vez el más grande actor que haya aparecido jamás enfrente de una cámara”.
  James Cagney murió en Nueva York en 1986. Un ataque cardiaco puso fin a su vida el 30 de marzo de ese año. Su legado artístico es inmenso y, sobre todo, digno de ser revalorado.



(Publicado ayer sábado en la sección "De culto" del suplemento cultural Laberinto de Milenio Diario).

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