Lo que declaró Andrés Manuel López Obrador el jueves
pasado, ante el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas, más que
sorprenderme me confirma la visión que desde hace seis años tengo acerca de él.
Su pronunciamiento en contra de las reformas estructurales (y el candidato “de
las izquierdas” mencionó “reformas estructurales” con un tonito de ironía y
desprecio) se encuentra dentro de su lógica retrógrada y aislacionista que en el
fondo busca regresarnos a las épocas del nacionalismo revolucionario y, de
algún modo, trata de convertir a México en una isla separada de las tendencias
globales, un poco a la manera de lo que era Albania en los años setenta del
siglo pasado o de lo que hoy es Corea del Norte: naciones desconectadas, ajenas
a la integración global.
Si algo
urge en este país –y sobre ello existe un cada vez mayor consenso– es
precisamente la instrumentación de las reformas estructurales. No hay otro modo
de dejar atrás estos quince años de inmovilismo y estancamiento. Andrés Manuel
predica que el país accederá al progreso con el simple expediente de la
austeridad y el combate a la corrupción, a mi modo de ver una absoluta falacia.
Sé que los
incondicionales del Peje aplaudirán su postura “firme y decidida ante los
malditos empresarios que quieren apoderarse del país”, etcétera, pero México no
puede permitir convertirse en una Bolivia o una Venezuela, en lugar de seguir
el camino de naciones iberoamericanas como Chile y Brasil. El reto es
modernizarnos, no regresar a los tiempos de Luis Echeverría y José López
Portillo (cuando el buen AMLO era un feliz priista).
Esa es la
irrealidad de López Obrador. Sigue instalado en su mundo mesiánico y de ahí
nadie lo saca. Ha creado su propia realidad, ajena a la realidad real (su lema
de campaña debería ser: “Si la realidad no se ajusta a lo que yo digo, peor
para la realidad”), y continúa con el mismo discurso de hace años, edulcorado
con conceptos engañabobos como lo de su república amorosa.
En ese
sentido, menos mal que va en el tercer lugar de las encuestas…, aunque estas
tampoco encajen con su realidad.
Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.
1 comentario:
Hugo: tus artículos sobre López Obrador siempre terminan recordándome a las serpientes que se muerden la cola. Haciéndome evidente que los extremos suelen terminar tocándose.
¿Te has dado cuenta de que tú también eres un incondicional de Andrés Manuel (¿por qué le llamas Peje tú que tanto te quejas del borreguismo y los lugares comunes?), tan fanatizado e irracional como esos seguidores suyos que lo ven como un Mesías impoluto? En sentido opuesto, evidentemente. Eres un detractor incondicional del tabasqueño al que no le reconoces ni uno solo de los méritos que ha obtenido durante su extensa carrera política. Y eso es lo que a muchos nos hace sospechar de que detrás de este odio ilimitado hay algo, por decir lo menos, nebuloso. Porque si bien hay algunas posturas de López Obrador con respecto a ciertos temas, que no están del todo claras, la verdad es que si hay algún candidato medianamente coherente en esta contienda electoral es él. Y tú, en cada artículo, te empeñas en soslayarlo, en ignorarlo extrañamente. ¿De verdad, Hugo, crees que Andrés Manuel vive en la irrealidad? No lo comparto pero a fin de cuentas es tu percepción.
Sin embargo, ¿No es para ti una irrealidad más terrible, una que ofende y lastima escuchar a Peña Nieto hablar de justicia, honestidad y desarrollo social? ¿O a Vázquez Mota de transparencia electoral, probidad y seguridad pública cuando su partido ha actuado durante los últimos 12 años en sentido opuesto? ¿O esas irrealidades son para ti asuntos menores que no se deben mencionar? ¿Ni una sola vez?
Saludos y suerte.
Pd. Ya fue mucho tiempo de ausencia de la Mosca ¿no? ¡Que regrese ya!
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