Porque tú lo mandaste al
despedirnos,
porque soy cosa tuya, he
procurado
no sufrir. He querido que no
sientas
ningún dolor por causa mía
en este dedo chico de tu mano
que es hoy mi corazón. Porque
te quiero
te digo: “No he sufrido”.
Dejo ya de escribirte
para seguir pensando en ti.
Comienzo
a tratarte de “usted” en mi
memoria.
Usted no me ha olvidado;
Yo la estoy esperando. Usted lo
sabe.
[...]
Cuando me he despedido
de ti, después de un día de
tenerte,
y camino de gusto por las
calles,
ay, cómo compadezco
a los que tú no amas, que no
saben.
Y me dan ganas de abrazarlos
a todos, de gritarles que la
vida
es buena; que tú vives, que
debemos
obligatoriamente ser felices.
O de echarme en el suelo boca
arriba
con los ojos cerrados,
y cuando alguno llegue a preguntarme
si algo me pasa, contestar: “Es
sólo
que soy feliz porque la quiero.”
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