Fue este mi
segundo encuentro con McCartney (lo vi en el entonces Foro Hermanos Rodríguez,
en1993, cuando su primera visita a México, y he vuelto a verlo, el martes 6 de
mayo, en el Estadio Azteca) y fue un encuentro feliz. Porque eso es lo que hace
el ex escarabajo en el fondo: brindar felicidad a lo largo de casi tres horas
de música brillante, entrañable, irresistible, divertida.
A sus casi
setenta años de edad, el tipo mantiene una energía de veinteañero y lo que proyecta
en el escenario, al lado de sus espléndidos músicos, es una alegría que
contagia y que logra trasladar al escucha a otros tiempos quizás idealizados,
pero que permanecen en el inconsciente colectivo como reflejo de una época
mítica en la que las utopías parecían posibles. Sus composiciones son ya
patrimonio de la humanidad, son nuestras, nos pertenecen.
Me siento
afortunado por haber estado ahí hace una semana. Fue un concierto inolvidable,
un espectáculo memorable, un encuentro feliz con ese genio generoso y sonriente
que es Paul McCartney.
Estuvo,
para decirlo en sus propias palabras, de poca madre.
*Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección Hey! de Milenio Diario.
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